El Juglar de Oc - Parte 2

No perdía la costumbre de pensar en minutos, así que bajo mi inútil marco de referencia calculé que habían pasado unos veinte desde que deje el claro del bosque hasta que llegué a las orillas de un río.

El lugar era hermoso y me agaché a beber con las manos. El agua tenía un sabor dulce pero refrescante. Debo haber bebido unos quince sorbos. Una vez saciado me levanté y recorrí con la vista toda la orilla y el otro lado. No había señas de ninguna casa o huellas de ningún tipo. Pero era ahí donde terminaba el camino.

Estaba a punto de retroceder pensando que tal vez en algún momento había tomado un desvío equivocado, cuando lo escuché.

Era el grito más desgarrador que había oído en mi vida. La voz parecía llevar consigo su propio frío y al escucharla sentí claramente que mi cuerpo comenzaba a temblar y los cabellos del cuello y la cabeza se levantaban.

El sonido penetraba en el cerebro y hacía perder la esperanza. Mi cabeza se llenó de pensamientos de abatimiento y desconsuelo. Caí de rodillas con la cara entre las manos, sollozando.

Y tan súbitamente como empezó, el ruido cesó. De entre los árboles vi surgir a un hombre cuya edad era imposible de adivinar ya que tenía la barba sumamente espesa, desordenada y larga hasta por debajo de la cintura y los ojos llenos de esas arrugas que no son causadas por la edad sino por el sufrimiento. Vestía lo que en algún momento debieron haber sido finas ropas de seda, ahora hechas trizas y sucias.

Yo todavía no podía hablar, sentía que me faltaba el aire luego de haber escuchado ese grito escalofriante. El hombre se agachó a mi oído y me dijo susurrando:

-No tengas miedo, es a mí a quien sigue el espíritu que se queja. Tú sólo has escuchado un sollozo, yo lo escucho todo el tiempo.
-¿Cómo…? –alcancé a decir mientras recuperaba el aire.
-¿Cómo lo soporto? No lo hago. Pero es mi castigo y está conmigo desde el principio de mi peregrinaje por este lugar. Pero vamos, nadie viene hasta aquí a menos que necesite desesperadamente ayuda –me dijo cogiéndome de un brazo para ayudarme a ponerme de pie- Habla rápido.
-¿No volverá a quejarse? –dije con dificultad. Incluso con su ayuda me fue imposible sostenerme en pie y caí de rodillas nuevamente- No quiero escuchar ese sonido nunca más.
-Tenemos un instante, debes ser rápido.
-No, no. Debe haber otra forma. Lo que tengo que hablar contigo va a tomar tiempo. Tienes que explicarme bien el camino a seguir, ya que eres el único que lo sabe.
El ermitaño soltó mi brazo y se puso de pie. Con la voz dura me dijo:
-¿Buscas Tir Bo Thin’n, no es así?
-Así es.
-¿Quién te ha enviado?
-Vengo por encargo de una Sidhe que encontré en un claro del bosque en esa dirección –respondí señalando el camino por el que había venido.
-Lo siento. No puedo ayudarte.

Me puse de pie con dificultad ahora que el aire había regresado y lo miré fijamente. Si bien su aspecto era el de un loco, sus ojos eran firmes y delataban su fuerza interna. Este hombre se negaba por convicción, no por capricho.

-Pero debes ayudarme –le dije- Pasaré cualquier prueba o te ayudaré en lo que sea.
-Ya muchos han partido en búsqueda de Tir Bo Thin’n y no han regresado. Suficientes muertes he visto ya. No voy a causar otra más.

El ermitaño dio media vuelta y comenzó a alejarse.

-¡Espera! –le grité mientras corrí a alcanzarlo. Cogí su brazo y lo detuve. El ermitaño sonrió mientras giraba la cabeza hacia mí.
-Eres fuerte, juglar, y veo en tu rostro que si intentara alejarme me lo impedirías. Pero no tienes tiempo. Déjame ahora y vete de aquí o escucharás de nuevo el llanto. ¿No lo notas? Se acerca.
-No me iré –dije, aunque con miedo pues realmente podía sentir una sensación agobiante, una fuerza que se acercaba, y se podía sentir de nuevo un viento frío.
-Te irás. Veo tu miedo. ¿Y así pretendes enfrentar a La Som-bra? ¡Lo que vas a ver ahora no es sólo una sombra, ella es la verdadera Scathach! –Al notar que no lo soltaba prosiguió- Tonto, morirás aquí al oír el llanto tan de cerca. Vete.
-Te he dicho que no lo haré.
-Pero ¿estás loco? ¡Mira! –gritó señalando hacia el bosque.

Y entonces vi acercarse a la muerte en la forma de una mujer atormentada. Era un espectro que pese a su apariencia humana delataba claramente su vil propósito. Sus ojos eran suficientes para causarme pesadillas por toda la vida. El espectro no camina-ba, sino que se deslizaba sobre el suelo como flotando.

Aún así no solté al ermitaño, pues yo estaba dispuesto ya a morir si era necesario en la búsqueda de mi destino. El hombre me miraba con una mezcla de terror y preocupación en el rostro.
El espíritu abrió la boca para emitir un grito desgarrador. El sonido tenía forma, tenía masa, era perceptible no sólo por los oídos sino por todo el cuerpo en forma de cuchillas que causaban un dolor agonizante.

Fue demasiado. En un instante, todo se convirtió en oscuridad.

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Cuando abrí los ojos de nuevo tenía al ermitaño a mi lado, de cuclillas y con los brazos cruzados, mirándome fijamente. Yo estaba tendido en el suelo y cubierto en un sudor helado, mi mano apretando fuertemente a Tesón.

-Has sobrevivido juglar –me dijo el ermitaño- Increíblemente has sobrevivido.
-Lo… lo he hecho… ¿verdad?
-Si, pero que no se te suba a la cabeza, ya que sospecho que el mérito no es tuyo. Ese instrumento que aprietas en la mano debe ser capaz de defenderte en parte de este tipo de sonidos mortales.
-Al… al menos…
-Calla. Lo que hiciste fue insensato y no resistirás el siguiente grito. Pero un hombre dispuesto a morir por obtener mi ayuda no merece que se la niegue. Dame la mano, te ayudaré a ponerte de pie. Cuando el espíritu regrese pídele que te cuente su historia. Luego de escucharla nos dejará tranquilos por un buen tiempo y podré ayudarte.

Lentamente y con ayuda pude ponerme de pie. Noté que el ermitaño me miraba preocupado.

-¿Me veo muy mal? –le pregunté.
-Si realmente te encontraras como te ves, estarías muerto.
-¿Tan mal, eh? –logré sonreír.
-Prepárate, ahí viene.

Uno pensaría que al verlo por segunda vez el efecto sería al menos un poco más leve, pero no fue así. Los ojos del ermitaño me confirmaron que toda una vida no bastaba para perderle el miedo a esa horrible criatura. Usando todas mis fuerzas logré mantener el control y cuando el espectro se acercó a unos metros le grite:

-¡Alto! Cuéntame tu historia espectro. Déjame conocer el motivo de tu sufrimiento y descansa.
Al oír esas palabras el espectro se detuvo por un momento, me miró fijamente, y luego continuó moviéndose en dirección a mí.

-¡Dijiste que se detendría! –le grité al ermitaño.
-Te dije que te contaría su historia. Prepárate.

El espectro estaba ya en frente de mí. Vi con terror como estiraba uno de sus brazos en dirección a mi cuello. Cuando hizo contacto, pude ver cómo parte de mi piel se ponía azul con un frío tan intenso que no se podía comparar con nada del mundo real.

Y en ese momento, lo supe todo.

Sólo había demorado el tiempo que le toma a un hombre el pestañear, pero el espectro me había contado su historia con todos los detalles. En mi cabeza quedó grabado hasta el menor sentimiento de todos los involucrados. Retiró su brazo, bajó la cabeza y se alejó. Voltee a mirar al ermitaño, que ahora esquivaba mi mirada con la cabeza fija en el suelo.

-¿Tú los mataste ermitaño?
-Ya lo has visto.
-He visto una isla prodigiosa, donde los habitantes no morían por edad o enfermedad de ningún tipo. He visto a una mujer guerrera entrenando a un gran héroe.
-Fue el mejor. Nos salvó a todos.
-He visto a un hombre cegado por los celos. Un hombre que desconfiaba, que en su locura creía que su esposa no sólo entrenaba al héroe en combate, sino en otras artes. Lo he visto matar a su amada.
-No fue sólo ella.
-Lo sé. Luego de este suceso desafortunado, la magia de la isla se esfumó, todos murieron. Incluyendo a tu hijo.
-Ya he sido juzgado y sentenciado. ¿No has visto? Mi castigo es sufrir ahora una eternidad atormentado por los recuerdos.
-No juzgaré yo si el castigo es merecido o no.
-No necesitas decirlo, puedo verlo.

El ermitaño suspiró y volteó su cuerpo para darme la espalda. Me dijo:

-No malgastes tu compasión, la vas a necesitar para ti mismo si llegas a tu destino.
-¿Conoces el camino?
-No, no lo conozco.
-¿Qué me dices? Entonces no entiendo para qué todo esto.
-No conozco el camino a Tir Bo Thin’n, pero sé cómo llegar.

El ermitaño giró de nuevo y me miró a los ojos. Había des-aparecido todo rastro de temor o sufrimiento.

-Para llegar a Tir Bo Thin’n no se puede querer hacerlo. El que lo busca jamás lo encontrará. Sólo cuando dejes de buscarlo podrás alcanzarlo.
-Tú has estado ahí, ¿no es así?
-Sabes leer muy bien a las personas.
-Es algo que he venido aprendiendo en este viaje.
-Estuve allí. Llegué sin querer mientras deambulaba loco en los inicios de éste martirio.
-¿Aprendiste algo?
-Si. Aprendí que ninguna sociedad es perfecta, ni siquiera la isla prodigiosa de la que vengo. Aprendí que es muy tonto el que ignora factores inherentes al ser humano como el egoísmo y la contradicción, el temor al cambio, el deseo sexual o el deseo de trascender… por nombrar sólo algunos. Estos factores han destruido sociedades, reinos, imperios, países.
-Humm… el egoísmo y el poder… por su culpa la mayoría de las instituciones son corruptas.
-Las instituciones no son corruptas, son corruptas las personas que las forman. Lo irónico es que las personas que condenan a toda una institución por las acciones de unos pocos, no se dan cuenta que ellos también pertenecen a grupos en los que hay gente mala.
-¿Aprendiste que nadie es perfecto?
-Nadie lo es.
-Aunque… tengo un amigo que dice que él sí.

El ermitaño y yo nos quedamos pensativos por un buen tiempo. Él luchando con sus recuerdos y yo tratando de entender lo que debía hacer. Repasaba las pruebas y los diálogos que había tenido hasta ese momento. Miraba las cosas desde distintos ángulos. Y de pronto, lo supe.

-He encontrado la manera de llegar, ermitaño.
-Entonces ha llegado el momento en que me dejas solo. Debo decir que, después de todo, me dio gusto que no huyeras.

Estreché su mano y no pude evitar sentir algo de lástima por él pese a su advertencia.

-Dime, amigo –le dije- ¿Crees en un Dios? ¿Crees que tu familia está con él, esperando tu regreso?
-Yo creo en varios dioses, juglar.
-¿Varios? Pero alguno debe ser el más poderoso, el creador, el que gobierna a los demás.
-Interesante error el de asignar siempre un líder y una jerarquía a todo, incluso a las divinidades. Pero es la forma que tiene el hombre de encontrarle un sentido a las cosas. Tendemos siempre a pensar que hay un orden detrás de todo, que existe una lógica que aún no descubrimos. Nos es muy difícil aceptar la idea de un universo caótico e ilógico.
-¿Es así en realidad?
-Lo es, ahora ya lo sé.
-Pero yo me refería a una fuerza creadora. Yo sé que cada persona ve algo diferente: algunos ven a Dios, otros ven a Ra o Gaea saliendo del caos, o una gran explosión a partir de una singularidad. Pero todos hablan de lo mismo.

El ermitaño comenzó a reír. Era un penoso espectáculo pues, incluso en la risa, su rostro ofrecía tristeza.

-¡Ja ja! Lo que me dices es tan sabio que no puede ser idea tuya. Veo que has aprendido la lección de aquel que es el Tercero en el Templo.
-Muchas gracias por confiar en mi capacidad. Pero ¿estoy en lo cierto?
-Es correcto. Algunos definen a cada aspecto de esta energía creadora por separado y otros prefieren tener una sola entidad que agrupa todo. Hay personas que prefieren verlas desde el punto de vista del leguaje abstracto y no poético. Te aseguro que a la energía creadora le da igual.
-¿Y en tu caso?
-Mi familia no me espera, pues no regresaré. Es mi castigo. Pero ellos están a salvo y aún me recuerdan. Sigue tu camino juglar, ahora que sabes cómo.
-Adiós entonces. Y no pierdas la esperanza del perdón.

Dejé al ermitaño atrás y me interné en el bosque. Ya no había nada de que preocuparse.

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Es imposible saber cuánto tiempo estuve vagando por el bosque. Sabía ahora que la única forma de llegar a mi destino era el no buscarlo. Tenia que alcanzar el Satori.

Tenía que descubrir.

Es difícil tratar de explicar ahora lo que encontré, las palabras no pueden describirlo. Pero intentaré aproximarme.

Descubrí el arte de plantear preguntas. Pero no preguntas racionales con respuestas lógicas. Descubrí el arte de plantear las preguntas necesarias para abrir la mente, las preguntas sin sentido.

Descubrí que todas las verdades son inventadas por nosotros y que el universo existe sin verdades, en caos. Descubrí cómo pasar más allá del orden y más allá de lo lógico. Llegué al borde de los precipicios de la mente y salté al otro lado.

Descubrí que todas las cosas y todos los seres somos formados por la misma energía. No aprendí nada nuevo, sólo me di cuenta de lo que ya sabía. Después aprendí a no saber.

Y cuando no supe, las formas desaparecieron y pude ver todo volverse uno.

Descubrí el sonido que hace una sola mano al aplaudir. Visité el momento en que todo empieza y todo acaba. Descubrí el secreto de lo mismo. Aprendí a entender el absoluto. Aprendí a estar en silencio al gritar. Conocí el todo y no las partes.

Y encontré que lo más valioso del mundo es aquello a lo que nadie puede poner precio.

Y fue entonces cuando vi el monolito. Medía casi tres metros por lado, un cubo perfecto. Las paredes eran transparentes, de un material similar al cristal. No había ninguna inscripción, pero no era necesaria: estaba en Tir Bo Thin’n.

Pero no estaba solo. Yo estaba ahí. Y estaba él.

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La figura que estaba de pie en frente de mí era Yo mismo. Pero este era un Yo extraño, diferente, un Yo que de alguna manera me hacía sentir incómodo. No era sólo el hecho de que este Yo estuviera al revés de lo que uno está acostumbrado a ver en un espejo. Era algo más.

-¿Que significa esto? –dije
-Viajero, haz superado muchas pruebas, pero ahora debes enfrentarme a mí, el segundo, La Sombra –dijo mientras sacaba de su funda a Cizaña, la espada que me había mostrado la Sidhe, sólo que se veía de alguna manera más oscura.
-¿Y me puedes decir quién eres, tú que te has escondido entre las sombras todo este tiempo?
-¿Qué no es obvio? Yo soy tú, o mejor dicho, lo que tú has dejado atrás.

Aquel Yo se lanzó entonces con su espada hacia delante, dis-puesto a enseñarme que él sí sabía cómo usarla. Logré dar un salto hacia atrás y esquivar el primer golpe. Di la vuelta al mono-lito y lo puse de barrera entre él y yo. Podía verlo a través de las paredes transparentes del mismo, sonriendo vilmente, midiendo los espacios. Yo miraba de un lado a otro buscando algo que me pudiera servir de ayuda. Tenía que seguir hablando, ganar algo de tiempo.

-¿Así que eres yo, eh? –dije- Pero bastante más agresivo, déjame decirte.
-Agresivo, ignorante, menos sabio… pero más cruel. Verás, yo soy todo lo malo que tenías. Yo existía desde antes de que iniciaras el viaje y te seguí desde un principio. Primero era pequeño, débil. Pero a medida que tú ganabas en experiencia y conocimiento yo también me volvía más fuerte ya que eran más los aspectos negativos que ibas desechando.
-Entonces, no eres más fuerte que yo.
-Tan fuerte cómo tú. Pero mientras tú has crecido en conocimiento yo he crecido en agresividad, intolerancia, maldad… ¡e impaciencia!

Y se lanzó de nuevo por el lado derecho del monolito. Yo salté hacia la izquierda, tropecé con algo y caí sobre mi brazo. En un segundo él estaba encima mío. Cizaña se movió en dirección a mi pecho.

Y en ese momento, sucedió lo inesperado: el cuerno de bronce, hasta ahora a mi lado, emitió un sonido grave que fue subiendo de intensidad con una velocidad asombrosa. Si bien a mí me parecía fuerte pero soportable, a aquel que era Yo le causaba un efecto devastador. Soltó su espada y cayó rodando al suelo mientras se tapaba los oídos con las manos.

Yo entonces, mientras agradecía a la Sidhe de todo corazón, tomé la espada en mis manos y me acerqué al cuerpo que se retorcía de dolor. En unos segundos más el cuerno de bronce dejaría de sonar, pero ya me encontraba yo encima de mi enemigo y con la espada a unos milímetros de su cuello.

-¡Adelante! –me dijo- Acaba de una vez conmigo y habrás terminado por fin con tu última prueba y con todo lo malo que has dejado atrás.
-No –dije, pues ya había entendido lo que se esperaba de mí en esta prueba.
-¿Qué estás diciendo? ¿No lo harás?
-No. No lo haré porque destruirte no es lo que debo hacer. Tú y yo somos uno y debemos existir juntos siempre. Es el orden de las cosas. Lo positivo necesita una contraparte negativa o de lo contrario es cegado por su propio brillo y se convierte en algo mucho peor. Esta es la primera lección, la lección de tolerancia de la que hablaba el encapuchado.
-¡Iluso! Si me dejas libre yo estaré siempre allí para perse-guirte.
-Es cierto. Pero yo sabré mantenerte bajo control. Uno no puede huir de su pasado o de su lado negativo. Pero ahora soy más fuerte y en lugar de hacerme daño me ayudarás a ser aún mejor. Ven, levántate, dame la mano.

Tomó la mano que le ofrecía y se puso de pie. Y en un instante, fuimos uno de nuevo. Y ahora juntos éramos más que la simple suma de los dos.

Sentí una gran alegría porque comprendí que las pruebas habían pasado. Había aprendido las tres lecciones. Podía regresar a casa.

Pero antes, sólo una cosa quedaba por hacer en este mundo. El monolito comenzó a brillar y yo sabía que debía entrar. Como era de esperarse me llevó de regreso al templo con columnas y sabía que dentro encontraría una capa marrón con capucha y unos guantes. Descansé mientras preparaba una pócima para recibir al viajero. Fue fácil encontrarlo, desorientado en el suelo. Evité que me reconozca en todo momento porque de otra manera el efecto estaría arruinado.
Cuando le mostré a Gae Bolga, se molestó y no pude evitar sonreír. Como era de esperarse, eligió a Tensón. Y tuve que hacer la pregunta por más que yo sabía que daría la respuesta correcta, porque así ha de ser.

Tengo que confesar que no pude evitar ayudarlo un poco más de lo debido. Le comenté sobre la proyección de las fuerzas en un mundo de cuatro dimensiones. Y también lo encaminé hacia el bosque cuando lo noté indeciso.

-Ya nos hemos visto dos veces –le dije, pues ésta era la segunda.

Vi como el viajero, yo mismo hace tanto, se adentraba en el bosque. Esa era la segunda lección: Yo soy mi propio mentor. Y lo había hecho bien.

Había llegado el momento de volver a casa.

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Por supuesto que no me sorprendí para nada cuando, dos días después de mi regreso, me encontré con El Gordo en un café. Yo estaba tratando de ordenar varios papeles y anotaciones en una de esas diminutas mesas que tienen los cafés cuando lo vi entrar.

El Gordo se acercó y, con la misma actitud de tranquilidad total, como quien conversa sobre la diferencia ente un café espresso y un cappuccino, me dijo:

-Veo que eres uno de los Aes Dana ahora.
-Si –respondí-. Muchas gracias por todo.
-No hay problema, algún día yo iré a Tir Bo Thin’n, pero por ahora hay otras cosas que hacer.
-¿Cientología?
-Je, je. Ahí siempre hay adeptos. Pero bueno, antes de dejarte tranquilo dime: ¿Cuál fue tu tercera lección?
-¿Mi destino? Lo tienes aquí al frente en la mesa. Voy a escribir un libro.

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