El núcleo

Mientras la nave viajaba por el vacío del espacio, el Comodoro Dmitrii Kovs II se sentía incómodo.

La incomodidad no era causada por la nave, ya que la “Pérez de Cuellar” era una nave diplomática moderna y como tal tenía todas la comodidades que la tecnología podía ofrecer. Lo que el Comodoro Kovs sentía era algo más complejo.

Era algo más parecido al miedo.

-Eso es. Tengo miedo.
-¿Miedo? –preguntó Matías Sing, el único otro ocupante de la nave- Tranquilo Dmitrii, Seguridad me asegura que los equipos que enviamos hace dos semanas no han encontrado nada peligroso. Mira, los pobres no tienen recursos ni para fabricar un arma decente.

Dmitrii asintió y sonrió, pero en realidad no se sentía ni una pizca más tranquilo. Matías no entendía, había pensado que el miedo se debía a una preocupación por su seguridad personal. Era un buen soldado y un experto en los Nucleares, ese Matías, pero su mente sólo trabajaba en términos de quién podía golpear más rápido o más fuerte. Mientras tuviera el arma más potente o la espada más grande todo en la vida estaba bien para él.

Pero no, no era eso lo que incomodaba a Dmitrii. Luego de haber salido ileso de las decenas de batallas contra los salvajes Periféricos en la ya legendaria rebelión de los años 30, Dmitrii había perdido el temor a las armas y había aprendido a confiar en los escudos. Él sabía que la tecnología para defensa que tenían era la mejor del sistema y que sufrir daño físico era sumamente improbable. Además, los Nucleares no se atreverían a hacerles daño. No arriesgarían una guerra.

En todo caso, nadie vive para siempre y Dmitrii tenía ya 184 años… no era un anciano pero su mejor época ya había pasado definitivamente.

Años… El miedo regresaba…

-¿Es cierto que ellos viven sólo 80 o 90 años? –preguntó.
-Es cierto –respondió Matías- Incluso muchas veces es me-nos. El aire que tienen ahí no es puro.
-¿No lo es? ¿Por qué? ¿No les vendemos generadores?
-Sí, pero los usan sólo los de la clase alta, los otros respiran el aire de la atmósfera.
-Están locos. Respirar eso. Están locos.

Años de misiones diplomáticas le habían enseñado mucho a Dmitrii. Heredero de uno de los apellidos más notables de toda Luna, probablemente era el diplomático más experimentado. Pero nada lo había preparado para esta misión en particular.

Sabía por qué había sido escogido. Dmitrii tenía en su haber más de 30 libros sobre diferencias culturales y de cómo estas se manifestaban, no sólo en vestimenta y comida, sino en deseos, esperanzas y conceptos generales como qué es el profesionalismo o cuándo una acción es buena o mala. Pero todos sus libros se referían sólo a Orbitales, nunca había pretendido aplicar sus conceptos a los Nucleares. ¿Cómo ponerse en su lugar? ¿Qué pensarían? Sabía que los Nucleares sentían envidia de los Orbitales, nadie vivía ahí a menos que no le quedara otra opción.
¿Cómo tratar con personas que no tienen siquiera la seguri-dad de tener alimento para el día siguiente?

Eso era lo que lo molestaba. El no poder ponerse en el lugar de los Nucleares. Un buen diplomático tenía que ponerse en el lugar del otro bando. Pero era imposible, eran demasiado diferen-tes.

¿Se suponía que debía sentir algún tipo de melancolía o pena? Pero, ¿cómo sentir pena de algo que sólo había visto de lejos? ¿De algo tan feo, tan triste? Tristeza. Tristeza y miedo.
La nave llegó a su destino. Inmerso en sus pensamientos, Dmitrii no se había acordado de mirar por la ventana para obser-var el panorama desde el aire. Tal vez era mejor. De esa manera sólo tendría como referencia las fotos de la enciclopedia y las fotos siempre muestran las vistas más hermosas.

La puerta se abrió.

-Bueno, aquí estamos al fin.
-¡Puh! ¡Que feo olor!
-Tranquilo Matías, este es el olor real ¿te das cuenta? Aquí respiran aire de verdad, porque su atmósfera lo soporta, no aire filtrado. Es lo que respiraban nuestros antepasados.
-Sí, y también comían hojas de los árboles y se colgaban de una rama. Gracias, pero no es para mí.
-Tiene su encanto, míralo como una experiencia con valor cultural.
-Mira, como turismo está bien, pero vivir aquí… jamás podría…

Había que admitir que el olor era horrible. Dmitrii trató de ignorarlo mientras descendía de la nave.

Ahí estaba el comité de bienvenida: cuatro personas. Vehícu-os antiguos, probablemente motores de combustión interna. Tontos, ¿es que no habían entendido nada?

Pero no había viajado hasta aquí para quejarse. A trabajar.


Dos días después el comodoro Kovs no ocultaba su alegría al estar de vuelta en la nave camino a casa. Mientras tanto, Matías devoraba una porción de comida deshidratada.

-¡Comida de verdad al fin! –exclamó Matías mientras devoraba la galleta.
-Bueno, al menos la misión fue fácil.
-Claro, no estaban en capacidad de negociar nada. ¿Qué podían hacer?
-Es cierto… pero dime, ¿no te da algo de pena? Digo, verlos así, en esas condiciones.
-Realmente es un milagro que estén con vida.
-Recuerda que nosotros fuimos así alguna vez.
-No. Así no. Yo he visto los hologramas y era otra cosa. Ellos se lo buscaron y ahora ruegan por ayuda. Siempre supieron a dónde los conduciría el camino que siguieron. Dicen que hay escritos del siglo XX que tocan ese tema.
-¿Siglo XX?
-Imagínate. Y nunca hicieron caso.

Increíble. La estupidez de los Nucleares. Afortunadamente los Orbitales no habían corrido la misma suerte. ¿Qué había cambiado? ¿El hecho de que todos los Orbitales descendían de científicos? ¿La necesidad de mantenerse con vida en el espacio? Imposible estar seguro.

-Bueno, tengo que admitirlo Matías, fue una experiencia horrible. Pensé que sentiría algo, cariño, nostalgia… algo. Pero nada.
-Una pena, digo yo. El clima, sin ningún tipo de control, podía llover en cualquier momento, ¿te diste cuenta? Y los insectos. Las masas de gente.
-Es una especie de ecosistema. Dañado, pero ecosistema al fin.
-Ah, y el agua, ¿viste? ¡El agua! Qué tal desperdicio, qué tal ineficiencia. Y le llaman océano.
-Jamás podrán adecuarse, son demasiado conservadores. Pa-rece el Siglo XVIII, cuando mezclaban la física con la alquimia. Les hablas de ingeniería genética o de nanotecnología y puedes ver el miedo en sus ojos. Es un tema tabú.
-Bueno ya tienen su contrato de turismo y la rebaja en las importaciones. Con algo de suerte nunca más tendremos que regresar a la Tierra.
-Eso espero.


La nave siguió su rumbo a Luna.

1 comment:

Anonymous said...

Aqui estoy de nuevo criticandote. Eso es lo facil. No importa, lo importante es que lo hago por creer que te ayudo. Si te molesta, no lo volvere a hacer.
A lo que vine: Todo luce demasiado obvio. Se sabe mucho antes de que llegue al final y creo que debías poner a los Orbitales más lejos, la Luna está demasiado cerca para crear imaginación de verdadera Ciencia Ficción

Un saludo

Jallite