Los círculos del Tiempo

“War is behavior with roots in the single cell of the primeval seas.
Eat whatever you touch or it will eat you.”


FRANK HERBERT
Chapterhouse: Dune


I.
Una neblina densa caía sobre las calles de la ciudad. Los edificios grises y monótonos, llenos de grietas y agujeros, dejaban pasar el aire por sus pasadizos creando un coro de voces fantasmales.
La imaginación volaba ante ese ruido de cementerio y el paisaje de pistas vacías y muertas hacían recordar un ayer que ya no existía.
Automóviles viejos yacían por las calles con el esqueleto oxidado y derruido. Animales creados por el hombre y sin rastro alguno de la humanidad que una vez llevaron a su destino.
Vitrinas rotas, marcos sin puertas y el maldito pol-vo que lo cubría todo, sólo eso era lo único que quedaba.
Ese era el pensamiento que cruzaba por la mente de Alondra. Como todas las mañanas, se levantaba a ver el mundo al que pertenecía.
De chica había escuchado las historias de su madre. Cómo, hacía muchas madres atrás, la gente caminaba libre por las calles; una época en la cual se podía ir al campo sin temor y viajar a velocidades extraordinarias.
¡Cómo le gustaban aquellas historias! Siempre se hablaba de la ciudad de las luces, de cómo la gente era feliz y vivía en un mundo de abundancia. Pero cada vez que miraba a su alrededor no lograba entender como dejaron que las cosas llegaran al punto en el que estaban.
Era gracioso. Aunque escuchó esos relatos cientos de veces, siempre recordaba el ambiente de la misma manera: ella pequeña y en los brazos de su madre, las antorchas ardiendo a su alrededor y un grupo de per-sonas escuchando su suave voz mientras ella los transportaba a una época pasada.
Y de vez en cuando, una mano infantil se levantaba al aire y preguntaba.
-¿Así era todo?
Su madre le respondía, sonriendo.
-Donde existían ciudades, sí.
-¿Y ahora?
-Bueno, casi todas las ciudades están muertas, algunas –y miraba alrededor- siguen vivas pero duermen. Algún día las despertaremos de su largo sueño.
Su madre siempre decía esas palabras, dando una señal de esperanza. Sin embargo, ahora que Alondra era mayor y veía lo difícil que eran las cosas, no dejaba de pensar en la falsa ilusión que le había creado.
No le gustaba crecer.
Josué roncó ligeramente detrás de ella. Volteó a verlo unos segundos y regresó su mirada al frente. Alondra siempre se levantaba mas temprano.
Suspiró.
Como extrañaba a su mamá, nunca conoció a su papá por lo que ella fue ambos roles durante toda su vida. No fue tan difícil, pocos hombres llegaban a vivir más de doscientas lunas. Era raro ver que un hijo o hija estuviese al lado de su padre después de hacerse adulto.
Por algún motivo siempre pensó que había algo mal en todo eso.
Lo que sí había notado era una mirada de tristeza entre las mujeres mayores. Habían perdido a sus pare-jas cuando eran jóvenes. Y sin importar lo infantil o irresponsables que fueron, los extrañaban.
¿Cambiarían algún día los hombres?
Ella no quería perder a Josué de la misma manera que a su papá, pero era probable que así sería. Al igual que antes, las bandas y las peleas callejeras eran cosa de todos los días y siempre eran uno o dos los que regresaban heridos o muertos.
¿Y si perdía a su hijo de la misma forma?
Miró su barriga y pasó su mano sobre el ombligo, como queriendo proteger a la vida que llevaba dentro. Apenas con tres meses ya se sentía hinchada, cambiada. Había tanto que quería compartir con sus amigas. El viaje al Ágoro había sido corto, pero se habían quedado ahí por casi dos lunas.
Con cierta esperanza pensó que no debía ser igual. Ella quería que su hijo tuviese un padre y que a su vez él también llegase a ser viejo y sabio y no morir en una calle sucia y apestosa rodeado de lodo y mugre. Quizá era mucho pedir pero no perdía nada al mantener ese sueño.
Una corriente fría recorrió su cuerpo y sintió la necesidad de abrigarse. Cogió una manta que había cerca, se la puso sobre los hombros y se alejó del cuarto.
Bajó las escaleras con el rifle colgado del hombro. Un vaho de aire helado le salía por la boca.
Abajo se distinguía una pequeña lumbre que daba calor a la habitación. Allí se hallaba un hombre joven, flaco y de rostro tosco que dibujaba en el suelo con un trozo delgado de madera.
-Hola –le dijo Alondra mientras se acercaba al fuego.
-Buenos días –le respondió él-. ¿Qué tal dormiste?
-Bien, gracias. ¿Tú como sigues? –se sentó cerca del fuego con las piernas echadas de lado.
-Mejor, gracias. Él resfrío ya me está pasando –él echó la rama al fuego-. ¿Quieres un poco de té?
Ella asintió.
El hombre retiró un frasco metálico de su mochila y un trípode de metal que colocó sobre el fuego. Luego llenó el frasco con agua de su cantimplora y lo puso encima para calentarlo.
Ambos se quedaron mirando el fuego en silencio.
-¿Cómo va el bebé?
Había algo de tensión en su voz. Al parecer la curiosidad de Filipo por los números le habían hecho sospechar la verdad.
-Bien –le respondió, tratando de no dar mucha importancia a su pregunta-. Pero ha pasado poco tiempo, pasarán varios meses antes que necesite tomar descanso.
-Mmm, nacerá en el verano.
-Otoño en realidad.
Él asintió.
La estaba examinando. Quizá era justo que él supiese que era el verdadero padre, pero también tenía que pensar en la justicia para su hijo. Por mucho que lo quisiera, Filipo no podía brindarle la misma protección que Josué sí le podía dar.
En realidad, no importaba la identidad del verdadero padre. Lo que importaba era la supervivencia de esa nueva vida que llevaba dentro.


II.
Josué se despertó. Hacia frío y no había con que abrigarse. Ni la manta ni Alondra estaban cerca. Ella siempre se despertaba más temprano.
¿Lo haría a propósito?
Desde que estaba con ella y cada vez que hacia frío, Alondra se llevaba cualquier cosa que lo pudiese abrigar en la mañana y permitirle dormir un poco más. Y por el contrario, en el verano no se llevaba nada.
Sonrió.
No importaba, la quería y dentro de unos meses tendrían su primer hijo. Se sentía orgulloso, era una señal de que era un adulto, capaz y responsable de sustentar una familia. Lo hacía sentirse bien.
Sus dos primeras mujeres, ambas muertas en las calles, no habían salido embarazadas. Ya había comenzado a correr el rumor de que fuese estéril. Con temor, pensó que quizá era así, hasta que Alondra le dio la noticia.
Había tanto que le quería dar. En los últimos meses, y especialmente después de enterarse del embarazo, se dio cuenta que su reputación como guerrero no era suficiente; tenía que darle más.
Al principio su meta era ganar más territorio para la tribu y matar a algunos enemigos, así podría generar el tipo de respeto y admiración que necesitaba. Pero todo eso había cambiado.
Gracias a Filipo las cosas se habían puesto a su favor y ahora no sólo podría adquirir poder de influencia, también una posición superior, un puesto de mando.
Se levantó, estrechó los brazos mirando por una de las ventanas y bajó al primer piso mientras se rascaba la espalda.
Abajo estaba Alondra con Filipo tomando té y calentando algo de pan. El olor le dio hambre.


III.
Filipo le sirvió a cada uno un trozo de carne salada y pan (ración doble para Alondra), pero él terminó su desayuno rápido. Después de ver a Josué y a Alondra saludándose con un beso sintió que el estomago le ardía. Se paró preparándose para salir.
-¿Adónde vas? –le pregunto Josué.
-Voy a dar una ronda.
-Está bien, pero no te demores mucho. Hay que salir en menos de una hora.
-No, no demoraré.
Mientras Filipo se alejaba se podía escuchar la risa de Alondra. Ahora también le dolía la cabeza.
A pesar de todo, su plan no había dado resultado. Contra todo pronóstico, su estúpido amigo había tomado el camino lógico y había decidido regresar a la tribu para contarles el hallazgo: habían encontrado y descubierto los secretos del Ágoro.
Cuatro meses atrás Filipo había encontrado ese lugar sin saber qué era, sólo una gran habitación subterránea llena de artefactos que no entendía. Al tercer día, más de casualidad que por voluntad, se vio conectado a la máquina, y aprendió todo lo que la máquina le quiso enseñar.
Le dijo que se llamaba Ágoro, y que si había algo que Filipo quisiera saber, él se lo enseñaría.
Después de estar inmerso por dos semanas, salió lleno de energía y conocimientos. Era una experiencia única.
Excepto con Alondra. Al pensar en ella el estomago le ardió con más fuerza. Conocer la ubicación del Ágoro era poder, así que luego de pensarlo bien, le preguntó cómo se podía quedar con ella. El Ágoro escuchó pacientemente todo el problema, y después de pensar por varias horas, le dijo que era incapaz de llegar a una conclusión.
Filipo estaba furioso, había contado con él para que lo ayudara. Al verse sólo, tramó un plan que no dio resultado.
Después de años de actitud infantil y rebelde, a Josué se le había ocurrido madurar en ese instante. Debía ser la necesidad de proteger a Alondra.
Ahora que lo pensaba bien, quizá fue una equivocación dejar que ella viniese. Al principio pensó que era mejor que lo viera morir, cosa que perdiese toda esperanza y así evitar que esperase un milagroso retorno. Pero ahora que el momento de decisión había pasado se daba cuenta que tenerla cerca había sido una influencia muy fuerte para Josué.
Pateó una pequeña piedra y la vio alejarse por el camino. Era irresponsable hacer ese tipo de ruido pero no le importaba. Quizá alguna tribu enemiga lo escucharía y las cosas terminarían como lo había planeado originalmente.
Aunque él podría perder la vida también.
Una fuerte ansiedad le invadía el pecho. Odiaba cuando las cosas no salían como él quería, sobretodo después de tantas semanas planeándolo.
Siguió caminando, cuando se le ocurrió que sería bueno echar un vistazo a los alrededores desde un lugar más alto.
Si bien no era fácil hallar un sitio así ya que los edificios eran inestables y propensos a caerse ante cualquier peso adicional, Filipo podía subirlos sin problemas, lo cual le había dado una excelente reputación como explorador y espía. Lamentablemente, eran pocas las mujeres que admiraban ese tipo de trabajo, y menos aun por parte de la mujer que él quería.
Excepto por aquella vez que estuvieron juntos.
Dejó ese pensamiento de lado pues sentía como un nudo de impotencia se formaba en su garganta. Se concentró en examinar las ruinas hasta que encontró una edificación que parecía ofrecer lo que buscaba.
Entró por una grieta oscura y después de andar por un par de pasadizos encontró los restos de una escalera. Ascendió con mucho cuidado pues sentía que el piso no era del todo estable.
Después de un traspié con un escalón que se de-rrumbó, llegó a una habitación que le daba una buena vista del panorama que le rodeaba.
Aún existían edificios que parecían llegar hasta las nubes, pero nadie se atrevía a entrar en ellos. Más de una vez algún curioso había entrado para morir debajo del concreto. O peor aún, se escuchaban terribles ruidos y después de un apagado grito, el silencio de la muerte.
La zona en la que se hallaban tenia pocos rascacielos por lo que no limitaban su visión. Alrededor de él había unos quince de esos gigantes, pero el resto eran ruinas de tres o cuatro pisos.
Era extraño, pero uno de los edificios al fondo le resultaba familiar. Mantuvo la mirada en él por unos segundos más y luego siguió observando el resto del lugar.
Nada de ruidos fuera de lo natural y tampoco habí-an movimientos extraños. Solo algunas aves que volaban debajo de las nubes.
Aunque nunca había regresado por un camino tan peligroso, logró convencer a Alondra y Josué que ya lo había recorrido antes, presentándosele una excelente oportunidad para matar dos pájaros de un tiro: conocer el lugar y buscar una nueva forma de deshacerse de Josué sin que tuviese que hacerlo con sus propias manos.
El pensamiento lo puso nervioso. También era una opción, le podía pedir que viniese a cargar algo que su débil cuerpo no podía y apenas le diera la espalda matarlo a sangre fría. Pero el plan era complicado, podían sospechar y no era fácil aparentar un asesinato como un accidente.
Repentinamente recordó porque le era tan conocido ese edificio en particular. Un año atrás había entrado en él después de escapar de una pelea entre tribus, prefiriendo lo desconocido al filo de un cuchillo enemigo.
El infeliz que lo perseguía no se dio cuenta del terreno que pisaba y desapareció en un mar de polvo y piedras dándole tiempo de rodear el campo de batalla y regresar a salvo a casa.
Lo que no encajaba en su cabeza era como le ayudaría ese recuerdo. Nada le venía a la mente.
Se quedó sentado pensando en la oscuridad cuando escucho un ruido de al otro lado de la calle.
Después de guardar la respiración por casi un minuto vio la respuesta a sus preguntas. Con el plan formado en su cabeza no perdió el tiempo, cargó su rifle y disparó.


IV.
A Alondra le gustaban esos momentos de tranquilidad al lado de Josué. Hacían que se sintiera en paz consigo misma, como si las cosas horribles que ocurrían todos los días dejaran de existir.
-¿Y se te ha ocurrido un nombre? –le preguntó.
Josué, que estaba concentrado pensando en la gloria que le esperaba a su regreso, le respondió sin pensar.
-Sí, está bien.
Alondra puso cara de desconcierto.
-¿De qué estás hablando?
Josué estuvo a punto de mentirle pero había aprendido a desviar la conversación al tema de su hijo.
-Disculpa, estaba pensando en como proteger al niño cuando nazca y se me salió lo primero que pensaba
Ella se lo quedó mirando, sonriendo. Lo tomó de la mano y le volvió a preguntar
-Te decía si habías pensado en un nombre.
-Nada original hasta ahora –le contestó Josué, que en realidad no había pensado sobre el tema. En los últimos días sus sueños de grandeza eran lo único en lo que él pensaba, y no solamente en los guerreros o el poder. Alondra estaría embarazada por varios meses y él quería tener una compañera cuando estuviera fuera. Imae le gustaba mucho, quizá con su nueva posición le prestaría finalmente la atención que había estado buscando.
-¿Qué tal Alexander? –le preguntó.
-No me gusta, yo estaba pensando en algo como Ariel o Rene.
-Esos no son nombres de guerreros, más parecen los nombres de cobardes que no pelean como...
-¿Filipo? –le interrumpió Alondra. No sabía por qué lo había dicho.
-Si, bueno, no. Digo, no es que Filipo sea un mie-doso.
La respuesta no le gustó a Alondra. Había duda en lo que él decía y ella siempre sintió respeto por Filipo. Por algo había decidido que fuese el padre de su hijo.
-Pero no es un guerrero como tú.
-Tu sabes como yo que si nuestro hijo no es fuerte morirá antes de cumplir los cinco años, y si va a co-menzar bien no puede comenzar con un nombre como Rene o, ¿cuál era el otro?
-Ariel.
-Ese. Te aseguro que tampoco ha existido un gran guerrero con un nombre como Filipo. En cambio, Josué sí lo fue.
Ella le contestó con pena.
-El Josué original murió a los quince años atravesado por una estaca en el pecho.
-Eso no me va a pasar a mí.
-¿Cómo sabes? –dijo en un sollozo, la preocupación que había estado acumulando en los últimos días comenzaba a manifestarse.
-Josué tenía un defecto muy grande, era muy independiente cuando se trataba del combate, no creía en la unión de un grupo. Él simplemente se abalanzaba solo sobre el peligro. Por muy orgulloso o bueno que seas tienes que contar con la presencia de todos, incluyendo a los que son como Filipo.
-No me gusta cómo hablas de Filipo, él es mi amigo.
-Bueno, también es mi amigo pero no quiere decir que me agrade su forma de ser.
-¿Entonces cómo puedes decir que es tu amigo?
El se quedó callado. Era uno de esos momentos en que se daba cuenta que la inteligencia de Alondra lo había puesto en un aprieto. Como en otras ocasiones, había hablado de más, y todo por culpa de Filipo. Invadido por los celos, dijo lo primero que se le pasó por la cabeza.
-El que sea mi amigo no quiere decir que lo respe-te.
Cuando vio el rostro de Alondra se dio cuenta que lo que había dicho, lejos de mejorar la situación, la había empeorado.
Ella soltó su mano, se puso de pie y se lo quedó viendo.
-¿Cómo puedes decir eso de él? ¿Acaso se ha portado como un cobarde como tu dices? Fue Filipo, tu amigo, el que te llevó hasta el Ágoro sin pedir nada a cambio, sin pensar en tonterías de niños como poder y guerreros. Fue él quien te explicó, por varios días y noches, como funcionaban esas máquinas. Ha sido él quien me ha cuidado mientras tú te ibas fuera buscando no se que o no se a quien...
Josué le interrumpió.
-No es mi culpa que no sea lo suficientemente hombre como para no tener mujer y tenga que cuidar la de otros.
El labio inferior de Alondra tembló ligeramente.
-No tienes idea de las cosas que hablas, si supieras, si vieras mas allá de tu cerebro de lombriz te darías cuenta, pero solo piensas con eso –le contestó, señalando su entrepierna.
-¿Desde cuando te has vuelto tan defensora de esa rata?
-¡No hables así de él!
-¿Cómo que no? ¿Qué hay entre ustedes dos, me quieres decir?
-Nada, sólo es mi amigo –mintió a punto de llorar.
No había sido un acierto consciente de Josué, sólo una nueva manifestación de sus celos, pero había dado en el punto débil de Alondra. La culpa que había llevado dentro de su vientre por tres largos meses.
Se sintió agotada después de tanto tiempo de angustia y ansiedad, por lo que se sentó y se puso a llorar con las manos en el rostro.
Josué se acercó para abrazarla pero ella no lo dejó. Cansado, dijo una grosería en desdén y se sentó nuevamente junto al fuego.
No iba a enfriarse por ella.


V.
Había dado en el blanco. Su víctima se hallaba en el suelo con los brazos abiertos y el rostro echado hacia un lado mientras un hilo de sangre caía por su frente. Al principio sus compañeros no entendían lo que pasaba. Más de uno pensó que se trataba de un castigo divino al haber pisado tierra sagrada, pero el eco del disparo se convirtió en grito de alerta. Ya fuera de su estupefacción, todos corrieron a cubrirse.
Tras el primer disparo, Filipo se quedó quieto esperando ver la reacción de los demás. Cuando vio que corrían a esconderse de más ataques, reinició el fuego tratando de herir o matar a otro.
No tuvo éxito. Se hallaba muy nervioso después de haber matado a un hombre. Peor aun, no pasaría mu-cho tiempo para que se dieran cuenta que sólo se enfrentaban a un atacante con mala puntería.
Así, poco a poco fueron devolviendo el fuego con sus armas, cada vez más exactos y acercándose a su posición hasta que una bala chocó en la pared a pocos centímetros de su oreja, obligándolo a esconderse a un lado mientras respiraba con fuerza y cogía su rifle entre las manos. No podía pensar con claridad, no sabía qué hacer, el no era un guerrero, sólo era un apoyo.
Miró a los lados buscando algún tipo de ayuda, pero sólo encontró los rincones oscuros y sucios de la habitación. Lo que había parecido una buena idea al principio, se había convertido en una situación propia de una pesadilla. Se sentía inútil, ellos eran demasiados para el solo.
Incapaz de poder soportar la idea de morir, se paró y salió corriendo bajando la escalera sin cuidado.
Estaba en el décimo escalón cuando este se derrumbó, salvando el equilibrio gracias a la baranda. Se quedó unos segundos colgado, petrificado, pero recuperó el control y siguió bajando.
El ruido que estaba haciendo no pasó desapercibido. Los pandilleros habían ubicado el lugar desde el cual habían sido atacados. Uno se pegó a una de las paredes y tras sacar la espoleta, lanzó una granada por la ventana desde la cual Filipo había hecho los disparos. La explosión remeció la estructura de tal forma que comenzó a derrumbarse.
Pequeños trozos de concreto caían sobre la cabeza de Filipo, quien veía como todo temblaba alrededor de él y el ambiente se llenaba de polvo. Apenas cruzó la entrada, los pisos superiores comenzaron a colapsar.
Temeroso que algún objeto de arriba le cayese encima, comenzó a correr. No había avanzado mas de diez metros cuando una gran nube de polvo lo cubrió todo y no le dejó ver.
Tratando de orientarse, pudo ver a lo lejos una sombra que se acercaba. Filipo sabía que era uno de ellos, pero su cazador pensaba que era uno más de su pandilla. Estaba a punto de preguntarle si había visto a la rata que los había atacado cuando se dio cuenta de su error. Un cuchillo lo atravesó a la altura del estómago y sin poder gritar, cayó al suelo escupiendo sangre.
Filipo había matado por segunda vez en un solo día. Ayudado por el desconcierto creado por el edifi-cio derrumbado, se dejó llevar por su instinto hasta que se encontró fuera de la polvareda. Avanzó unas cuadras más hasta que sintió que no podía seguir por el cansancio y, apoyándose en un montículo de tierra, comenzó a vomitar.
La cabeza le latía con fuerza y las piernas le temblaban sin parar. Nunca había matado a otro ser humano de esa forma, siempre lo había hecho de lejos o de manera indirecta. Pero ver como la sangre le salía a su victima y como se retorcía en el suelo era dema-siado para él.
Él no era un guerrero, no estaba hecho para eso, solo quería vivir tranquilo y llegar a ser viejo. Abru-mado por las emociones, cayó al suelo sobre su desperdicio y comenzó a llorar.
VI.
El primer disparo lo sacó de su trance. Era el arma de Filipo. Se paró, alerta y con una ligera sonrisa. Ese sonido significaba pelea. Solo en esas ocasiones era que se usaban balas. Pero, ¿dónde era?
Estaba en el marco de la ventana esperando otro disparo cuando recordó con quien se hallaba.
Volteó a verla. Había miedo en su rostro. Sus sueños de gloria se desvanecieron. No podía dejarla sola.
Tenía que buscarse otra mujer aparte de Alondra, una que fuese con él al combate. No podía arriesgar a su hijo.
-Ven, vámonos de aquí,
-¿Qué? ¿Qué hay de Filipo?
-¿Acaso no oíste ese disparo? Él esta muerto.
Ella se hecho a llorar. Josué la cogió del brazo.
-Vámonos, no nos podemos quedar aquí, es muy peligroso para ti y nuestro hijo.
Alondra asintió resignada. Aunque no quería dejar atrás el cadáver de su amigo, tuvo que admitir que Josué tenía razón.
Estaban saliendo por la puerta trasera cuando una serie de disparos los paralizó. Entre todos, Josué pudo distinguir el rifle de Filipo devolviendo el fuego.
-¡Está vivo! –exclamó Alondra
-No podemos ir en su ayuda, ¿acaso no escuchas? Es un ejercito contra él solo, no logrará escapar de ellos.
-¿Y si fuera yo la que estuviese ahí?
-Es diferente, y tú lo sabes.
-¡No! No lo es. Y si tú no vas a ir tras él, yo si.
Él la cogió de ambos brazos.
-Detente mujer ¿Estás loca?
Furiosa, pateó a Josué en la ingle y salió corriendo, dejándolo atrás gimiendo de dolor.
Ella había estado en combate antes y estaba acostumbrada. Se abrió paso a través de zanjas, ruinas y cerros de piedra, hasta que vio una gran nube de polvo que se levantaba a unos cien metros de ella.
Temerosa, se acercó con cautela, tal y como Filipo le había enseñado. Repentinamente, escuchó un sollozo en un callejón a la derecha.
Ahí, sobre el suelo inmundo, estaba Filipo, llorando como una criatura. Ella se acercó y le acarició el pelo, susurrando su nombre.
Él volteó la mirada, temeroso de que sus persegui-dores lo hubiesen encontrado. Pero al verla a su lado le brindó nuevas fuerzas.
Empero, ¿qué hacía ella sola en ese sitio? Quizá su plan había funcionado y Josué estaba muerto.
-¿Josué?
-Viene atrás –ella estaba segura de que así era-. Ven, vámonos de aquí.
Filipo asintió y se paró, avergonzado de su estado; lleno de polvo y vómito sobre su cuerpo.
-No te preocupes, después te lavas, ahora vámonos antes de que sea muy tarde.
Tomándolo de la mano, salieron corriendo por donde ella pensaba que era más seguro. Estaban a la mitad de camino de su refugio cuando escucharon a Josué que gritaba el nombre de Alondra a todo pulmón.
-Idiota –murmuró ella.
Filipo no dijo nada pero pensaba lo mismo. Arriesgándolo todo, Alondra tuvo que contestarle para que se callara. En menos de un minuto él se hallaba a su lado, abrazándola y pidiéndole perdón.
Filipo sentía que no pertenecía a ese lugar.
-Tenemos que salir de aquí –dijo Alondra.
Josué se separó de ella y asumió nuevamente la posición de líder.
-Tienes razón. Mi amigo, dirígenos ya que conoces mejor estos parajes.
Con mal humor, Filipo se puso a la cabeza y los comenzó a guiar.


VII.
El líder estaba molesto. No sólo habían asesinado a su hermano, también a uno de sus exploradores. El infeliz se hallaba en el suelo atravesado por un cuchillo y rodeado por una gran mancha de sangre que ya empezaba a coagularse.
Los demás estaban buscando alguna pista de su atacante. Finalmente un grito de alerta hizo que se acercara a la entrada de un callejón.
Su segundo y ahora único explorador, había encontrado algo. Mientras se acercaba, este le iba diciendo que además de las múltiples pisadas también había restos de vomito.
Le preguntó si era posible seguir las huellas y este asintió. Simulando un carroñero, hizo un llamado al resto de su tropa y le indicó al explorador que avance con rapidez.
Sólo podía pensar en una cosa y esa era vengar la muerte de su hermano.


VIII.
Filipo avanzaba lo más rápido que podía pero el camino que habían tomado no era fácil. Por tratar de escaparse de sus perseguidores, habían escogido una ruta que él no conocía y que estaba llena de obstáculos. Peor aun, tenían que evitar hacer cualquier tipo de ruido bajo el riesgo que los descubriesen.
Habían avanzado menos de dos kilómetros cuando se detuvieron a descansar unos minutos. Él se sentó en el suelo mientras Alondra descansaba apoyada sobre Josué. Aunque él también se hallaba terriblemente cansado por la huida, no daba apariencia de estarlo.
-Tenemos que seguir –indicó Josué.
-No puedo –le contestó Filipo.
-No importa si puedes o no puedes, tenemos que seguir.
-¿No entiendes que no puedo? Estoy muy cansado.
-Maldición Filipo, no te has dado cuenta el lío en el que estamos, y todo por tu culpa.
-No había otra opción –Filipo les contó en el camino una versión algo diferente de lo que había pasado en realidad
-No debiste disparar, debiste matarlo con el cuchillo como al segundo.
-Ya te dije que no había otra opción –le contestó gritando, pero un disparo hizo que se tiraran al suelo. Por poco no le habían dado a Alondra.
-Corran –susurró Josué.
Salieron en cuclillas y luego comenzaron a correr internándose en una calle mientras escuchaban los gritos detrás de ellos.
Después de voltear por una esquina y luego por otra se encontraron con un rascacielos que bloqueaba su escape.
-Estamos perdidos –sollozó Alondra.
-No, vamos por el edificio –le contestó Filipo.
Josué titubeó pero se dio cuenta que no había otra opción. Si tan sólo Alondra no hubiese estado con ellos.
Entraron corriendo, esperando lo peor pero nada. Sólo encontraron un pasadizo largo, frío y húmedo. A pocos metros de llegar a una esquina una bala le cayó a Filipo en la pierna. Este cayo al suelo, gritando.
Josué, que se hallaba detrás de él, lo levantó y lo cargo al hombro. Al llegar al fondo del corredor, traspasaron la puerta sin mirar atrás.
Mientras tanto, en la entrada del edificio, el líder observaba. No se atrevían a entrar. Quienes osaban hacerlo desaparecían y no se les volvía a ver.
Cuando comprobó que no iban a regresar, se dio por satisfecho y le indicó a todos que era hora de irse. Sabia que los tres estaban muertos.

IX.
Josué regresó al lugar donde había dejado a Filipo y a Alondra.
-No han entrado, parece que le tienen miedo al lugar.
Filipo estaba temblando. Aunque un torniquete impedía que la sangre siguiese saliendo, estaba muy débil. Iba a entrar en estado de shock.
-Tenemos que salir de aquí y regresar a la tribu, su herida no es grave pero está perdiendo mucha sangre –dijo Alondra.
-Filipo, ¿sabes cómo salir de aquí? –le preguntó Josué.
Él sólo siguió temblando.
Josué se impacientó. Se inclinó y lo tomó de la ca-beza.
-Maldición, ¡deja de portarte como una niña!
-¡Josué! ¡Déjalo! ¿Acaso no has visto como esta? El pobre esta exhausto.
-El infeliz prefiere morir aquí, en este piso frió, que luchar por su vida –exclamó con disgusto. En realidad no era lo que pensaba, pero tenía deseos de enfurecer a Alondra. Ella no le contestó.
-Voy a ver que hay al otro lado –dijo Josué. Se alejó por el pasillo unos minutos y regresó.
-No sé a que le tenían miedo esos idiotas, pero hay una salida al otro lado.
-¿Y si están ahí, esperándonos?
-Lo dudo, recuerda lo grande que es esto. Tendrían que darse la vuelta para poder llegar. Se demorarían más de una hora.
-Tienes razón. Filipo, tenemos que irnos.
Filipo seguía temblando.
-No tiene caso, tenemos que de...
Alondra lo miró con furia.
-Ok, lo llevaré al hombro, pero cuando ya no pueda cargarlo, él tendrá que caminar por si solo.
-Entonces lo llevaré yo –le contestó Alondra con determinación.
Josué no dijo nada. Se limitó a cargar a Filipo y caminar. Después de tres pasadizos y dos puertas, llegaron a la salida.
Sin embargo, al salir paso algo extraño. Todo temblaba, no solo el piso, también sus cuerpos y el horizonte, como si el mundo entero estuviese vibrando.
Finalmente cayeron al suelo con un fuerte dolor de estómago.
-¿Qué fue eso? –preguntó Filipo.
-No lo sé –le contestó Alondra.
-No importa, vámonos. Y tú, camina.
-No puedo.
-¡Camina!
-Hay que descansar.
-Acaso no entiendes idiota, si te quedas te mueres.
Filipo comenzó a llorar, incapaz de levantarse.
Resignado, Josué lo cargó y enrumbó hacia unas estructuras que le parecían conocidas. Después de avanzar quince minutos se dio por vencido y soltó a Filipo sobre el suelo.
-No puedo más. Tendremos que dejarlo.
Alondra estaba a punto de criticarlo cuando una gran masa de sangre y sesos saltó de la cabeza de Josué.
Ella dejó escapar un grito y se dejo caer con las rodillas al suelo mientras Filipo sonreía para si mismo.
Alondra lloraba sobre el cuerpo de Josué sin saber que pensar hasta que vio el arma de su novio. Llena de furia, la tomó y entre sollozos le indicó a Filipo que no se moviese.
Arrastrándose entre los escombros, se escondió detrás de los restos de algún vehículo. A unos doscientos metros, detrás de un montículo de tierra, se hallaba el asesino, disparando a intervalos. Quería asustarlos y sacarlos de su escondite.
Estaba solo. Haciendo poco ruido, fue dando la vuelta, acercándose cada vez más. Ya faltaba poco cuando escucho una pequeña explosión y un grito terrible. Habían matado a Filipo con una granada.
Perdió el control. Muertos su amante y el padre de su hijo sentía que no había nada por lo cual vivir. Se paró y comenzó a avanzar con el rifle cargado en la mano.
Cuando lo tuvo cerca le disparó al brazo. La reacción del asesino fue soltar su arma, cogerse la mano herida y voltear a ver quien le había disparado. Al hacerlo el casco se partió en dos y Alondra pudo ver su rostro.
Era una mujer la que los había atacado, pero no cualquier mujer. Era hermosa. El pelo castaño lacio caía sobre sus hombros, y el rostro era delicado como la nieve. Tenia ojos verdes como los suyos. Ahora la odiaba más. Nunca se vería como ella. No sólo la hacia sentir fea e inferior, también le había quitado a los dos hombres que más quería en su vida.
La asesina no hizo nada. Se quedo viendo a Alondra, perpleja. No entendía lo que estaba pasando. Comenzó a decir algo mientras movía la cabeza a los lados pero a Alondra no le importaba lo que tuviese que decir.
La odiaba, ya no sólo porque era su enemigo, sino porque se veía limpia y angelical. No como ella, sucia y maloliente.
Cansada, Alondra le disparó al rostro y la mató.


X.
Alondra miraba al horizonte. ¿Qué podía hacer una mujer sola, perdida y embarazada?
Se echo a llorar por más de una hora. No quería ir donde estaban los cuerpos quemados de Filipo y Josué o ver el cadáver de esa mujer, así que tomó otra ruta.
Se hallaba mirando al cielo, distraída, cuando un gran hueco se abrió bajo sus pies y comenzó a caer sin que pudiese evitarlo.
No duro mucho. Tocó fondo en un canal de agua, sumergiéndose de cuerpo entero.
Nunca había visto tanta agua. Aunque no sabia nadar se dejo llevar por el instinto, permitiéndole mantener a cabeza afuera.
Era como nadar en el aire. El agua era tan pura, tan fluida que avanzaba y corría con fuerza. No era como los pantanos a los que estaba acostumbrada.
Tenía un sonido que jamás había escuchado antes, como si tuviera vida.
Sobre ella se veían unas rayas que emanaban luz que parecían ser parte del techo. Eran como las luces del Ágoro.
Finalmente la corriente perdió fuerza, dejándola en una rampa. A unos metros se hallaba una entrada semicircular de vidrio. Salió del agua tambaleando y cayó exhausta.


XI.
Se levantó renovada. Era como si el agua fresca le hubiese dado fuerzas. Tomó toda la que pudo y una vez que estuvo satisfecha ingresó por la puerta de vidrio.
Al final del pasadizo había una puerta de color blanco oscuro. Al abrirla pudo ver una habitación con muebles de madera y, colgando en el aire, una termi-nal como la que había en el Ágoro.
No le tomó mucho tiempo aprender a usarla, trabajaba con una conexión neural como las otras. Le brindó un mapa detallado del complejo, dónde se hallaba la comida, la sala de ejercicios, la de entretenimiento, los cuartos de estudio, la enfermería, las habitaciones, la armería y la salida.
Después de comer se fue a curar las heridas a la enfermería, donde un asistente robótico le dio un completo análisis de su estado, incluso la fecha de nacimiento de su bebe.
Nacería en el verano.
Le proporcionó una serie de indicaciones y le enseñó la sala de partos. Alondra se sentía segura, tenía dónde dormir, qué comer y un lugar seguro para dar a luz a su hijo. Era el mejor padre que podía buscar.
Pasaron los meses y su condición fue mejorando. Las enfermedades desaparecieron y con el agua limpia y la buena alimentación sentía que adquiría más fuerza.
En sus ratos libres pasaba el tiempo viendo viejas películas que la hacían reír, llorar o temblar de miedo por más de una noche. Aprendió la historia de sus antepasados y lo que había pasado. También supo el propósito del refugio.
Finalmente llegó el verano y la fecha del parto. Tras una labor sin complicaciones, su hijo, René, vio la luz de su mundo artificial a cientos de metros bajo tierra, lejos de la locura del mundo exterior.
A pesar de todo eso, Alondra se sentía sola, y también sentía una responsabilidad con su tribu.
Ochenta y dos días después del nacimiento estaba lista. Se colocó una armadura especial recomendada por la computadora, un casco transparente que le permitía ver a todos lados y la mejor arma que encontró.
Después de darle un beso a su hijo, le pidió a la computadora que lo cuidara hasta su regreso. Salió después de meses de no ver el sol y con una brújula en mano se dirigió a su antiguo hogar.
Unos minutos después escuchó unas voces horribles afuera de un edificio cercano. Se ocultó y observó por la mira de su arma.
Un ser grotesco estaba gesticulando algo a otra persona, pero no podía ver a quien, una pared bloqueaba su vista.
De forma automática, no perdió el tiempo y disparó sin pena ni asco. El hombre cayó muerto pero no lograba ver al resto. Hizo varios disparos para obligarlos a salir pero seguían inmóviles. Cansada, disparó una granda térmica sobre el lugar, acabando con la vida de otro infeliz.
¿Habrían más? No se podía arriesgar a que la vean. Repentinamente, los sistemas de su armadura se apagaron.
¿Qué había pasado?
Trató de hacerlos funcionar pero no podía. Pasó varios minutos jugando con las conexiones en el panel que tenia en el antebrazo cuando un dolor terrible le recorrió el brazo mano.
¡Le habían disparado!
Con fuerza, apretó la mano herida para evitar que saliera la sangre.
¿Dónde estaban? No había nadie adelante. Asustada, volteo para encontrarse cara a cara con su atacante.
Sin entender porque, el casco se abrió solo, dejando que su rostro se descubriera al sol.


XII.
René el huérfano no estaba sólo. El guardián era ahora quien lo cuidaba. Su madre estaba muerta y su padre había sido asesinado por ella.
El otro niño tampoco importaba. Los tres estaban muy enfermos, nada podía hacer por ellos. Con el mejor tratamiento no hubiesen vivido más de cuarenta años.
Además, existía un conflicto muy grande entre los tres. Pero René era diferente, era un ser humano limpio del odio de sus padres. A diferencia del resto, él si tenía esperanza.
Era el nacer de una nueva era. Un semidios cumpliría el deseo de sus antepasados. Regresar la gloria enterrada entre las ruinas de las ciudades radioactivas, darle a la humanidad un futuro lejos de la barbarie.
Él los había encontrado en el Ágoro. Estimando que su plan tenia un porcentaje de falla del veinte y tres por ciento, implantó en ellos las dudas, miedos y conocimientos inconscientes que los habían llevado a él.
El guardián sabía de la distorsión en el espacio tiempo en la salida del edificio federal. Hasta ahora, no entendía cómo se había creado, pero sabía cómo podía usarse para viajar unos meses al futuro.
Se había arriesgado a perder al bebé, pero había funcionado. Seria una lección más para el niño cuando creciera y saliera al mundo para cambiarlo
Pero antes, había que hacer algo con el nombre. No se le conocería más como René, ahora se llamaría Prometeo.

No comments: