A orillas de Corona

La conciencia del justo
debe ser creída por su palabra

VICTOR HUGO
Los Miserables

I.

Fundada in memoriam de la destruida Aquela, la ciudad se extendía por el gran valle de Sila. Alimentado por los ríos que bajaban desde las montañas del este, era capaz de alimentar a su millón de habitantes.

Al centro de Nueva Aquela se encontraba el gran castillo de los Lumas, reyes de Namara. A los lados de la edificación se erguían dos grandes torres, las más altas del reino.

Por cientos de años, el castillo protegió esas tierras de las invasiones bárbaras. Finalmente, la riqueza y la prosperidad llegaron.

Namara pasó de ser una ciudad estado a un reino. Sus brazos se extendieron hasta encontrar el mar o las fronteras de otro país.

Poco a poco, entre la paz y la guerra, los hombres sabios de Namara fueron incubando una idea, la de una gran unión entre los diferentes reinos, que diera autonomía política a sus miembros pero que estuviesen unidos por el comercio.

Así nació la Liga Atlántica. Las fronteras entre los reinos se abrieron, los caminos se ensancharon y las grandes flotas comerciales comenzaron a navegar por los océanos llevando su carga de novedades y lujo a cada puerto.

La prosperidad alcanzó a cada habitante de Namara. La gente comenzó a vivir mas años, las ciencias técnica y arcana se desarrollaron, los servicios básicos dejaron de ser un lujo y el arte floreció.

De esta forma, el centro de Nueva Aquela pasó a ser un aglomerado comercial, donde todos los comerciantes se esmeraban en estar lo más cerca posible del poder político que la familia Lumas ejercía.

Conforme la nueva economía reemplazaba a la antigua, la aristocracia fue perdiendo poder ante los nuevos burgueses. No pasó mucho tiempo para que buscasen revertir de alguna manera esta situación. Así, abandonaron su posición tradicional como terratenientes para convertirse en inversionistas, entregando su dinero a empresas que administraban estos fondos.

Cansados de las complejidades de la política, se establecieron fuera del centro de la ciudad, en las faldas del valle, para vivir de sus ingresos exentos de impuestos.

Como consecuencia, aparecieron los anillos de riqueza en Namara. En el centro vivían los grandes comerciantes e industriales del reino, y conforme uno se alejaba del castillo podía notar en las casas como el poder adquisitivo disminuía.

Para evitar el transito por estas zonas de pobreza, se crearon caminos especiales que los rodeaban. Los visitantes de otros reinos iban y venían sin darse cuenta de su existencia. Y las clases mas altas las consideraban áreas marginales, propias de los que se encontraban fuera de la ley.

Sólo unos pocos se aventuraban a hacer el recorrido original de caminar en línea recta hasta llegar a las afueras de la ciudad. Era conocido como el camino de los que piden.

Esa noche todos los mendigos de la periferia habían retornado ya a sus tristes moradas, esperando la mañana siguiente y la lástima de un benefactor indiferente.

Pero una sombra se movía en silencio. Alejado de su hábitat, recorría la ciudad, calle por calle, observando las casas y su gente.

Oculto debajo de su disfraz de pordiosero, caminaba anónimo y sin ser molestado. Desde el centro de la ciudad, se adentró por las calles burguesas y de tres pisos hasta llegar a los anillos donde las clases con menos recursos subsistían en el reino.

Los pobres, con la cara triste y la mirada perdida, lo ignoraban. Ante sus ojos, él era uno más de ellos. Sólo era otro infeliz que después de un día de ardua labor, regresaba a casa.

Su ropa inmunda y su mal olor eran su pasaporte a ese mundo de suciedad y asco. Aun así, guardaba bajo su ropaje una espada corta con finos emblemas reales.

Tomó el mango mientras pensaba en ella y se dio cuenta de que el valor de la espada era mayor que el de una casa. Muchos dirían que eso incluía a sus ocupantes.

Conforme veía más y más, se daba cuenta de lo ciego que había estado a lo largo de su vida. ¿Por cuánto tiempo se había mantenido esa desigualdad tan evidente? Él sólo se dio la respuesta: siempre había sido así. Suspiró y un vaho de vapor salió de su boca. Hacía mucho frío.

Meditabundo, se preguntó cuánto tiempo tiene que pasar para que un hombre sea capaz de ver la verdad que obvia se desenvuelve antes sus ojos cada día pero que por algún motivo, no logra ver.

Parado al final de la vía Málaga, miró el callejón oscuro que se prolongaba casi interminable. Era como si la vida no fuese capaz de existir allá dentro.

¿Cómo una criatura podía nacer, vivir y morir ahí? ¿Acaso un niño que viniese al mundo no tenia un mejor derecho que desarrollarse en ese ambiente lúgubre y oscuro? ¿Qué clase de ser podía crecer en ese lugar?

Detenido, mirando como un ebrio todo lo que eso significaba, escuchó una música que traía el viento.

“¿De donde viene?”, se preguntó.

Siguiendo a sus oídos, caminó hasta llegar a una esquina desde la que se lograba ver todo el valle.

Era una gran fiesta. Las casas nobles de Namara, acostumbradas a las noches eternas, celebraban cada día por cualquier motivo. Una victoria en combate, un nacimiento, un buen negocio, cualquier evento era motivo de celebración. Cualquier cosa con tal de escapara de la rutina diaria.

¿Qué pasaba por la cabeza de esa gente? ¿Cómo era posible que ellos fuesen quienes poseían gran parte del poder y el dinero en el reino? Peor aún, ¿quién los colocó ahí?

La cabeza le dolía. Apretó puños y dientes y escupió a un charco de agua negra. Al fondo las luces de la alegría, la gran fiesta aristócrata extendía su halo de colores hasta las estrellas.

Se quedó allí, observando. Finalmente, después de muchas horas, se sintió cansado. Dando grandes pasos, regresó al castillo, murmurando para si maldiciones y arrepentimiento. No pararía, seguiría hasta el final, aunque le costara la vida, pero todo eso tenía que cambiar. Pero, ¿por dónde empezar?

Dubitativo buscaba la respuesta en la noche y las estrellas pero no era capaz de encontrarla. Comenzó a caminar en círculos y por un momento se sintió perdido. A lo lejos se veía una torre que le pareció familiar y avanzó hacia ella.

Se detuvo al pie de unas escaleras y levantó la mirada. Se encontraba al frente de la gran Academia Real.

Sonrió. Todo había empezado allí. El saber y el conocimiento eran la respuesta para la culpa que sentía dentro de si. Ahora sabía donde comenzaría el gran cambio.

Era el fin de una era.

II.

-Su Majestad.

El Secretario de Estado se quedó parado esperando alguna respuesta. Era común que el Rey se quedara meditando mientras miraba las nubes. Sin embargo existían momentos en los cuales no podía darse ese lujo. Era hora que regresara al mundo real.

Después de contar silenciosamente hasta cien, volvió a repetir la frase, esta vez con un tono más fuerte.

-¡Su Majestad!

Casio de Lumas abandonó su ensueño y respiró con profundidad.

-Mi buen Zacarías, ¿acaso ya es hora?

-Así es, su Majestad.

El Rey suspiró.

-El tiempo vuela. Dime Zacarías, ¿tú crees que el pueblo use su mente para pensar?

-No, mi señor. Dudo mucho que lo haga. Están más concentrados en el día a día.

Casio asintió.

-¿Y dime, cómo es que yo, que no sólo tengo la responsabilidad de mi familia, sino también la de todo un reino, tengo tiempo para reflexionar, mmm?

Zacarías se quedó unos segundos pensando y contestó.

-Yo creo, su Majestad, que es por su educación. Desde chico su mente fue sometida a un riguroso entrenamiento. Después de años de práctica, es capaz de usar su mente con mayor eficiencia.

Casio volvió a asentir.

-¿Qué hay de los nobles, acaso ellos usan sus mentes? Ellos han recibido la misma educación que yo, sino mejor en algunos casos.

-Lamentablemente, su Majestad, ya muy pocos lo hacen. Viven en un estado perpetuo de fiestas y lujuria.

-Interesante. ¿Y por cuánto tiempo ha sido así?

-Si se refiere a ese banal estilo de vida, le diría que desde que tengo uso de razón. Quizá siempre fue así.

-Escucho vergüenza ajena en sus palabras, Secretario.

-Su Majestad, como usted sabe, esa ha sido mi opinión por muchos años. Le pido por favor que haga memoria y recuerde que es algo de lo cual vengo hablando desde el reinado de su padre.

-No te preocupes Secretario, que no lo he olvidado. Pero, ¿cuál fue el argumento que siempre usamos para desdeñar tu opinión?

A Zacarías le cambio el rostro. ¿Estaba escuchando bien?

-Su padre, su Majestad, siempre me recalcó que en una sociedad debían existir clases altas y clases bajas, y que ambas vivían de las necesidades de cada una.

-Interesante. Sigue por favor.

-Bueno, según su padre el exceso de recursos de las clases altas terminaba fluyendo a las clases bajas, la cual se dedicaba a convertir en realidad las necesidades de aquellos que tenían el poder y el dinero.

-¿Y?

Zacarías respiró con fuerza. Por muy interesante que fuera la conversación, no había tiempo para eso.

-Su Majestad, yo nunca entendí ni estuve de acuerdo con el segundo argumento de su padre, así que le pido que, si lo que le voy a decir no es cierto, me lo diga.

-Continua.

-El antiguo Rey, que en paz descanse, decía que la única necesidad de las clases bajas era la supervivencia, y que sólo las clases altas podían satisfacer esas necesidades.

-Recuerdo una vez, cuando yo era príncipe y regresaba de una excursión por las estepas. Entré a esta misma sala y vi a mi padre muy enojado, enfurecido por las cosas que le decías.

-Estuvo a punto de llamarme traidor, pero se contuvo. Si, su Majestad, lo recuerdo.

-¿Qué le dijiste para que se pusiera así?

-Le dije que en su reino, las clases bajas no eran un pueblo de verdad, sino esclavos.

-¿Sabías lo que estabas diciendo?

-Si, su Majestad. Conozco el origen de su familia y su lucha para liberarse de la esclavitud.

-Fueron palabras fuertes, Secretario.

-Estaba cansado de hablar sobre algo de lo cual no me hacían caso. No entendía como el Rey era incapaz de verlo.

Casio sonrió. Zacarías no estaba refiriéndose sólo al antiguo Rey.

-Pero después de esa discusión, no volviste a hablar de ello.

-Fui relegado de mi puesto y se me asignó como embajador de Jada, su Majestad.

-Fuiste exiliado.

Zacarías no respiró por unos segundos.

-En realidad, su Majestad, hubiese sido capaz de morir por mis opiniones. No me hubiese importado en aquel entonces, y la verdad, no me importaría hacerlo ahora.

-¿Cuánto tiempo de eso, Zacarías?

-Casi veinte años, su Majestad.

-Es bastante tiempo.

-No para un hombre de principios. Pero si lo es, su Majestad.

-¿Hay algo más que me quieras decir?

-Si su Majestad, pero en otro momento. Es de suma urgencia que atendamos a la reunión cuanto antes.

-Si, si. Pero antes de entrar, créeme, Secretario, que yo, siendo Rey, si soy capaz de ver la verdad. Es hora de que las cosas cambien. Ahora vamos, es hora.

Casio de Lumas, Rey de Namara, salió de la habitación seguido por su Secretario de Estado.

El corazón de Zacarías latía con fuerza. ¿Acaso era posible que después de tanto tiempo fuese escuchado? Conforme los dos caminaban por los largos pasadizos del palacio real, su mente iba trabajando, tratando de entender.

Casio era un buen rey, al igual que su padre. Pero a diferencia de Héctor, no era un déspota que se creía un enviado divino. Héctor, desde muy joven, tuvo que batallar en grandes guerras para mantener unido el reino. Casio, en cambio, tuvo una larga educación supervisada por los grandes sabios de la época. Bajo su estricta tutela, debió aprender aquellas cosas que el padre no tuvo el privilegio de conocer. Esta debía ser la causa por la que Casio era capaz de escuchar y darse cuenta de lo que ocurría a su alrededor.

Los pasos rápidos de los dos hombres hacían un eco vacío entre las paredes, las esculturas y las grandes pinturas de eventos épicos de la historia de los Lumas.

Era inevitable que Zacarías los viera y pensara en lo difícil y tormentosa que había sido la vida de esa familia, desde sus principios en la pobreza como esclavos, sus aventuras como piratas por los mares de Atlántica y su eventual conquista y ascenso como Reyes de Namara. Como todos los Lumas, Héctor había conocido esa historia pero no le había dado el enfoque debido. En cambio Casio estaba demostrando entender el significado de la historia de su familia.

Zacarías suspiro. Habían pasado dos décadas desde que vio la verdad del mundo en el que vivía. Quizá, después de tanto tiempo, se acabaría la injusticia de la cual había sido testigo.

III.

-Por sesenta y dos años mi familia ha dado su vida por la Liga Atlántica. Mi abuelo, Verardo de Lumas, murió defendiéndola en los mares de Binam contra los mercenarios piitas. Mi padre murió durante el sitio de Lamasenandes cuando los ubaldos de las montañas de Mijel invadieron las tierras del reino. Yo tenía veintidós años cuando eso ocurrió.

Casio volteó y miró a la mesa.

-Después de muchas escaramuzas y conflictos, en estos últimos doce años hemos logrado mantener la paz entre nuestros reinos. Las alianzas se han conservado, las líneas comerciales se han expandido. La prosperidad y la fortuna nos han mantenido a todos contentos. Nos ha tomado poco más de una década, pero lo hemos logrado.

Los integrantes de la mesa asintieron de diferentes formas. Con la cabeza, los ojos, los dedos, las manos o su silencio. Todos estaban de acuerdo.

-Pero hemos vivido un idilio, una fantasía. Este mundo no está compuesto sólo por Namara, las tierras de Digron, los reinos de Anker, Maseno, Tesiorentabe, las alianzas del sur, las grandes ligas comerciales o los ocasionales invasores bárbaros. Detrás del gran océano hay tierras más extensas que las nuestras, y no en todas ellas existe la armonía que nosotros vivimos. Tarde o temprano, sus desgracias serán nuestras des-gracias. Las esferas de influencia son más fuertes de lo que pensamos, y no podemos seguir viviendo en la ignorancia creyendo que ésta nos protegerá de lo inevitable. Si le queremos dar un futuro a nuestros hijos, tenemos que saber lo que pasa allá lejos, en el horizonte.

Se acercó a la silla de madera en la cabecera de la mesa y colocó sus manos sobre ella.

-Hace veinte horas, poco antes de llamar a esta reunión de emergencia, me llegó una noticia que me tomó por sorpresa y que me dejó pensando por largo rato. El Rey Augusto Corona ha muerto.

Todos en la sala se quedaron inmóviles, sorprendidos.

-¿Muerto? –susurró uno.

-¿Cómo es eso posible? –se preguntó otro.

-El carnicero de Laplas, ¿muerto? -inquirió un hombre de rostro anguloso y barba gris. – ¿Acaso no era inmortal?

-Lo mismo pensaba yo –le contestó el Rey –Quizá Agisto nos pueda ilustrar más.

Agisto, Alto Ministro de Artes Arcanas, guardaba el mismo rostro de sorpresa que los demás. Finalmente dijo.

-Su Majestad, para serle sincero, no sé que pensar. Siempre se dijo que ese baño de muerte era lo que le había dado la vida eterna, como un vampiro que no necesita beber sangre cada noche.

Se quedó callado, pensando.

-¿Y? –preguntó el hombre frente a él.

Agisto levantó sus palmas a los lados.

-Nunca se probó que fuera así. Es más, en mis sesenta años como arcano no me he topado con magia de ese tipo.

-Lo cual no quiere decir que no exista –dijo a todos otro de los integrantes de la mesa.

-No, no, pero lo hace improbable. Mas aún considerando que mi carrera y mi actual puesto me han permitido conocer a varios nigromantes, hombres de mucho poder sobre la vida y la muerte, pero todos mortales como cualquier de nosotros. Sólo eran capaces de extender sus vidas un poco más.

-¿Qué hay de Efostes?

-La vida de tres hombres es insignificante ante la inmensidad del tiempo y la vida del universo. Además, la calidad de su vida la hizo más una maldición que un placer. No, ese hombre vivió y murió como un infeliz. Para la muerte no hay escape, sólo se pospone con cada día que se sobrevive.

-Eso fue profundo, mi buen Agisto.

-Gracias, su Majestad.

-Entonces –continuó el Rey- cualquiera que sea la verdad sobre los poderes de Corona, el hecho es que está muerto, y algo como eso no pasará desapercibido. Tarde o temprano, lo sentiremos.

-Majestad –preguntó el más joven de los ministros, un hombre de cuarenta y tres años- Para serle sincero no veo como eventos tan lejanos nos puedan afectar, especialmente ahora que somos tan fuertes, económica y militarmente.

El Rey sonrió.

-Hiorel, no te sientas ofendido cuando digo que ver ese pensamiento tan viejo en alguien tan joven, me cause dolor y culpa. Pero ser ignorante de las cosas que pasan a nuestro alrededor no es malo. Malo es no tener la iniciativa para dejar de serlo. Verás, en realidad, es más simple de lo que parece, sólo hay que verlo desde el ángulo adecuado. Como todos sabemos la Liga Atlántica está compuesta por cinco reinos, entre ellos el nuestro, pero, cada uno de nosotros mantiene un área de influencia, ya sea económica, política, religiosa o una mezcla de las tres. Que no lo veamos no quiere decir que no exista.

Se acercó a un mapa en la pared

-Este mapa, tal y como lo ves, será cosa del pasa-do. De ahora en adelante no sólo serán esos cuatro pedazos de tierra rodeados de mar que llamamos Liga Atlántica, los grandes territorios del este y las frías tierras del sur. No, de ahora en adelante nuestro mapa del mundo será tan grande como esta sala, y podremos ver el mundo parados sobre él.

-Su Majestad –preguntó el Alto Ministro de Educación- sigo sin ver la simplicidad en las cosas que dice. Entiendo que la muerte de un poderoso monarca en tierras lejanas pueda afectarnos, pero las dimensiones de esa esfera de influencia, están más allá de nuestra comprensión y entendimiento del mundo.

-¿Y si te digo que alguien encontró la forma de poder comprender esas esferas de influencia?

El Alto Ministro de Educación se quedó mirando al Rey.

-Lo siento su Majestad, pero sería muy difícil de comprender. Tengo altos conocimientos de matemáticas y si hay algo en este mundo que no pueden predecir, es la actividad de los seres vivos. Está más allá de nuestras mentes, es algo que sólo puede ser comprendido por los magos y los designios de los dioses.

El Rey asintió.

-Es cierto, pero a veces no hay que ser un dios para comprender el mundo. ¿Recuerdan ustedes esa tribu al otro lado de las montañas donde vivían como animales?

-De eso ya doce años –murmuró el Alto Ministro de Ciencias Naturales. En su voz se reflejaba el re-cuerdo amargo de una experiencia pasada.

-¿Tanto tiempo ha pasado? ¿Estás seguro Néstor? –preguntó otro.

El Alto Ministro de Ciencias Naturales observó a su igual de Comercio por unos segundos.

-Yo estuve ahí cuando los encontraron y vi todo lo que ocurrió después. Créeme, han sido doce años.

-Pero Néstor, ¿acaso tienes dudas sobre lo que hicimos? –preguntó Casio

-No, Su Majestad. Sé que era la única alternativa. Pero ojalá hubiésemos podido dejarlos tranquilos y permitir que siguiesen con su estilo de vida. Hablo como el hombre de ciencia que perdió una gran oportunidad, no como el hombre que fue parte de quienes tomaron la decisión de acabar con todo eso.

-Entiendo Néstor. El caso es que, y corrígeme si me equivoco, durante el poco tiempo que pudimos estudiarlos, estas mujeres y hombres demostraron tener una idea de las artes arcanas, pero era muy pobre. Sólo uno de ellos lograba entender, de manera salvaje, el poder que latía dentro de él.

-Tengo que admitir que ese viejo brujo nos causó algunos problemas –dijo Agisto.

-Si, y acá viene el porque de mi comentario. De todos ellos, había uno que era el producto del conocimiento acumulado de generaciones de brujos que vivieron antes que él. Mi punto es que llegado el momento, nuestros conocimientos del mundo se han ido expandiendo, permitiendo que de vez en cuando, exista un Allón que sea capaz de comprender cosas que nos parecen sólo propias de un superhombre.

-Allón era más que eso, era un creador del todo. Es una pena que muriese tan joven –exclamó el Alto Ministro de Artes.

Todos dieron su señal de aprobación ante el comentario.

El Rey prosiguió.

-Así es Isidro. Pero como en el arte y en la magia, también existen casos en las ciencias exactas. Tuve grandes maestros en mi juventud y aprendí a reconocer a estos hombres y mujeres.

-¿Ha encontrado su Majestad un prodigio? –preguntó Hiorel

-Así es, esta vez en la rama de las matemáticas. Verás, hace siete años, en una noche de invierno, Olie List me vino a buscar.

-¿List? –exclamó el Alto Ministro de Finanzas- Su Majestad, por años ese hombre tan excéntrico se dedicó a hablar mal de usted, del reino y de cómo se manejaba.

-Es más –continuó el Alto Ministro de Justicia- En más de una ocasión se vio enfrentado con las autoridades por diversos cargos, entre ellos la infamia y la mancha de nombre.

-Calma, calma. Todos sabemos que List era un hombre muy particular, pero meses después de su muerte comienzo a entender que sus convicciones tenían una base sólida.

Los Altos Ministros de Namara se quedaron calla-dos. Todos querían compartir la mirada pero ninguno se atrevió a hacerlo, sólo miraban fijamente a su Rey.

-Su silencio los delata. Díganme amigos míos, y sean totalmente sinceros, ¿qué esta pasando por sus mentes en este momento?

-Temo, señor, que haya sido victima de algún encantamiento por parte de ese personaje –le dijo muy serio Agisto.

-Me dirás entonces, que clase de encantamiento es.

Agisto lo miró unos segundos pero contestó con voz de resignación.

-Si es así, esta más allá de mi capacidad y comprensión.

-¿Alguien más cree que soy victima de los planes de un muerto?

-Por muy remota, tendríamos que admitir la posibilidad –contestó el Alto Ministro de Relaciones Exteriores, un hombre de edad con cara y cuerpo grueso.

-Entonces estamos entrando al campo de la superstición.

-No creo que sea justo, su Majestad, decirnos eso –dijo el Alto Ministro del Interior.

-Todo lo contrario Quinto. Agisto está manifestando el mayor de sus temores, y se lo agradezco: que alguien sea capaz de controlarme sin que el pueda hacer algo. Como yo lo veo, es improbable.

-Pero no imposible –replicó Quinto.

El Rey jaló su silla y se sentó. Colocó los codos sobre la mesa y apoyo el mentón sobre sus manos cruzadas.

-Yo les diría, mis amigos, que es más probable que su Rey tenga una opinión diferente a la de ustedes producto de años de ideas, creencias y meditación. Les pido que también consideren esa posibilidad antes de cuestionar mi juicio.

Los miró unos segundos y siguió.

-Sigo donde me quedé. En aquel entonces la Liga Atlántica aún no había alcanzado la estabilidad que tendría un par de años después y las constantes invasiones por parte de los bárbaros me quitaban el sueño. Temíamos que cortaran las líneas comerciales que habíamos creado y que pusiesen en jaque nuestro estilo de vida. A diferencia de hoy, el día a día no nos dejaba sentarnos a pensar en el futuro.

Lumas continuó.

-Era un sábado en la noche y yo estaba un poco enfermo, por lo que mi familia tuvo que asistir sin mí a la fiesta del nacimiento del tercer hijo de Modesto. Sin poder dormir, yacía sentado viendo como se movía el fuego en la chimenea. Definitivamente no estaba en el mejor de mis humores. Solo, enfermo y con problemas que escapaban mi comprensión, sentía que ese era el tipo de situaciones por las cuales había sido criado para ser Rey.

-Intenté leer un libro para distraerme pero no era posible. Así que me puse de pie y comencé a recorrer el palacio tratando de evitar las corrientes frías de aire por recomendación de los doctores. Llegué a los grandes ventanales que dan al jardín real cuando uno de los guardias me informó que Olie List tenía urgencia de verme.

-El guardia sabía perfectamente de quien se trataba, pero en los últimos meses había visto en palacio personas que años antes no hubiésemos dejado entrar. Curiosamente, cuando le pregunté a List por qué fue a buscarme a esa hora, me contestó que su presencia y el momento harían pensar al guardia de turno que se trataba de un asunto de vida o muerte. Quién sabe, quizá tenía razón después de todo.

-Le indique al guardia que lo hiciera pasar a mi sala de reuniones, que iría en unos minutos. Cambie mis ropas y después de refrescarme fui a encontrarme con este hombre que había despertado mi curiosidad.

-Su primera reacción al verme fue, además de saludarme, disculparse por los agravios que había sostenido por varias décadas hacia mí y mi familia.

-Era lo mínimo que podía hacer –murmuró Quinto.

-Tengo que admitir que fue muy valiente en acercarse de esa forma. Y fue algo que pensé en el momento. ¿Por qué ese hombre que tanto nos odiaba aparecía en la mitad de la noche para buscarme? Sin rodeos me explicó el motivo. Después de varios años de estudio había encontrado una rama de la astrología que le permitía, de manera muy exacta, predecir eventos futuros. Había probado su nueva lectura de los astros por casi un año y ahora que tenia el conocimiento, sentía que era su deber como ciudadano de Namara contármelo todo, y advertirme.

-¿Qué tragedia predijo? –preguntó en tono de burla Absalon, Alto Ministro de Comercio

-Básicamente, la destrucción y caída del reino por fuerzas externas e internas. Pero no sabía cuando sería o de que manera. Necesitaba instrumentos ópticos de alta precisión para observar los astros. Después de buscar por varios meses a alguien que los construyese llegó a la conclusión que nadie lo haría pues eran muy costosos y no tenían aplicación practica que justificase el gasto. Como no existían y para hacerlos se necesitaba de mucho dinero, me rogó que accediese a financiar sus estudios que eran para el beneficio de Namara y su gente, que era lo que más amaba en este mundo.

-Increíble la capacidad de ese hombre para mentir.

-Sonaba sincero. De alguna manera retorcida ese hombre realmente amaba Namara. Pero tenía una forma muy extraña de hacerlo.

-Debemos concluir, su Majestad, que usted era el benefactor misterioso de List en sus últimos años y que fue, gracias a ese dinero, quien le dio los medios para que lleve esa vida de lujuria que le causó la muerte –preguntó el Alto Ministro de Finanzas

-Así es, Julio, y me siento un poco culpable por ello. Sabía de sus excesos pero nunca pensé que llega-rían al nivel que descubrieron cuando lo encontraron muerto. Es lamentable que haya sido así. Siempre pensé que un poco de diversión lo alejaría de ese estado de depresión al que entraba cuando trabajaba en nuestro proyecto secreto.

-Su Majestad, después de tantos años y tanto oro ¿qué fue lo que ese hombre descubrió?

-Vaya Quinto, pensé que no estabas tomando este asunto en serio.

-Cuando se trata de los Lumas y el reino de Namara, su Majestad, nada es más serio para mí. Sé que a veces puedo parecer sobre protector, pero ese es mi trabajo. Y por muy descabellado que pueda ser el argumento de este personaje, no quiere decir que lo ignore.

-Entiendo. La cuestión es que, después de morir List hace cinco años, me adentré en los detalles de los informes que cada mes me había enviado pero que por descuido mío había dejado de lado esperando algo más concreto que me ayudase con los problemas en nuestras fronteras. Descubrí que todo lo que había investigado era pura basura producto de su imaginación. No existía ningún tipo de ciencia o algo tangible que le permitiese aseverar las cosas que decía. Durante dos años, List me había engañado esperando que en algún momento, pudiese lograr lo que me había dicho que era capaz de hacer aquella noche en la que me encontraba solo, enfermo y pensativo.

Nadie habló en la mesa. Cuando se tiene un rey, ¿quién le dice que es un tonto por las decisiones que ha tomado?

-No tienen que decirlo. Y si lo quieren decir, háganlo con libertad, no los echaré al foso por decir algo que es obvio, me equivoqué tontamente y gasté una fortuna en vagas promesas de un demente.

-Su Majestad, ¿por qué no nos consultó?

-Es simple Néstor. No me hubiesen dejado hacerlo. Hubiesen acusado a List de ser un traidor a la causa de Namara y lo hubiesen encerrado en alguna mazmorra hasta el fin de sus días. No, no podía permitir que eso pasara.

-Con todo el respeto su Majestad, ¿no sospechó que lo estaba engañando?

-No, en ese momento tenía problemas más importantes. Para mi List era una herramienta más que podía usar como consulta para mis decisiones. Debo admitir que en más de una ocasión me dio buenos consejos. Era un hombre inteligente después de todo. Finalmente todo lo que tenía era un forado en el tesoro de mi familia y una casa llena de apuntes e instrumentos de alta precisión que no podía tocar.

-Recuerdo que los herederos no sabían que hacer con todos los instrumentos de astrología que encontraron. Nadie los quería –dijo Zacarías

-Así es. Aprovechando la situación, conversé con mi gran amigo y director de la Academia Real, Emilio de Indi, para que adquiriese por mí la casa con todo lo que había adentro. La idea era usar la propiedad que List había adquirido con mi dinero como centro de investigación astronómico.

-Su Majestad, ¿no fue usted quien donó ese dinero a la Academia Real? –preguntó el Alto Ministro de Finanzas.

-Así es mi buen Julio, así es. Créeme que después de eso, aprendí mi lección sobre como gastar el dinero de la familia. En fin, cuando Emilio me preguntó si quería las notas de List, le dije que las destruyera que no tenían valor científico. Emilio discrepó conmigo. Si había algo que List había hecho bien, era tomar notas de la posición de los astros. Supe que le había asigna-do la tarea de ordenar todo a una alumna suya y no supe nada hasta hace unos meses.

-¿Qué fue lo que esa alumna encontró?

-Que Emilio tenía razón en no quemar las notas. En dos años List había hecho las mediciones más exactas de los astros que jamás se hayan realizado en toda la Liga Atlántica. Al parecer se dio cuenta que necesitaba una base científica sobre la cual sustentar la porquería que me presentaba. Gracias a esto Rocío, la alumna que designó Emilio, logró construir un modelo matemático que predijese el movimiento de los planetas tanto en el pasado como en el futuro.

-Tratado del movimiento de estrellas a través del tiempo –murmuró Néstor.

-Así es –le contestó el Rey

-Rocío Ahsaná –dijo en voz más alta Néstor

-Efectivamente. Ella ganó el premio de ciencias de la Academia Real hace menos de seis meses.

-Yo era parte del jurado, su Majestad. No sabía que había utilizado las notas de List.

-¿Ese hecho cambia en algo su logro?

Néstor pensó unos segundos. Finalmente contestó.

-No, no. Su trabajo es de por si la obra de un genio.

-Bien, bien. Yo pienso igual. ¿Sabes que pasó después?

-Si, se le ofreció una posición en la Academia Real para la investigación astronómica. De seguro llegará lejos, será una gran catedrática.

-En realidad me refería a su trabajo.

-¡Oh! Bueno, se le asignó un grupo de investigación, tres personas que la apoyasen.

-Y una de esas personas resultó que tenia un doble grado. Su otra especialidad era historia.

-No lo sabía. ¿Cuál es su punto su Majestad?

-Este joven se dio cuenta que gracias al descubrimiento de Ahsaná se podía determinar en qué momento habían ocurrido eventos que ciertas culturas tenían registrados de acuerdo a la posición de los astros.

-La ciencia no tiene límites –exclamó emocionado Hiorel.

-Cuando me enteré de todo esto y después de con-versar con estos jóvenes adquirí cierta perspectiva, si lo quieren llamar así. Me pasé semanas observando los efectos de la acción-reacción, ya sea en objetos inanimados como en objetos animados. Me sentía como una criatura que recién descubría el mundo.

-Eso explica por qué pasaba tanto tiempo en la Academia Real. Pensábamos que se trataba de una etapa, su Majestad –dijo el Alto Ministro de Guerra.

-Más que eso Horacio, era una nueva forma de ver las cosas. Me percaté no sólo de los efectos que una acción tiene en el mundo, sino también el poder de la información. Algo, no sabía que, latía en mi mente. Sabía que estaba relacionado con lo que me había ocurrido, pero no lograba traerlo a tierra. Finalmente, hace un día me llegó la noticia de la muerte de Augusto Corona. Y lo primero que vino a mi cabeza fue ¿cómo nos va a afectar?

-No veo como, no tenemos ninguna relación con ellos –dijo Pales, el Alto Ministro de Relaciones Exteriores

-Ahí te equivocas Alto Ministro, y es el punto al cual he querido llegar en esta historia que les estoy contando. ¿Cómo sabes que no nos va a pegar la muerte de Corona?

Pales puso cara de desconcierto.

-Su Majestad, no tengo como saberlo, es mi opinión en base a mi experiencia. Además, nadie tiene forma de saberlo. Es un conocimiento que está por encima de la capacidad de cualquier hombre.

-Es cierto. Ahora, ¿sería correcto decir que la lejanía y el aparente distanciamiento entre nuestros reinos es uno de tus principales argumentos?

-Si –contestó Pales.

-¿Quién más piensa eso? Levanten la mano por favor.

Todos, excepto Zacarías levantaron las manos.

-Dime Zacarías. ¿Por qué no levantaste tu brazo?

-La muerte de Corona si nos va a afectar su Majestad.

-¿Cómo así?

-Ellos comercian con ciertos reinos que están en la periferia de la costa sureste de la Liga Atlántica. A su vez mantienen líneas comerciales con los principales puertos de Maseno y Tesiorentable. Todo cambio de poder trae inestabilidad en un gobierno, y consideran-do que el Rey Augusto era considerado inmortal, esto debe haber generado cierto desorden interno.

-¿Cómo sabes eso?

-Fui embajador en Jades.

Casio asintió.

-Yo tenía otro tipo de información. Existen trata-dos de apoyo entre Corona y los nuevos estados independientes al borde de su frontera con el sur. Ellos les proveen de voluntarios para su ejército a cambio de alimentos y materias primas. Si Corona les quita este apoyo por problemas internos, se verán obligados a buscar recursos en otras tierras. No en Corona, eso es obvio, pero si en aquellos lugares en los cuales han tenido éxito en el pasado. Esas tierras ahora son parte de la Liga. ¿Tenias conocimiento de eso Zacarías?

-No su Majestad.

-¿Alguien más cree que la muerte de Corona no nos va a afectar?

Esta vez nadie levantó el brazo.

-Veo entonces que he validado mi punto.

-Pero su Majestad, ¿que vamos hacer entonces? ¿Llevar tropas a la frontera de Corona a imponer el orden?

-No Belisario, eso sería un suicidio político, además de un desperdicio de recursos. Apunto a algo más simple y que debimos hacer hace mucho tiempo. Vamos a establecer contacto

-Disculpe su Majestad, pero poco o nada sabemos del heredero de Corona. Es posible que estemos enviando a nuestros hombres a su muerte –indicó Pales

-Sin mencionar lo peligroso del viaje. Más allá de la isla de Mopti no habrá Liga Atlántica que los proteja. Estarán solos y a merced de los piratas y los traficantes de esclavos –dijo Horacio

-Es un riesgo que tendremos que tomar. Y si la primera expedición no lo logra, lo hará la segunda, o una tercera. Pero no podemos seguir enclaustrados en nuestro pequeño mundo, Horacio, pensando que no hay nada allá afuera, porque tarde o temprano lo de afuera nos alcanzará. Recuerden a esos pobres diablos de hace doce años.

-Su Majestad –intervino Quinto- Si de hablar de posibilidades se trata ¿se ha puesto a pensar en que quizá esté acelerando eventos que no iban a ocurrir hasta mucho después?

-¿Cómo así?

-Bueno, si hablamos de áreas de influencia, nosotros ejercemos control sobre toda la Liga Atlántica, y estamos hablando de un vasto territorio. Si tratamos de extender esta influencia sobre lugares que no tenían conocimiento de nosotros, entonces nos veremos involucrados en problemas con las cuales no tendríamos que lidiar desde un principio. Y en esta situación no podemos usar el ejemplo de los salvajes, no existe una brecha mágica o tecnológica que nos ponga en desventaja.

-¿Estas seguro? ¿Qué hay de la supuesta inmortalidad de Corona? –le preguntó Agisto.

-Es obvio que no era cierto, sólo un cuento para asustar a sus enemigos.

-De igual forma ¿No les parece sospechoso que Augusto Corona haya vivido casi la vida de tres hombres? –preguntó Zacarías

-Ahí lo tienes Zacarías, el hombre no era inmortal, solamente longevo. Quizá una característica de su familia, no tiene que ser necesariamente mágica.

-Existe una posibilidad, su Majestad, que no hemos explorado aun –dijo Horacio.

-¿Cuál es?

-Que Corona haya sido asesinado.

-Es posible ¿Alguna sospecha de quien podría ser el autor?

-Alguien cercano, alguien que supiese su verdadero secreto, que no era inmortal, sólo longevo.

-Alguien de su familia –interrumpió Néstor.

-¿Qué sabemos del hijo? –preguntó Hiorel

-Sólo que se llama Argento –contestó Pales.

-Eso no es de mucha ayuda.

-Excepto que siguen la tradición familiar de usar las iniciales AC.

-¿Entienden mejor ahora, mis Altos Ministros, la razón por la cual debemos ir allá? Corona es un gran reino, y poderoso. Nunca hubiésemos podido tener algún tipo de acercamiento con el antiguo Rey mientras mi padre estuviese vivo, pero es posible que el hijo sí nos escuche. Sé que el riesgo de la misión es alto, pero debemos estar dispuestos a pagar el precio.

-Tenemos que enviar a alguien –concluyó Pales.

-Un embajador y su séquito –dijo Absalón.

-Yo mas bien diría que un embajador y su guardia. Atravesar el mar y llegar a las puertas de Corona es un viaje largo y peligroso. Los hombres que vayan con él deberán estar dispuestos a dar su vida para que ese sólo hombre llegue y establezca la comunicación con el Rey Argento –dijo Horacio.

-¿Algún voluntario en esta mesa? –bromeo Zacarías.

-Tiene que ser un hombre joven, ambicioso y capaz. Sin vínculos sentimentales o familia que lo espere en nuestro reino –les dijo Casio

-Maceo –murmuró Agisto.

-¿Quién? –preguntó Belisario, Alto Ministro de Justicia.

-Maceo es un alumno mío, bueno, lo fue. Ahora está bajo la tutela de Pales.

-Así es, un hombre muy inteligente.

-Y con mucho talento –continuo Agisto- Estaba en la Academia Real estudiando artes arcanas, pero falló en sus pruebas. Decidió seguir una carrera como embajador pero eso no tranquilizó su fuego. Está en la búsqueda de algo que lo rete y le pruebe a sí mismo que puede hacer lo que el quiera, si se lo propone.

-¿Esa es tu opinión? –preguntó Casio.

-Si, pero también me lo dijo él.

-Interesante. ¿Qué alce la mano quien tenga otro posible candidato?

Todos, excepto Pales y Agisto, alzaron el brazo.

-Excelente, mis distinguidos. Por favor apunten sus nombres en una lista y los evaluaremos a cada uno en la siguiente reunión. Traigan toda la información referente a cada uno y proporciónenle el nombre a Quinto quien se encargará de realizar su propia investigación. Espero que entiendan lo celosos que tenemos que ser con el hombre que vamos a enviar en nuestra representación.

Todos asintieron en señal de aprobación.

-Perfecto. Ahora el último punto. Además de esta iluminación que he tenido, me he percatado que también existen reformas internas que han estado pendientes por muchas décadas en Namara. Los constantes conflictos externos e internos nos impedían verlas. Ahora que vivimos en paz y contamos con los recursos, debemos aprovechar el momento y llevarlas a cabo.

-¿Reformas, su Majestad? –preguntó nervioso Belisario. Sabía que de alguna manera el sistema de poder judicial se vería afectado.

-Sí, reformas Belisario. Comprendo tu inquietud pero no pueden seguir esperando más tiempo. Sé que algunas de ellas causaran descontento entre nuestros nobles, los grandes industriales de nuestro reino e incluso algunos sectores de la población más pobre. Pero será para el bien de nuestro pueblo, no podemos seguir ignorando ese anillo de pobreza que rodea nuestra capital pensando que son la fuente de mano de obra barata. Hacerlo es salvaje e inhumano.

-Intuyo que esta pensando en reformas sociales, su Majestad –inquirió Quinto.

-Judiciales y económicas también.

Zacarías sonrió.

-¿De qué tipo exactamente?

-Lo siento mis amigos, no entraré en más detalles. Tengo que terminar mis borradores y Zacarías me va ayudar con eso. Lo que si les pido es que todos los que piensen que necesitamos realizar reformas, lo pongan por escrito y con todos los detalles. En quince días tendremos una reunión de una hora para hacer un índice de los puntos que vamos a tocar en las reuniones subsiguientes.

-Señor, ¿que hay de la Liga Atlántica? –preguntó Pales

-Buena pregunta. Planeo tener una reunión con el resto de soberanos de la Liga el próximo mes. Ahí anunciare las acciones externas e internas que estamos haciendo. Estoy seguro que estarán de acuerdo con nuestra posición y recibiremos el apoyo que necesitamos. ¿Alguien tiene una pregunta adicional antes de irnos?

Todos se quedaron callados.

-Entonces damos por cerrada esta reunión. Tenemos trabajo que hacer. Un gusto y gracias por su tiempo.

Se pararon de la mesa y después de despedirse del Rey, los Altos Ministros se dirigieron a sus despachos. Sólo Casio y Zacarías se quedaron en la habitación.

-¿Siente, su Majestad, que haya logrado hacerle entender a sus Altos Ministros la importancia de salir al mundo?

-No lo creo. Quizá Hiorel que es el más joven, haya estado dispuesto a escuchar con mayor detenimiento lo que tenia que decir. Ahora, cada uno de los Altos Ministros de Namara se irá a hacer su trabajo pensando en las cosas que les dijo su Rey y si tiene razón o no. Encontraran debilidades en mi argumento pero finalmente entenderán que un reino es como un ser vivo, si no se mueve, muere. Namara tiene que moverse.

-Estoy de acuerdo con usted, su Majestad.

-Me da gusto saber que pensamos igual, Zacarías. Ahora, es hora de terminar la conversación que empezaste con mi padre hace veinte años.

IV.

Maceo se hallaba parado delante del Rey. Lo habían hecho pasar y se detuvo a unos metros del trono, como el protocolo mandaba. Sentía que las piernas le temblaban ligeramente por tal honor.

-¿Nervioso Maceo?

-Algo, su Majestad.

-Es normal. Incluso yo me ponía algo nervioso cuando mi padre me llamaba a que me acercara. Algo que siempre me pregunté es si me sentiría igual de nervioso si mi padre hubiese sido un herrero. ¿Qué opinas?

-Es muy probable que no, su Majestad.

-¿Y por qué piensas eso?

-Su padre, al igual que usted, ejercía un gran poder. Estar cerca de ustedes conlleva una responsabilidad sobre los actos que uno realiza. Todos siguen al Rey como guía y ejemplo.

-Es cierto. Pero el que yo sea Rey no quiere decir que sea el más sabio o el más inteligente. Hay personas y seres allá afuera que son más capaces que yo.

-Así es, pero no son el Rey de Namara, su Majestad.

Casio sonrió. El chico era inteligente y rápido en sus respuestas. Tenía confianza en lo que decía.

-¿Sabes por qué estas aquí?

Maceo puso cara de extrañado.

-Así es, su majestad, las últimas tres semanas han sido de riguroso entrenamiento para mí.

-Discúlpame, quizá no hice bien la pregunta. ¿Entiendes la razón de esta misión?

-Si, su Majestad. Debemos establecer un vínculo con Corona que con el tiempo se manifieste en relaciones comerciales que sean de mutuo beneficio. No podemos seguir apartados.

-Perfecto. Una cosa es dar instrucciones para algo, diferente es comprobar que hayan tenido el efecto deseado. Demás esta decir lo peligroso de la misión, pero sabes, también, que si no lo logras, enviaremos a otro embajador y a otros guardias que lo protejan.

-Lo sé, su Majestad.

-¿No te incomoda eso?

-No su Majestad, yo sé que lo lograré. Los que me siguen en la lista serán usados para establecer contacto con otros reinos. Esa será su misión.

Confianza, pensó Casio. Todo bien mientras no degenere en egolatría. Tan fácil en alguien tan joven y que posiblemente adquiera mucho poder de llegar a Corona. También podría terminar convirtiéndose en un pirata o mercenario y tendría que enviar una flota a cazarlo. Casio recordó a su primo por unos segundos.

-Quisiera hacerte una pregunta personal.

-La que usted desee, su Majestad.

-¿Por qué querías ser un estudioso de las artes arcanas?

-Desde chico sentí cierta fascinación con la magia. Leía cuanto libro relacionado con ella me encontraba.

Lumas asintió.

-Comprensible, y espero no ofenderte con lo que voy a decir pues no es mi intención, pero, después de desaprobar tus exámenes, ¿sientes que fue la decisión correcta?

Maceo respiró profundamente. Era una pregunta que le causaba malestar.

-Si, su Majestad. Pero el hecho que haya fallado en esa ocasión no quiere decir que me rinda. Rendiré mis exámenes nuevamente en ocho años.

-¿Y si tu puesto no te lo permite, si tienes que establecerte como embajador de Corona por los siguientes treinta años? Sabes que no sólo hay un límite de opciones para estas pruebas, también existe un límite de edad.

-Mi deber ante todo, su Majestad. Cuando acepté la misión sabía todas las consecuencias de mi decisión.

-Según me dicen, la aceptaste de inmediato. Por lo que me dices, yo diría que no lo pensaste con detenimiento.

-¿Duda de mí, su Majestad?

-No mi joven amigo, sólo quiero que entiendas la importancia de esta misión para todo el reino. Quizá ahora digas cosas que sientes que debes decir por el honor de haber sido elegido, pero no me gustaría tener un embajador nostálgico al otro lado del mar arrepintiéndose de la opción que tomo años atrás.

-Es cierto, su Majestad, que hay deber y honor al servicio por la oportunidad que me presenta. Pero si hay algo que he aprendido, es que no sólo existe la magia que uno pueda realizar con conjuros y hechizos, también está la que uno puede hacer por su propia voluntad y deseo. Esperar siete años por una evaluación, más que una oportunidad seria como estar en prisión. No puedo pasarme la vida esperando ese día, tengo que seguir con mi vida y seguir con los caminos que he elegido. Así como era consciente de los estudios que empecé hace más de diez años, también soy consciente de la decisión que tome hace tres semanas.

Casio sonrió.

-Tus dos maestros tenían razón en recomendarte, Embajador. Serás un excelente representante ante el Rey Argento y créeme que estaré ansioso de recibir noticias tuyas. Si no hay más que decir, podemos dar por finalizada esta reunión.

Casio se paró para darle la mano a Maceo.

Este, nervioso, extendió el brazo, dubitativo

-¿Hay algo que me quieras decir antes de irte?

-Si, su Majestad.

Pero Maceo seguía en duda.

-¿Qué es? –preguntó Casio, cruzando los brazos.

-Los guardias señor.

-¿Algún problema con ellos? Si es así dilo desde ahora para pedirle a Quinto y Horacio que te asignen otro destacamento.

-No, su Majestad, ellos no. Me refiero a los guardias que están aquí. Lo que quiero decirle sólo debe ser para sus oídos, su Majestad.

Casio lo miró extrañado. Finalmente hizo un gesto al capitán de la guardia real y todos se retiraron.

-Ahora si, puedes hablar con toda libertad.

-Tenga cuidado su Majestad –Maceo dijo la frase como quien confiesa un pecado.

-¿Cuidado? ¿De que?

-Sus reformas, su Majestad. No son del agrado entre las familias nobles y los poderosos del reino. No sólo sienten que les están quitando sus riquezas con los nuevos impuestos, sino también sus derechos para ejercer el poder. El concepto de elecciones para los representantes del pueblo en el concejo de la ciudad es demasiado radical para ellos. Incluso se dice que el Rey actúa bajo el efecto de un conjuro.

Casio alzó sus cejas.

-Sé que existen grupos que están en contra de mis reformas, pero me tiene sin cuidado. Lo que yo y decreto es ley, ese es mi derecho como Rey.

-Si, su Majestad, pero ¿qué hay si deja de ser Rey?

-No se atreverían. Mi familia es de esta tierra, nosotros la forjamos y eso esta grabado en el alma de su pueblo.

Maceo miró al suelo.

-No te preocupes por mí, buen Maceo, no hay que temer. Todo es por el bien del pueblo de Namara. Finalmente entenderán que lo que estoy haciendo, es por el bien de todos.

-Entonces que tenga la mejor de las suertes, su Majestad, y que las estrellas guíen su camino.

-Y el tuyo también, Maceo, el tuyo también.

Maceo hizo una venia a su Rey y se retiró de la sala. Apenas se cerró la puerta detrás de si un presentimiento le oprimió el pecho.

Seria la última vez que vería a Casio de Lumas con vida.

V.

Cuando se terminó de construir, el ingeniero en jefe se paró en el puente y miró al horizonte. Era una vieja tradición en Lumas, en la que en un momento de inspiración, se veía el futuro de la nave cuando esta estuviese aun en el astillero.

Después de unos segundos, con lágrimas en los ojos, Martín de Sala dijo sólo una palabra: lejos.

Los más de trescientos trabajadores elevaron sus voces con gritos de alegría y victoria pues recién ahora sabían, con certeza y misticismo, que su obra maestra haría historia en la Liga Atlántica.

Años después, doscientos kilómetros al nornoroeste del puerto de Mopti, la fragata América surcaba el estrecho de Bera, dejando atrás el hogar y esperando anclar en tres meses en el puerto de Corona.

Desafiando todo concepto para la construcción de barcos, y navegando el mar del oeste, las grandes velas se hinchaban con la fuerza de los vientos méricos, descubiertos siglos antes por navegantes audaces y ocasionalmente, piratas.

Los doscientos tripulantes se hallaban ocupados realizando maniobras, incluso los miembros de la guardia real. Integrados a la tripulación, serían un grupo más dentro de ellos hasta que tocasen tierra. Luego pasarían a cumplir el rol que les habían asigna-do.

Pero al igual que ellos, la misión de los demás tripulantes era la misma. Cuidar y resguardar al Embajador, que llegase sano y salvo al reino de Corona y que pueda conversar con el Rey Argento.

Lo demás, incluso sus vidas, era secundario. Casio de Lumas lo había dejado en claro al momento de llamar a los voluntarios para esa misión.

Maceo sabía esto y lo ponía un poco nervioso. Conocía la importancia de su deber como Embajador, pero a veces dudaba un poco sobre la premura del Rey.

De haber sido él el soberano de Lumas se hubiese ocupado en reforzar la Liga antes de iniciar sus reformas, estrechar alianzas y buscar reinos cercanos para decirles que se unan a su imperio comercial. Hacía mucho tiempo que un nuevo reino no se unía a la Liga.

Eso si le preocupaba, los gobernantes de las tierras limítrofes se conformaban en mantener su status quo y vivir del beneficio que significaba comerciar con la Liga. Desde que empezó su carrera diplomática había sentido que eso estaba mal, pero no era capaz de encontrar si las consecuencias de esa relación tendrían efectos negativos para la Liga y Namara.

Una vez en Corona le escribiría al Rey Casio sobre su preocupación. Ahora no había más que hacer que concentrarse en la misión que tenía adelante. Llegar vivo.

El grito de uno de los marineros lo distrajo. Arriba, en la torre de vigía, un hombre señalaba algo en el mar, pero no lograba distinguirlo.

-Son las islas de Noma, su Excelencia.

Maceo no se acostumbraba al cargo. Sin embargo, debía hacerlo rápido, en unas semanas llegaría a tierras donde exigiría de manera implícita que fuese llamado así.

-Juan es un marinero experto, capaz de poder ver-la. Pero a falta de ojos de marino, puede verlas a través del catalejo.

-Gracias Capitán.

Maceo tomó el instrumento y buscó las tierras mencionadas por los marinos. Sobre la línea de mar se divisaban tres montañas, la del medio más alta que las otras, alzándose desafiantes al mar.

-Después de pasarlas, sólo nos espera el mar por seis semanas, quizá más.

-¿Sabe de alguien que lo haya hecho antes en la Liga Atlántica? –preguntó Maceo mientras bajaba el catalejo.

-No en las fuerzas navales. Varios comerciantes han logrado hacer el viaje obteniendo grandes beneficios por el valor de la carga. Pero sólo unos pocos se retiraron. A los que lo intentaron nuevamente, no se les volvió a ver a ellos o a su tripulación. A pesar de los vientos méricos, estas aguas son peligrosas para navegar. Por eso se escogió América, todos en la marina piensan que es la única nave capaz de realizar esta hazaña. Y al parecer De Sala lo dio por hecho.

El Embajador asintió. Conocía la historia.

-¿Alguna vez estuvo en las islas de Noma?

El Capitán rió.

-Si, pero de joven. Nuestro barco fue atacado por piratas unos kilómetros al norte de Mopti. Aunque llegamos a hundir su barco el nuestro estaba muy dañado. Estuvimos a la deriva por casi una semana pero gracias a la habilidad de nuestro Capitán, logramos llegar a una de las islas pequeñas.

-¿Y qué pasó?

-Lo que tenía que pasar cuando uno tiene demasiada suerte en el océano. Encallamos y nuestro Capitán murió como consecuencia de un golpe en la cabeza. Una muerte desgraciada para un hombre de mar como él. Todos decían que era el precio que debió pagar por quitarle al mar su presa, o sea, nosotros. Varados sin los utensilios necesarios para reparar el barco, estuvimos esperando casi un mes la llegada de una nave amiga, pero nada.

-No era una situación muy agradable.

-No, y el alimento escaseaba. Habíamos sobrevivido más de cincuenta y las provisiones se estaban acabando. Éramos una embarcación de patrulla con otras dos que fueron hundidas, así que no llevábamos la carga que se necesita en una larga travesía como esta. Nuestro nuevo capitán, desesperado por lo inútil de la situación, construyó una precaria nave con la cual cruzaría de una isla a otra y buscaría ayuda. No lo volveríamos a ver.

-¿Lo volvieron a intentar?

-No. El siguiente capitán, uno de los tenientes de navío, decidió que la empresa era muy riesgosa. Un hombre inteligente. Mandó a armar una nave que nos permitiese pescar en aguas más profundas y encontrar alimento con mayor abundancia. Tres semanas después fuimos rescatados.

-Intuyo por su historia que no regresó a Noma.

-No. Y nadie más. En toda la historia de la Liga Atlántica, toda excursión más allá de estas islas ha terminado en desgracia. Dicen que existe una maldición en estas aguas, pero como yo lo veo, es más un tema de tecnología. Cruzar un océano tan extenso requiere de una nave especial, y sólo existe una América.

Una sonrisa se dibujó en el rostro de Maceo.

-Cuando habla de su nave es como si hablara de su hija.

-Así es. Desde que salió a la mar he sido su Capitán, y así como hay madera suya dentro de mi, mi sangre corre por su eslora. No dudo del éxito de la misión, pero se que no será fácil. Nos esperan encuentros con piratas, aguas tormentosas y quien sabe, quizá si exista tal maldición.

-Hay una historia detrás de esa leyenda.

-Si, pero no es para contarla en un día como este, de sol sin nubes. Más bien, hoy es un día para mirar adelante, al futuro, a lo que nos espera allá a lo lejos.

-¿Es usted un poeta también, Capitán?

-Desde que me enlisté en la marina a los catorce años, todos los Capitanes a los que he servido eran también artistas. Es una tradición que no he roto. Cuando uno se encuentra en el mar lejos de la civilización se puede olvidar que es un hombre y no un animal. Dicen que eso fue lo que ocurrió con Alejandro de Lumas. A mi entender el arte nos recuerda quienes somos y de donde venimos. Ahora si me disculpa, su Excelencia, debo hacer mi revisión de rutina por el barco. Permiso.

-Adelante –contestó Maceo.

El nombre de Alejandro de Lumas se quedó grabado en la mente de Maceo. El primo del Rey renegó su posición e intentó derrocar a Casio hace ya casi una década. Raptó una familia noble de larga tradición en Namara, exigiendo a cambio la mitad del tesoro real. Después los soltaría y él y su ejército se irían del país por siempre. Casio sabía que mentía.

Un Rey mercenario le advirtió al Rey de Namara que Alejandro quería contratar sus servicios para derrocarlo. Al sopesar ambas opciones, el Rey mercenario delató a su casi empleador.

Sin derramar una gota de sangre o perder uno de sus hombres, se retiró a su reino con un acuerdo comercial bajo el brazo que le traería grandes beneficios en el futuro. Tantos que dejo de emplear a su ejército y se dedicó al comercio.

Finalmente Casio de Lumas nunca le dio el dinero a su primo. Alejandro, enfurecido por la traición, asesinó a toda la familia y dejo sus cuerpos colgados en una playa

Producto de la ira, el mismo soberano salió a perseguir a su primo. Después de varios meses le dio el encuentro final en las costas del norte donde lo capturó con vida.

Con su guardia real, tomó al desgraciado y lo llevó a la playa más cercana donde lo mandó a ahorcar de manera que tomara casi media hora en morir. Después mandó a cortar su cabeza y la colocó en una pica en la parte alta de una de las torres.

El cuerpo lo dejó a la intemperie para que fuese devorado por las aves de rapiña.

Maceo respiró con fuerza. Ese era uno de los muchos capítulos trágicos en la larga historia de los Lumas.

Tratando de alejar ese pensamiento, se puso a observar el cielo. A lo lejos una gaviota mantenía el vuelo con solo extender sus alas.

¡Que increíble sería volar!

El ave, tras planear por unos segundos más, se echó en picada en búsqueda de su presa. Con el pez en el pico, salió del agua y cambio de rumbo, a tierra.

Maceo sintió un poco de envidia. Respiró nuevamente el aire a mar y decidió que sería bueno caminar un rato.

Recorrió la cubierta mientras los hombres trabajaban y lo saludaban conforme pasaba a su lado. Se sentía raro que un extraño supiese quien eres pero tú no.

Se paró al frente y vio como el mar no terminaba.

-¿Pensativo, su Excelencia? –preguntó el capitán de la guardia real.

Maceo volteó y lo vio acercarse.

-Algo. Pensaba en casa.

Las velas habían terminado de desplegarse y la fragata comenzaba a tomar velocidad. En unos segundos más alcanzaría los doce nudos.

-¿Buenos recuerdos?

-No, solo premoniciones negativas de un pesimista. Dime Hailé, ¿cómo están los hombres? ¿Siguen contentos?

-Bastante, ninguno de ellos se había hecho a la mar como marinero y se han adaptado a la perfección. La tripulación de América los ha recibido como iguales.

-Adaptabilidad es algo que vamos a necesitar cuando estemos allá. ¿Alguno ha manifestado señales de nostalgia?

-Ninguno, mas bien, están ansiosos de llegar a ese país lejano y extraño que es Corona.

-Y me imagino que también querrán conocer a sus mujeres.

El capitán esbozo una sonrisa.

-Son jóvenes.

-¿Qué hay de ti Hailé? Habla con sinceridad. Somos hombres que se van lejos de su tierra y que tendrán que hacer una vida allá. Si eres del tipo que quiere una esposa o una familia, tendrá que ser una coronense.

-Seria bueno encontrar lo que en Namara no he lo-grado conseguir.

Maceo asintió.

-Al parecer todos nosotros, de una u otra forma es-tamos escapando de nuestro hogar. Quizá todos seamos así.

-Es la esperanza de encontrar algo mejor. En todo viaje uno se crea expectativas y sueños. Creo que esta travesía no es la excepción. Ahora si me disculpa su Excelencia, he de volver a mi trabajo.

El capitán se despidió del Embajador y regresó a sus tareas.

Maceo lo vio irse y pensó en preguntarle al Capitán la posibilidad de hacer algo de utilidad en el barco. Algo de trabajo manual bajo el sol no le caería mal. Seis semanas de caminatas sin sentido por cubierta lo terminarían volviendo loco.

Una campana sonó dando la señal para ir a almorzar.

Maceo regresó por donde había venido y entró por una de las puertas debajo del puente. Siguió por un pasadizo hasta encontrarse con uno de los cocineros que llevaba un azafate con aperitivos.

Entró detrás de él al comedor mientras se sentaba el último de los oficiales en la mesa. Si había algo que siempre esperaba con ansias era la hora de comer. Rompía la rutina de cada día y hacia que la travesía fuese más llevadera.

Entre risas, comida y agua fresca, los integrantes de la mesa compartían experiencias y bromas, hablan-do de aquellas cosas que deseaban y lo que esperaban al final de su viaje.

Ya en el postre y saboreando el vino que tomarían en unas horas cuando sirviesen la comida, Maceo aprovecho un breve silencio e hizo la pregunta que había estado rondando por su cabeza.

-Capitán, he estado pensando si seria posible unirme a la tripulación para realizar algún tipo de trabajo.

Todos en la mesa se quedaron callados.

-¿A que tipo de trabajo se refiere, su Excelencia?

-Bueno, como el que realiza la guardia real.

El Capitán lo observó unos minutos.

-Lo siento su Excelencia, pero bajo ordenes del Rey Casio de Lumas, estoy prohibido de darle algún tipo de trabajo con la tripulación.

-¿Cómo?

-Antes de salir, su Majestad nos ordenó a todos nosotros que, en caso usted solicitara realizar algún tipo de tarea que pudiese atentar contra su vida, se lo negáramos. Espero nos comprenda.

-¿No les pareció extraña su petición?

-No su Excelencia, sabemos que un hombre sin labor en un barco donde casi doscientos hombres trabajan a diario, termina sintiéndose inútil.

Maceo asintió.

-Pero debe haber algo que pueda hacer.

-En realidad, su Excelencia, si. Su Majestad creyó conveniente que, una vez en alta mar, usted pueda adquirir nuevamente la fuerza para continuar sus estudios.

-¿Qué?

-Usted estudio artes arcanas en la Academia Real, ¿no?

-Si, pero no aprobé los exámenes.

-Dígame su Excelencia –preguntó el arcano del barco- ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que practico su arte?

-Poco más de tres años, cuando rendí mis pruebas antes de graduarme.

-¿No cree que seria bueno retomar sus estudios?

-Mi buen arcano, eso no es posible y ambos lo sabemos. Los estudios de alta magia solo se pueden realizar en la Academia Real. Hacerlo sin su supervisión esta penado con la cárcel en el mejor de los casos.

-La verdad, su Excelencia, es que en el mar un capitán adquiere ciertos derechos y poderes de decisión que deben estar a las alturas de las circunstancias. Yo considero que estamos en una situación muy particular en la cual nos vamos a enfrentar a peligros y situaciones que ningún otro barco en la marina Atlántica se ha enfrentado antes.

Maceo seguía perplejo. ¿Estaba escuchando bien?

-Además, tenemos la autorización escrita de su Majestad el Rey Casio de Lumas y el Alto Ministro de Artes Arcanas, Agisto Ramis. Si lo desea la puede revisar mas tarde, tengo el documento guardado en mi caja personal, bajo llave.

-No se que decir. Bueno, si, en verdad, si. ¿Dónde voy a estudiar? ¿En este barco? ¿Qué hay de los marinos?

-No hay la necesidad de preocuparse. En este barco contamos con todos los implementos que un arcano pueda necesitar, todos los barcos de la marina los tienen. Y los marinos no son hombres que se asusten fácilmente, todos ellos se han visto involucrados en combates donde la magia estuvo presente. Más bien, se sentirán alegres de saber que cuentan con un arcano más.

-¿Seguir con mis estudios no es más peligroso? Digo, algo malo podría pasar durante un experimento, y eso yo lo he visto.

Ante sus ojos, Silvia Omela había hecho una mezcla incorrecta en una poción y su brazo se había convertido en un masa de color grisáceo. Tuvieron que amputárselo.

-Su Majestad, y creo que habla por todos nosotros, consideró que es menos peligroso que hacer una labor manual en el barco o la posibilidad que le de una crisis nerviosa.

-¿Qué dice su Excelencia? ¿Acepta?

Maceo estaba redactando mentalmente la carta de agradecimiento al Rey y a Agisto cuando Gesio, el arcano del barco, le hizo la pregunta.

Se puso de pie, tomó su copa de agua y dijo

-Señores, un brindis por todos ustedes, es el mejor regalo que me han hecho.

-¡Salud! –gritaron todos al unísono.

Las vacaciones de Maceo no continuaron. Apenas salieron del comedor Gesio le pidió que fuese con él a su laboratorio para enseñarle el plan de estudio. Se encontraba emocionado de saber que tendría un alumno al cual pudiese enseñarle y había estado esperando que ese momento llegase.

Por ese motivo se había tomado la libertad de adelantarse a su decisión y había hecho un esquema de las materias a revisar. Maceo leía el papel que tenía en la mano con mucho detenimiento.

-El entrenamiento que planteas es bastante fuerte.

Gesio sonrió.

-Te mantendrá ocupado. Además, tenemos mes y medio para recuperar todo el tiempo perdido en estos tres años.

-Estoy de acuerdo. ¿A que hora empezamos mañana?

-¿Mañana? Empezamos ahora mismo.

Durante tres semanas Maceo Obiquer, Embajador de Namara para el reino de Corona, se levantaba en la madrugada y se acostaba poco antes de la medianoche.

Nunca fue una persona que durmiese mucho. Acostumbrado a los exigentes horarios que requerían el estudiar artes arcanas (habían tantas actividades nocturnas como de día) sentía que estaba adquiriendo el pico de eficiencia que tuvo hace tres años al rendir sus exámenes.

Después de observar el cielo, la posición del sol y medir el clima, seguían dos horas de ejercicio físico y un desayuno consistente en jugo de tuna, tostadas, dos filetes de pescado seco y un te de hierbas de Digro.

Hacia mucho tiempo que no comía el desayuno de los magos.

Ante la mirada de la tripulación, fue recuperando sus habilidades y capacidad de hacer magia. Pequeñas pruebas como la ilusión de objetos, los encantamientos de palabra y la cura de heridas pequeñas fueron haciéndose más difíciles como lanzar pequeños puntos de fuego, hacer que el agua dentro de un cubo se moviese o lograr que una antorcha se encendiese.

Cada prueba o nuevo hechizo era recibido con una ronda de aplausos y gritos de alegría. Los marineros sentían que tener más de un arcano en el barco los haría invencibles ante cualquier peligro.

A pesar de la dureza con la que se entrenaba, Maceo sentía que volvía a ser útil. También habían otros beneficios, su mente había recuperado la agilidad de antes y su condición física mejoraba. Ya no se levan-taba tan cansado en las mañanas y recordaba con mayor detalle sus sueños.

Cuando alcanzó ese estado, comenzó con la interpretación de lo que los eventos del futuro le querían decir.

Un mes después de iniciado su entrenamiento, Maceo y Gesio realizaban unas pruebas de detección de magia.

Sentado en una silla, Gesio le indicaba el momento en el cual había realizado un hechizo simple al azar. Inmediatamente Maceo hacía lo propio tratando de sentir de que tipo se trataba.

Era una prueba difícil. Generalmente, al observar a un mago haciendo los movimientos, diciendo las palabras y usando los ingredientes, se podía determinar de que hechizo se trataba. Pero era diferente hacerlo sin mirarlo, se requerían de habilidades avanzadas que solo unos pocos tenían.

-¡Ahora! –dijo Gesio.

Maceo hizo el hechizo mientras mantenía los ojos cerrados, concentrándose. El aura mágica rodeaba sus antebrazos y manos mientras focalizaba en su mente la energía detrás de el.

Sentía las vibraciones, el ruido, los ondas mágicas que llegaban hasta el. Finalmente, con seguridad, dijo en voz alta.

-¡Crear agua!

-Bien –contesto Gesio –Tres aciertos de cinco. Vuelve a hacer la técnica de relajación y lo intentaremos nuevamente.

Maceo inhaló y exhaló el aire durante diez minutos, usando su mente y los latidos de su corazón como reloj. Ser un arcano involucraba un gran control sobre el cuerpo.

-Listo.

-Bien. ¡Ahora!

Maceo hizo nuevamente el hechizo con los ojos cerrados. Estaba adquiriendo niveles mayores de concentración cuando sintió que algo lo jalaba.

Se levantó a medias de la silla y comenzó a tambalearse.

Abrió los ojos con espanto y vio como una gran luz emanaba no solo de sus brazos, sino también de su cuerpo. La piel le quemaba y comenzó a sentir que la cabeza le podía estallar en cualquier momento.

Su peor pesadilla se estaba haciendo realidad. ¿Qué había hecho mal?

Con un grito apagado gritó por ayuda. Cayó al suelo dando convulsiones mientras Gesio se acercaba a el conjurando hechizos de cura.

Toda la tripulación había visto el incidente. Los oficiales mantuvieron el orden evitando que se acercaran demasiado a riesgo de quitarle el aire fresco que tanto necesitaba.

Solo el Capitán y el doctor de navío se acercaron. Lágrimas salían de sus ojos y gotas de sangre caían por su nariz.

-¿Qué tiene? –preguntó el capitán.

-Algo malo, eso de seguro, Capitán. Algo o alguien mágico se acerca. Y es muy poderoso.

En ese instante, el vigía del mástil gritó.

-¡Tormenta a la vista!

Tanto el capitán como Gesio se pusieron de pie y miraron hacia donde el marinero estaba señalando.

A lo lejos, se podía ver como nubes negras cubrían el cielo y el agua hervía debajo de ellas. Finalmente, el Capitán habló.

-Se acerca.

VI.

A lo largo de la costa sur de Corona se erigen, como guardias de piedra, las torres de vigía que cuidan la frontera hacia el mar de Basá.

Mandadas a construir por Aurelio Corona trescientos cincuenta años antes para proteger el reino de las incursiones bárbaras, ahora servían como el recordatorio de épocas más oscuras.

Aunque no había ocurrido una invasión en varias décadas, siempre se mantenía un destacamento militar que se encarga de vigilar los mares y cuidar la población local.

Obstinados en no moverse de sus tierras, los pobladores habían logrado formar una ruta comercial estable, exportando lana gracias a los años de prosperidad que siguieron a la guerra de secesión.

Eso significaba más impuestos recolectados y mejor equipamiento para las tropas.

Telmo, capitán de la guardia, cabalgaba al frente pensando en las ventajas. No sólo las armas y las armaduras eran de mejor calidad, también los caballos. Importados de las tierras de Labó, permitían que cubriera mayor terreno en cada ronda que hacia. Eso ponía a los comerciantes más contentos y les daba una mayor sensación de seguridad.

Así el comercio crecía.

Los siete jinetes pasaban por el borde del acantila-do removiendo la tierra con los cascos de los caballos. Alrededor suyo una leve neblina se iba despejando conforme el sol calentaba la mañana.

Pasaron un promontorio y a unos kilómetros, en el lugar donde debía estar, una de las torres de la bahía. Telmo hizo una seña indicando que se detendrían unos minutos a descansar.

Mateo, segundo al mando después de Telmo aceleró su caballo hasta estar a su lado. Ambos se miraron y por un mutuo acuerdo de mirada, empezaron la carrera.

Los jinetes, deseosos de llegar cuanto antes después de horas de cabalgar desde el amanecer, rompieron formación y siguieron a sus comandantes.

Sobre las estepas los siete jinetes corrían como el viento, rompiendo la tranquilidad que daba el rumor de las olas.

Pero antes que pudiesen llegar notaron que un jinete se acercaba a darles el encuentro.

Ante lo extraño de la situación, Telmo ordenó que se formaran nuevamente, pero esta vez como unidad de combate. Los siete jinetes se pusieron lado a lado y disminuyeron ligeramente la velocidad para que todos pudiesen avanzar con el mismo ritmo.

-¡Capitán! –se escuchó la voz del hombre que se acercaba, pero nada más, el resto les llegaba como un apagado grito.

Finalmente, Telmo pudo ver que el hombre estaba señalando algo en la playa.

El capitán de la guardia disminuyó la velocidad, seguido instantáneamente por su tropa, para poder ver con mayor claridad la razón por la cual el hombre estaba tan alterado.

Abajo, mientras las olas incesantes caían una sobre la otra se podía ver que llegaban a tierra los restos de un gran barco, y al parecer varios de sus muertos.

Siguiendo al guardia de la torre, los ocho bajaron por un sendero en el acantilado que había sido primero forjado por la naturaleza y luego afinado por la mano de los gagarones, pero de estos ya no se encontraban signos ya desde la ultima guerra.

Es más, ni Telmo ni nadie de su generación que viviera a orillas del mar de Basá había visto un ser diferente a los humanos.

Quizá, como muchas otras cosas de antaño, no fuesen más que leyenda, un mito exagerado de algún pueblo extraño que fuese enemigo en el pasado y que al final fue erradicado.

Telmo era un hombre educado, sabía que los vencedores eran quienes escribían la historia. Personalmente, no le disgustaba ser el descendiente de aquellos que ganaron. Sea que su causa fuese la más justa o no. Le gustaba el mundo tal y como era, y todos vivían en relativa paz.

Llegaron a la playa y pudieron darse cuenta que habían más escombros que los que habían notado desde arriba. La mayoría de ellos eran pequeños, pareciendo algas desde la altura.

Con alivio, los hombres se dieron cuenta que era un naufragio común y corriente, uno de esos que ocurren dos o tres veces al año. No había sido el producto de un ataque de piratas o traficantes. Su mundo seguiría viviendo en paz.

Bajaron de sus caballos y revisaron cada uno de los cadáveres. Algunos ya tenían cierto grado de putrefacción, otros ya habían sido presas de tiburones pequeños u otros animales carroñeros como la gaviota de pico curvo.

Cargando cada uno de los cuerpos los fueron colocando en fila a unos metros de la orilla mientras que dos de ellos iban preparando una pira funeraria. Si algo había quedado en sus mentes después de tantos años, era deshacerse de los cuerpos lo antes posible. Había que evitar las enfermedades. Sea cual fuese las costumbres de estos hombres, se pediría perdón a sus respectivos dioses con una corta ceremonia consisten-te de una pequeña plegaria y un poco de sangre de quien la daba.

Generalmente era el hombre de mayor rango quien lo hacia, pero a Telmo lo tenia sin cuidado, no seria la primera vez.

Un poco alejado de la mayoría de los restos, Mateo divisó otro cuerpo que traían las olas, pero a diferencia del resto estaba abrazado de unas tablas. Corrió para cerciorarse que estuviese muerto pero cuando lo tomo de los brazos, el hombre exhalo una bocanada de aire mientras su cuerpo temblaba.

Una cavidad del ojo le sangraba profundamente y su piel estaba blanca y arrugada. Había pasado mucho tiempo en el mar y había perdido mucha sangre.

-¡Uno vivo! –exclamó al resto.

Todos se acercaron apresurados mientras Mateo dejaba el cuerpo sobre la playa y revisaba sus heridas. Cada uno de los guardias de Basá tenían conocimientos básicos de medicina.

-Ha perdido mucha sangre –le indico a Telmo.

Sin que nadie lo ordenase, tres de los guardias estaban preparando una camilla mientras que el vigilante de la torre aceleraba el paso para llegar a su caballo y tener todo preparado para la llegada del herido.

-Ustedes dos –indicó Telmo a los dos guardias prestos a asistir con la curación –prosigan con el quemado de los muertos. Solo cerciórense, con mucho cuidado, que lo estén.

Asintieron y salieron corriendo. Telmo se inclinó al lado del infortunado para ayudar a Mateo. El brazo lo tenía seriamente herido. Quizá lo perdería.

Se quitaron sus chaquetas y cubrieron al hombre para calentarlo. Aun así seguía temblando.

Haciendo uso de sus chaquetas y unos maderas largas, habían preparado una rudimentaria camilla que serviría para llevar al desconocido hasta la torre.

Telmo sabía lo peligroso que era mover una persona en ese estado, pero era imposible tratarlo en la playa. Para cuando trajeran las cosas de la torre para preparar un campamento y un gran fuego, este ya se habría muerto.

Dos de los soldados se llevaron la camilla con el herido mientras que el otro se adelantaba para ayudar al vigía con los preparativos. Debido a las heridas en el brazo y el ojo, era probable que hubiese que operarlo de emergencia.

Mateo lo miró a Telmo.

-No creo que sobreviva.

-Yo tampoco, demasiadas horas en el mar, con poca sangre en el cuerpo y no tenemos un verdadero doctor que lo atienda.

-Si salgo en este momento puedo llegar al siguiente pueblo y traer uno.

-Hazlo, pero llévate el caballo del vigía, los nuestros están cansados.

Mateo asintió, salió corriendo y trepó a su caballo. Antes que Telmo se percatase, este ya se encontraba arriba del acantilado.

Era probable que el hombre no sobreviviera, pero harían lo imposible para rescatarlo. Por lo menos eso le daría tranquilidad al alma de él y sus hombres.

Se dirigió a la pira que habían preparado para la quema. Uno de los soldados lo esperaba con una antorcha encendida. Apenas Telmo terminase de orar y ofrecer su sangre como tributo a los dioses de esos hombres, la encendería.

El capitán coloco una rodilla sobre la arena mientras removía un cuchillo corto de su cinto. Tomó un poco de aire y lo dejo salir.

¿De donde venían esos hombres? Por sus ropas no parecían mercantes, mas bien marineros de un ejercito. ¿Pero cuál? Nunca había visto esos uniformes

¿Alguna avanzada de un país lejano y extraño? ¿Un barco espía? El misterio del naufragio no había acabado. Ojalá el desconocido sobreviviese, responde-ría a todas las inquietudes que rondaban por su cabeza.

Suspiró.

Tenía que apresurarse, había una operación que realizar.

VII.

Parado a un lado con representantes de otros reinos, herido en la mitad del rostro, con un ojo tapado, y el brazo en una venda, Maceo mantenía su lugar con la mirada al frente pero sin perder los detalles que se desenvolvían a su alrededor.

Todos los asistentes esperaban de manera solemne la llegada del futuro Rey. Sólo el silencio y el suave murmullo de la música en suspenso, era lo que se escuchaba en la gran iglesia de Corona.

Incluso el sol, como si de un viejo amigo se trata-se, entraba por los grandes ventanales bañando todo en su tibia luz y dejando ver el polvo que en suspenso se sostenía en el aire.

De manera muy suave, los violines se hacían sentir con más fuerza. La hora se acercaba y debían estar prestos a recibir al nuevo monarca.

La masa de gente despertó de su letargo ante el cambio en el murmullo de la orquesta. Sabían que el momento había llegado.

El movimiento hizo que la conciencia regresara a la mente de Maceo. En el poco tiempo que llevaba en Corona había aprendido mucho de ese extraño reino, de su gente, su vida y sus problemas, sobre su aristocracia, sus costumbres y su economía.

Y el sutil poder de la iglesia.

Había confirmado los rumores del anterior Rey, quien con puño de hierro había gobernado esas tierras e influenciado a las que los rodeaban. Por más de sesenta años Augusto Corona había sido más que el Rey de un país al otro lado del mar. Había sido una deidad para su pueblo, un tirano para sus enemigos.

Su familia, al igual que él, había manifestado de la mejor forma posible esa imagen. Todos ellos girando alrededor de Augusto y moviéndose por el reino como si fuesen su voluntad y su deseo.

Excepto por su hijo.

Poco era lo que se sabía de Argento Corona. Su vida en la corte era un misterio. Alejado de todo por más de treinta años había mantenido las fronteras del norte contra las hordas salvajes provenientes del frío y del hielo.

Casado, con dos hijos adolescentes que estudiaban en la capital desde los diez años, el hombre era una fuente de especulaciones y rumores casi constantes.

¿Seria un semidiós como el padre? ¿Era cierto su romance con la princesa bárbara? ¿Tenia hijos con ella? ¿Conocía el arte de los arcanos? ¿A qué deidad adoraba? ¿Era un pagano? ¿Era un gran músico? ¿Un artista?

Eran tantas las preguntas que no podía recordarlas todas. Ninguna tenía una respuesta concreta.

Solo había un hecho sobre el hombre en si, era que le tenían respeto y miedo, tanto por el legado del padre como por su reputación como guerrero y líder.

Y es que un hombre que sin pedir ayuda alguna cuidó las peligrosas fronteras del norte por tanto tiempo, debía ser un ser superior.

Ahora regresaba a su tierra ya no como príncipe, sino como soberano de toda Corona.

La información que había llegado a oídos de Casio de Lumas había sido incorrecta. Quien fuese su informante le había llevado un rumor fuera de tiempo.

Augusto había muerto, si, pero hacia mas de un año. Después de su muerte hubo un conflicto interno en la familia real sobre quien debía ser el nuevo Rey.

Debido a lo seriedad del cargo en el norte, Argento le delegó la responsabilidad a su tío, Filipo, hasta que él pudiese regresar para su coronación. Para evitar confusión y desorden en el reino anunció su regreso en cinco años.

Pero menos de un año después, Filipo fue encarcelado por órdenes del príncipe y Argento inicio su viaje de regreso.

El crimen de Filipo era desconocido, pero si había algo en que todas las versiones estaban de acuerdo, era que había sido por traición.

Desde su difícil llegada a las orillas de Corona, la mente de Maceo no se había detenido a descansar desde que recuperó la conciencia.

Había tanto que aprender y tan poco tiempo. Cada día pasaba una hora enviando cartas a Namara informando sobre sus avances como embajador.

Después de las fiestas por la coronación, tendría una audiencia ante Argento y sus consejeros. A diferencia de Casio, no tenía Altos Ministros.

El sistema impuesto por el padre se había mantenido y sólo eran consejeros que recomendaban y sugerían. No había lugar para el debate.

Tantos años de opresión se hacían sentir aun a pesar de las nuevas libertades impuestas por su primogénito.

La forma de trabajar y el cuidado de las palabras cuando hablaban los miembros de la aristocracia y la burocracia del reino eran muy diferentes a las de Lumas.

Algo que le llamó la atención es que Corona poseía un sistema político similar al sistema al que Lumas apuntaba, pero el poder se concentraba con más fuerza en el soberano.

¿Sería esa la verdadera intención del soberano? Era posible que mucho de los nobles en casa lo viesen de esa forma.

No había recibido noticias de regreso, así que tendría que suponer que todo estaba bien. Esperaba que así fuera. Por muy nobles que fuesen las intenciones de Casio, se enfrentaba a fuerzas que había cosechado en el poder por muchos años.

Respiró con profundidad. Había mucho que hacer como embajador.

Un ligero dolor de cabeza le hizo recordar sus pocas horas de sueño. Tenia que recuperarse, aun seguía herido y dentro de unas semanas seria sometido a una operación mágica.

Recuperaría su ojo y el movimiento de su brazo pero le habían indicado que debía hallarse reposado y recuperado después del naufragio. No se podría someter al procedimiento hasta que hubiese recuperado sus fuerzas.

Los Altos Ministros de Lumas se habían equivoca-do, Corona estaba más avanzada en muchos aspectos de la tecnología y la magia. De ocurrir una guerra, esta sería cruenta y larga. Tenia que evitar ese escenario a toda costa.

Cuando se sentía la fuerza de los violines, el gran coro de Corona inicio su canto, mientras dos jóvenes mujeres entraban caminando portando unas pequeñas bolsas desde las que iban echando arena sobre el suelo.

Maceo había escuchado sobre esa ceremonia. Era un recuerdo de humildad al nuevo Rey que era un ser mortal y que, una vez muerto, se convertiría en tierra como todos.

¿Habría recordado el carnicero de Laplas ese rito cuando se creyó inmortal?

Detrás de ellas venia caminando Argento. No sólo él, sino la mayoría de la gente que asistía a la iglesia lo veía por primera vez.

Con poco menos de cuarenta años, era un hombre que ostentaba en su caminar todo el tiempo que había pasado como gobernador del norte.

La armadura que llevaba puesta no era una ceremonial, era su armadura de combate, la misma que había llevado al campo de batallas decenas de veces.

Detrás de él los comandantes de su guardia real, antes la guardia del norte. Veinte en total, todos hombres de tierras lejanas que seguían a su general sin pensarlo dos veces. Ante sus ojos había probado ser un hombre de honor.

El mensaje de Argento era claro. Antes de venir a ser Rey en Corona había sido Rey en la tierra donde había vivido gran parte de su vida. Había nacido para ser un líder. Sería un buen Rey para Corona.

Maceo podía sentir como la gente quería comentar lo que veía, pero se resistían a hacerlo por el respeto que les infundaba. Después habría tiempo para hablar durante los dos días de fiesta que seguirían.

El príncipe caminó hasta el altar donde se arrodilló mientras el resto de la iglesia seguía de pie. Su guardia se separó y se colocó en un lugar prefijado mientras se retiraban los cascos

El abad inició la ceremonia y habló por casi veinte minutos, una mezcla de plegarias que Maceo no en-tendía y mencionando el recuerdo del viejo Rey. Cuando finalmente terminó, colocó sobre la cabeza de Argento la corona de su nuevo reino.

Instantáneamente, conforme Argento se levantaba, el resto de la iglesia se arrodillaba, incluso los miembros del clero.

Sólo el coro cantaba a voz baja mientras el nuevo Rey de Corona miraba alrededor suyo. Primero a su familia y luego a sus súbditos.

Cogió la espada de su cinto, y la desenvainó. Con voz desconocida pero apropiada para su carácter, dijo.

-¡Levántense! No soy un Dios, sino su Rey. No les pido la fe, exijo el respeto. No pretendo ganarme sus almas, sino sus corazones. Porque con cada latido que ustedes den a mi lado, podremos llevar a Corona más allá de las estrellas; donde la paz y la prosperidad quepan en cada uno de nuestros pechos que serán a partir de ahora sólo uno.

El coro se había detenido y por unos segundos todo fue silencio en la iglesia. Repentinamente una ola de gritos y aplausos reventó en la gran bóveda mientras la gente hacía brillar lágrimas en los ojos al recibir a su nuevo Rey.

Afuera, las explosiones de los fuegos artificiales reventaban también de emoción.

Era el comienzo de una nueva era.


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