Dolor

No me preguntes nada
de mi lado malo
nunca quieras saberlo... lo pagarás caro.

HOMBRES G
Siempre Huele A Gasolina


Sentado en silencio en la tercera banca, Alexander miraba al frente con las manos cruzadas. Ningún ruido se escuchaba en iglesia. Todo estaba quieto, en paz, como debía ser.
Pensaba y trataba de reflexionar sobre la situación. Años enteros de experiencia en la calle le habían enseñado a esperar lo impredecible, pero nada ni nadie lo había preparado para lo que había visto y sentido.
Escuchó unos pasos, preludio de que alguien se acercaba. Casi por instinto acercó la mano a su arma, pero tras pensarlo, se relajó. El mal había desaparecido ya. Esa era, otra vez, la casa del Señor.
El sonido se hacía cada vez más fuerte hasta que escuchó que alguien abría y cerraba una puerta. Era una mujer vieja que traía un balde y una escoba. Con pasos cortos pero acelerados, se podía notar que estaba visiblemente consternada.
Alexander suspiró y miró a la cruz, esperando alguna respuesta, pero solo recibió la calma que le brindaba el rostro de Jesús cada vez que lo miraba.
Minutos después sintió que alguien venía desde atrás. Volteó y pudo ver a Codlin acercarse haciendo el menor ruido posible. Su caminar quería decir algo. Quería decir que le rendía respeto al edificio a pesar que era ateo.
Se sentó al lado de Alexander y en voz baja le empezó a hablar.
-Confirmado, el cuerpo es el de Odela Kling.
Alexander seguía mirando al frente. Asintió.
-Me lo imaginaba.
Tras decir eso ambos se quedaron callados por largo rato.
-Alexander, lo siento -dijo Codlin, apoyando la mano en el hombro del detective.
Alexander suspiró y volvió a asentir.
-Gracias, pero ya nada se puede hacer. Ese fue el destino que ella eligió, así debía ocurrir.
Codlin no esperaba esa respuesta. Esperaba que el hombre se quebrara y dejara salir el llanto, o al menos una lágrima o un sollozo. La respuesta de su superior era muy fría para su carácter.
Levantó la mano del hombro de Alexander y se quedó viendo a la mujer que limpiaba los restos de la imagen rota de San Pancracio.
Codlin se paró, más por alejarse del detective que por interés en la mujer.
Pero debía buscar alguna excusa para salir de esa incómoda situación.
Se acercó y se quedó mirando los restos, como quien reflexiona. La mujer levantó el rostro, se veía asustada. Lo miró un rato y se agachó de nuevo, levantando las piezas de una en una y metiéndolas en el balde. Cuando éste estuvo lleno, lo cargó y salió del altar.
Codlin seguía mirando los restos, pensando. Levantó la cabeza y se quedó viendo el altar. Por más que pensaba no era capaz de comprender del todo el misterio que rodeaba este caso. ¿Acaso había algo más que descubrir?
El único testigo de todo había sido Alexander. Es más, el cura lo había confesado todo pero su evidente estado de locura hacía que uno pudiese dudar de lo que decía.
A ese pobre infeliz le esperaba la condena a muerte, con suerte un hospital siquiátrico. Tras meditarlo, no sabía qué condena sería mejor para el culpable, si acabar con su existencia o prolongar su agonía.
Codlin recordó una frase que había leído en algún lado: "No existe peor dolor que el que se sufre de por vida".
Sintió un escalofrío, no quería tener una vida en la cual tuviese que cargar con ese tipo de remordimiento. Recogió un pedazo de piedra y se lo quedo viendo.
No fue sino hasta después que la mujer había regresado a seguir limpiando que se resignó y dejó la piedra dentro del balde.
"Acá no hay más que saber", pensó mientras se sacudía las manos.
Se volteó y caminó cabizbajo donde Alexander, pero esta vez no se sentó a su lado, se apoyó en las bancas y desde ahí le habló.
-El jefe esta de acuerdo con el Arzobispo en que la prensa no se entere lo que aquí ha pasado. Además, como la escena real del crimen no ha sido ésta, no hay necesidad de sellar el área o de buscar evidencia. Total, tenemos al culpable y al arma homicida.
Tras decir eso, pudo ver que Alexander sufrió una ligera sacudida
-¿Quieres que te lleve a tu casa?
-No gracias, yo puedo irme solo -tras decir eso volteó su rostro -Gracias de todas formas, eres un buen amigo -y regresó a mirar al frente.
Codlin se asustó.
El rostro que vio no era el de un ser humano, más parecía el de un ser extraño, algo que no pertenecía a este mundo. Por primera vez en su vida, sintió la necesidad de creer en un ser superior.
Volteó, miró al Jesús crucificado, se persignó, y dando largos pasos, se fue.
Alexander sabía que Codlin estaba asustado, lo vio en su rostro. En realidad, no importaba. Ni la sociedad, el mundo o la humanidad. Todo había perdido sentido para él porque había visto la verdadera naturaleza del hombre.
No sentía dolor ni pena, solo un abismo enorme que giraba a su alrededor. El mundo, concluyó, era un lugar horrible.
Levantó la cabeza y miró al techo de la bóveda.
Respiró. El aire era frió, con sabor a muerte. Ese ya no era un lugar santo, ya no podía serlo. Pero la gente quería que todo se olvidase, que nada recordaran.
Alexander no podía dejar que eso pasara. Él ya había dejado de ser un ser humano, ahora era nada, solo una presencia pesimista y molesta en el mundo, y eso tenía que acabar.
Tomó su cuchillo lo colocó dentro de su mano, y lo jaló cortándose.
Mientras apretaba el puño podía ver como la sangre caía gota por gota sobre el suelo de la iglesia.
Finalmente, murmuró el nombre de Odela y se echó a llorar.

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