El fin de los tiempos

For the Angel of Death spread his wings on the blast,
And breathed in the face of the foe as he pass'd;
And the eyes of the sleepers wax'd deadly and chill,
And their hearts but once heaved,
and for ever grew still!

GEORGE GORDON BYRON
The Destruction of Sennacherib


I.
Un lugar y un recuerdo para aquellos días de destrucción y muerte. Por todos lados se veía gente arrastrándose, extendiendo su mano hacia el cielo pidiendo perdón.
Otros, con la espalda al sol, embrutecidos por el hambre, abrazaban la tierra con ojos desorbitados, esperando que les quiten la vida y acaben con su pesar.
Miles yacían muertos, sus cuerpos descomponiéndose a plena luz del día. Su sola forma y color bastaban para imaginarse el hedor en el ambiente; una pestilencia mortal que subía hasta las nubes y las ennegrecía.
La tierra se veía árida y el cielo de color gris. Ambos lucían muertos, reflejo de la miseria que se movía entre ellos.
Una vez fue así. Una vez fue el fin del mundo, pero ya no lo era. Todo eso había quedado en el pasado. Era una nueva era.
-¿Qué te parece?
Ella observaba, absorta, viendo cada detalle de los sufrientes.
-Esta bien pintado -titubeó, sin saber que decir.
Él también miraba la pintura, pero como su creador, fascinado por el detalle que él mismo había sido capaz de lograr.
-Claro que está bien pintado ¿Sabes cuantas horas, que digo horas, semanas me la he pasado pintando? Y tú me respondes “Ta bien pintado”. Vamos Nis ¡Dime qué sientes!
-Miedo -susurró ella, sin siquiera pensarlo.
Él sonrió.
-Si. Es la muerte en masa. En cada lugar y tramo de la pintura, en cada esquina, hay gente sufriendo, llorando ante su desgracia. Sienten que el cuerpo les quema, que la vida se les va de a pocos. Claman a sus dioses la injusticia de este... fin, este fin del todo. Pero los dioses sólo observan. Total, saben que no es su culpa. Así que cierran los ojos al mundo que muere y miran hacia otro lado. Llegado el momento, volvería a nacer.
Ella no respondió. Seguía pensando que el cuadro era horrible. La asustaba. ¿Cómo alguien podía imaginarse algo tan espantoso? ¿Acaso Hemel se había vuelto loco?
-¡Hemel! -exclamó una mujer.
La voz sacó a Nis de su trance. Volteó y saludó sin ganas. Solo era otra de las mal llamadas admiradoras de su amigo.
Los minutos pasaban y se hacían eternos. La conversación se iba haciendo cada vez mas aburrida. Quería irse pero no podía. Con los ojos, Hemel le había dado a entender que no lo dejara solo.
Resignada, Nis decidió que el cuadro ofrecía el menor de los males. Por lo menos era arte. Así, fingiendo un interés más grande que el que sentía, regresó su mirada a la obra de su amigo.
Con forzada curiosidad, y ayudada por el murmullo hipnótico de la galería, se fue sumergiendo en la pintura. No solo evocaba muerte y destrucción, sino también un poder como el que ningún ser debería volver a tener.
Los que lo hicieron no tenían el derecho. No era su función causar tal terror, eso era propio de seres superiores, no de seres terrenales.
Recordó que, cuando niña, contaban la leyenda de Erfides. Temeroso de que un día llegase su fin y su conciencia se convirtiera en un párrafo en los libros de historia, fue el primero en querer echar a los dioses del panteón y convertirse en el ser supremo del cosmos.
Haciendo uso de todo su dinero, construyó una torre de pelo mágico, cortado a más de mil vírgenes que se hallaban cautivas en su palacio de cristal.
Cuando la terminó, trepó por ella y se posó en el suelo de las noches, apagando cada una de las estrellas; cada una de las luces de las moradas de los antiguos dioses.
Pero no estaba solo en su ambición. Al igual que él, muchos otros deseaban lo mismo, por lo que lo siguieron hasta el cielo e intentaron arrebatarle su poder.
Fue ahí cuando se desencadenó la furia de los dioses, los nuevos y los viejos, y llevaron el fin del todo al mundo de los hombres.
“Así debió ser cuando ocurrió” –pensó Nis mientras miraba el cuadro. Todo un mundo puesto de cabeza, lleno de personas ignorantes de lo que pasaba.
¿Cuán exacta era esa historia? Después de tanto tiempo lo único que existía era una mezcla de mitos y cuentos, todo mezclado con el único hecho que se conocía: algo terrible había ocurrido mucho tiempo atrás.
Finalmente, ¿de quién era la culpa, de los dioses o de los hombres que se creyeron dioses?
Los ojos le pesaban a Nis. Quería irse a dormir. Había sido un día largo y estaba muy cansada.
Se sintió afortunada de saber que había una casa al cual regresar, no como aquellas personas que lo perdieron todo, incluso la esperanza de la vida. ¿Qué le queda al hombre cuando ve que solo es un objeto desechable para los seres que adora como superiores?
Si la leyenda tenía algo de verdad, entonces podía ocurrir de nuevo. ¿Cómo evitarlo? ¿Harían algo los dioses o esperarían hasta que el peligro tocase nuevamente a su puerta? ¿Y si no era verdad que los originales habían ganado, sino eran los nuevos los que quedaron? Quizá Erfides se hallaba sentado en su trono de oro, mirándolos a todos.
Nis sentía que la cabeza se le iba. Estaba agotada. Pero la conversación seguía y no tenía visos de acabar pronto.
Suspiró y cerró sus ojos. Lentamente, sintió como entraba en un delicioso estado de inconsciencia y se dejaba llevar por el reino de los sueños.
Su último pensamiento fue, que si ella tuviese el poder de hacerlo, le hubiese dado una lección a todos los dioses, los viejos y los nuevos. Una tunda de la cual nunca se olvidarían.


II.
No sabía si abrió los ojos o ya los tenía abiertos, pero estaba ahí, parada en el medio del Apocalipsis que hasta hacía unos minutos miraba desde afuera.
Sintió como un golpe el hedor de la miseria, el olor propio de la muerte.
Asqueada, se arrodilló a vomitar, dando arcadas sobre el barro negro. Cuando terminó, se sintió enferma y perdida.
Desesperada, gritó con todas sus fuerzas. No sabía que más hacer. Pero nadie le respondió, todo estaba muerto, hasta el mismo aire. Ni siquiera había sol, solo un manto gris de nubes.
¿Cómo llegó allí? ¿Era culpa de Hemel?
Gritó con más fuerza, pero nada. Desconsolada, fue a una piedra cercana y se sentó.
Mientras lloraba, escuchó una voz que le hablaba.
-Hemel no es el causante de todo esto, has sido tú ¿Por qué te avergüenzas?
Sorprendida, volteó para encontrarse con un ser horrendo, deforme y putrefacto. Jamás había visto algo tan monstruoso.
Asustada, intentó alejarse, pero tropezó con un torso y cayó en un charco de sangre.
Con la voz temblorosa, le preguntó al ser que la miraba.
-¿Dónde estoy? ¿Quién eres tú?
El ser se rió.
-¿Dónde estas? Estas en tu reino ¿Quién soy yo? Soy tu esclavo Reina mía, solo que hace mucho elegiste olvidar quién eras y de donde venías.
-No entiendo lo que dices –tartamudeó Nis.
-¡Oh! Pero sí me entiendes, mi Señora, otra cosa es que te hayas olvidado. Estas acá porque te atreviste a preguntar lo que pensaste que nunca harías. Te preguntaste dónde estarían los que debían brindar balance entre el bien y el mal, quién o quiénes serían los encargados de realizar el trabajo en cualquiera de esos extremos. Y por eso te respondo, tú eres la encargada. Tú eres la Reina del Mal.
Nis lo miraba espantada.
-¡Devuélveme a mi mundo! –gritó, desesperada.
-¿Yo? Pero si no soy capaz de siquiera el más patético de tus poderes. Sólo estoy acá como un servidor de tus deseos. Tú elegiste venir acá, no yo.
-Maldito desgraciado, me quieres volver loca, ¡devuélveme a mi mundo! –volvió a gritar Nis.
El ser la miró con rostro burlón.
-Usted, Reina mía, ya está loca.
Incapaz de seguir soportándolo, y dejando atrás sus temores, Nis se levantó y con todas sus fuerzas empujó al ser, pero fue incapaz de mover. Seguía parado, riéndose.
-¿A qué se ha reducido la Reina del Mal, la Dama del Dolor, la Mujer de la Perdición, el Angel de la Muerte, el Demonio del Odio? ¿Por qué Reina mía? ¿Por qué elegiste este destino? ¿Acaso no te da pena en lo que te has convertido? ¿Es esto lo que elegiste? Se me hace imposible que lo hayas concebido siquiera, es para no creerlo.
El ser se dio vuelta y se fue caminando.
Nis no sabía que hacer, estaba asustada y al parecer el ser no quería hacerle daño. No entendía nada de lo que hablaba pero quizá era su única salida de la condena a donde había ido a parar.
Estaba a punto de decir que volviera cuando el ser desplegó alas y levantó vuelo.
Nis desesperó y comenzó a gritarle pidiendo que volviera.
El horrendo siguió volando y de repente se detuvo en el aire, dándole la espalda. Giró lentamente y una sonrisa se dibujó en su rostro.
Sin previo aviso, tomó gran velocidad y se abalanzó sobre Nis. Ella, que no esperaba que la atacara, se quedó paralizada, esperando la terrible embestida que acabaría con su vida.
Por un momento sintió alivio de que la pesadilla terminara.
Pero el ser no la atacó. La cogió de la cintura y salió disparado hacia las alturas, abrazándola, haciéndola sentir el latir de su cuerpo descompuesto.
Mientras surcaban los cielos le susurraba al oído.
-Tú eres la Reina del Mal, la responsable del odio y la muerte entre los hombres, has abandonado tu tarea por algún motivo y elegiste una vida vacía y mortal. ¡Horror! Te has convertido en una mujer patética y débil. Ni siquiera eres la sombra de lo que eras. Mira tu obra. Admira el sufrimiento que eres capaz de hacer. Es más mira a estos infelices temblar ante tu presencia.
El alado se acercó a un pequeño grupo de personas. Nis estaba sorprendida, no podía creer que alguien pudiese vivir entre tal inmundicia. Pero si de lejos se alegró, de cerca el cuadro le asqueó.
Arqueados sobre sus cuerpos, los infelices, deformes y desnudos, más animales que hombres, se alimentaban de los restos de los muertos, emitiendo ruidos guturales y peleándose por el pedazo más grande.
Cuando vieron quienes se acercaban, el pánico hizo presa de ellos. Unos corrieron despavoridos, otros cayeron sobre sus rodillas. Un par se comenzó a golpear la cabeza contra las rocas y otros se quedaron paralizados de miedo.
El ser volaba en círculos sobre ellos, riéndose. Se lanzó en picada y cogió a uno de los infelices con las garras de los pies y partió hacia las alturas.
Nis observaba al hombre-bestia. Temblaba de terror y botaba espuma por la boca. Sin previo aviso, el volador lo soltó y entre gritos de pánico, el desdichado cayó desde el cielo para apagar su grito con el suelo.
-¡Desgraciado! ¡Lo has matado!
-Jajaja ¿Qué es uno entre los billones que tú has desecho a fuerza de tus caprichos? Vamos mi Señora, que te enseñaré quiénes son estos seres en verdad.
El ser descendió en picada hasta tocar tierra y le mostró un espectáculo grotesco. Los hombres-bestia estaban devorando el cadáver de su compañero.
Nis comenzó a sollozar.
-Por favor sácame de aquí.
Él la miró y le dijo
-Solo tu odio te sacará de este lugar –y tras decir eso levantó vuelo y se fue.
-¡Desgraciado hijo de perra! ¡No me dejes! ¡NO ME DEJES!
Pero el ser había desaparecido entre las nubes.
Al principio no la habían notado por el festín que tenían entre sus manos, pero al ver la nueva presa, los seres comenzaron a saltar presas de alegría vil.
Antes que pudiese huir, ya se encontraban sobre ella. Empujada sobre un charco, los seres pasaban sus manos sucias y sangrientas por el cuerpo de Nis, especialmente las piernas. Al mismo tiempo, sentía como algunas bocas la mordían y le succionaban la sangre.
No solo la estaban violando, se la estaban comiendo viva.
Nis gritó y gritó sin lograr nada. Parecía que su miedo los exaltaba más. De pronto, uno se hallaba encima de ella, presto a copular.
Cerró los ojos. Jamás había sentido tal miedo, tal horror. A punto de ser violada y servir de comida para seres peores que animales era algo que nunca se había imaginado ni en la peor de sus pesadillas. Quería que todo acabara, que esos desgraciados se fueran y la dejaran sola.
Quería matarlos a todos, tomarlos del cuello y sentir como los huesos de la columna se rompían bajo sus dedos.
Le daban asco. Eran seres rastreros, una deformidad de la naturaleza y como tal no tenían derecho a nada. Quería enseñarles quién mandaba.
Destruirlos, pulverizarlos, reducirlos a ceniza y que no quede nada; disfrutar viéndoles sufrir el peor de los dolores.
¡El más terrible de los tormentos!
Sin darles tiempo a que la violaran, Nis abrió los ojos inyectados de furia y sangre. Miró al ser que se hallaba sobre ella y de un golpe le atravesó el cuerpo. Lo tomó de la columna y lo lanzó a varios metros de distancia.
Entretanto, los infelices que le chupaban la sangre estallaban como granadas de carne. Los pocos que habían estado cerca se alejaron, asustados.
Bañada en sangre, Nis se levantó, tambaleando. No sabía que había pasado, como lo había hecho o porqué, pero sintió el estómago pesado, mas pesado de lo que nunca había sentido antes. La cabeza comenzó a darle vueltas.
Súbitamente sintió que se elevaba por el aire.
Era el ser alado que con una alegría única le gritaba al oído.
-Tú eres la Reina del Mal y has demostrado de lo que eres capaz. Cumple con tu destino y abraza tu verdadero ser.
-¡Jamás! –gritó Nis, temblando mientras lloraba.
-Entonces mira los ojos de la muerte y veras el reflejo de tu rostro.
Y sin más, la soltó.
Cayó gritando, agitando los brazos. Con un ruido seco y terrible cayó sobre una formación de piedras. La sangre le salió a borbotones de la boca y un intenso dolor recorrió su cuerpo, pero estaba viva.
Se paró tambaleando. Era mucho para ella, no entendía lo que pasaba.
El ser aterrizó a su lado.
-Huele el pérfido olor de la muerte. Camina sobre ellos y siente cómo tus pies se hunden en sus entrañas. Ellos están aquí no porque lo eligieron, sino porque tú lo quisiste.
-¡No! ¡Cállate! ¡Cállate!
El horrendo sonrió.
-Ellos están aquí por tu capricho.
En un arranque de ira ella lo empujó con todas sus fuerzas pero el ser apenas retrocedió.
Visiblemente emocionado, extendió sus alas y levantó sus brazos al cielo mientras exclamaba.
-Tú eres aquella que gobierna en la pesadilla y el miedo, el terror que yace en el corazón de los hombres. Tú eres la que hace que tiemblen y teman a los desconocido, aquello que no entienden. Solo tú los gobiernas a todos y los has hecho tuyos –bajó los brazos y con el dedo la apuntó como acusándola- Tú eres la Reina del Mal, y nosotros somos tus vasallos.
Nis cayó de rodillas. No entendía, quería irse. Salir de esa pesadilla que la agobiaba, la ahogaba.
Nuevamente sintió ganas de vomitar.
-Recuerda, oye las voces del pasado, el sufrimiento de tu presencia, la angustia de tus súbditos. Todos ellos, desde el más triste hasta el más feliz, tienen que adorarte, respetarte por siempre porque solo tú posees el control absoluto de sus vidas, eres aquello que temen, la cúspide de sus demonios. Tú eres la Reina del Mal.
Nis levantó el rostro con los brazos cruzados sobre el pecho; un recuerdo emergió desde el fondo de su mente.
-Yo soy la Reina del Mal –murmuró.
-Así es Mi Reina. Y tus deseos son órdenes.
-¡YO SOY LA REINA DEL MAL! –gritó. Y con los brazos extendidos al cielo, hizo que el sol se apagara, inundando todo en un manto de tinieblas. Luego los extendió a los lados y giró el rostro, haciendo que la tierra se sacudiera con violencia. Arriba, las nubes saltaban de un lado a otro y los mares hervían producto de su furia.
Vientos huracanados, terribles e imparables recorrían océanos y continentes, arrastrándolo todo.
Rayos y relámpagos recorrían el mundo, aterrorizando y fulminando a todo ser vivo.
La demencia se reflejaba en su rostro, el odio y el terror dibujados en cada línea de su piel.
Minutos, eones de juego maligno, de destrucción. Su pobre sirviente agachado, visiblemente sumiso ante el regreso de su Ama, se hallaba escondido, temeroso del Apocalipsis que se desarrollaba.
Se sentía todopoderosa. Todos le temían, se asustaban de solo mencionar su nombre, se desmayaban ante su presencia.
Ella era la Reina del Mal y no había quien se le opusiera.
Nadie.
Era ella sola contra todos y a todos los gobernaba.
Ella sola y nadie más.
Sola.
Estaba sola. Y de la misma manera que había recordado quien era, recordó porque había elegido olvidar su pasado.
La soledad.
-Sal –gritó.- ¡Vete de aquí! No tienes nada que hacer conmigo, fuera de mis dominios, de mi reino. No te quiero ver, ni siquiera quiero pensar en tu nombre. Yo acá gobierno, soy todopoderosa, no lo ves ¿No lo ves?
Pero sentía como poco a poco la soledad la agobiaba. Invadía su mente, su razón.
Una fuerte emoción le recorrió el cuerpo, sacudiéndola con fuerza. La destrucción se detuvo, todo se mantuvo en suspenso.
Un mundo miraba a su Reina en espera de lo que hiciera.
Se sintió débil, cansada. No podía pensar, solo sentía esa horrible desesperación que se hacía cada vez más grande, invencible.
Cayó sobre sus manos, jadeando. Apenas si podía respirar. El recuerdo de la soledad crecía más rápido que su odio y su sed de venganza.
Luchó pero no pudo, era más fuerte, más grande que ella. Ella, la Reina del Mal, derrotada por la soledad.
Lloró sobre la tierra seca y muerta.
Estaba cansada, quería acabar con todo, quería despertar y dejar todo eso de lado. No tenía sentido. Quería irse, regresar a la vida que escogió, una vida de paz, simple y tranquila, donde el odio y la maldad no tuvieran sentido, fuesen ilógicos. Un lugar donde pudiese ser feliz.
Resuelta, cayó inconsciente sobre la tierra.



III.
-¡NIS!
Ella se sacudió. No sabía lo que pasaba, seguía parada, viendo al cuadro.
-Dios mío, que cuadro más espantoso. –dijo Nis.
-Pensé que te gustaba. –respondió Hemel.
-Sí, pero igual es espantoso, me da escalofríos.
-Se nota que te ha asustado ¡Si estás sudando!
Nis cerró los ojos y sintió un leve mareo.
-Estoy cansada Hemel, mejor me voy a casa.
Se despidió de todos y salió. Afuera, sintió la noche y el frió, pero por alguna razón, no le importó. Se sentía alegre, feliz.
Después de reír un rato, se fue caminando, silbando, a su casa, a su hogar.
Su familia la estaba esperando.

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