El pilar del templo

If the radiance of a thousand suns
Were to burst at once into the sky
That would be like the splendor of the Mighty one

BHAGAVAD GITA


I.
Era un nuevo día para el templo. La estrella, una gigante roja, se elevaba en el horizonte, iluminando de a pocos su arquitectura.
A diferencia del resto del planeta, el edificio se mantenía igual. Era el único vestigio de una civilización ya desaparecida.
Dentro, se escuchaban los pasos de un ser inteligente. Caminaba lento, murmurando, mirando al piso y con los brazos cruzados en la espalda.
Se detuvo a diez metros del pilar central y levantó el rostro, diciendo.
-Dioses de la luz eterna, escuchen mi rezo.
Dicho eso, se acercó al pilar, arrodillándose. Posó sus manos en el suelo y comenzó a orar.



II.
Desde afuera, se veía como un grano de arena. Pero estaba seguro que era el mundo original de sus creadores.
Estaba ansioso. La expectativa de lo que podía encontrar era la que lo había mantenido con vida por tanto tiempo.
Si no hallaba nada, acabaría con su vida y el tormento de una existencia sin sentido.
Los sensores le indicaban que se trataba de un planeta casi muerto, con una delgada atmósfera y sin signos de vida. Sin embargo, los Inmortales nunca habían dejado de impresionarlo. Quizá se trataba de una señal falsa para evitar que sus enemigos se acercaran.
Cuando se encontró en la orbita del planeta, hizo uso de arreglos distribuidos a lo largo de la envejecida nave. Ellos le ayudarían a encontrar alguna pista sobre donde comenzar su búsqueda.
Jamás supo lo que había detectado, porque una fuerte sacudida estremeció la nave, todo se volvió oscuro y perdió el conocimiento.


III.
El desierto era uno solo con el planeta, estrechándose en el horizonte como un mar sin fin, marrón y sin vida.
Pero un mar con corrientes, olas y mareas. Fuertes y huracanados vientos movían enormes masas de arena, arrasando todo a su paso.
Sin embargo, al no haber que arrasar más que arena, su aparente ira no se llegaba a descargar.
Tras cientos de años de fuertes cambios, el clima del planeta se fue volviendo más hostil, con vientos cada vez más fuertes y temperaturas más extremas. Si algún edificio sobrevivió al desastre inicial, el clima se había encargado de él hacía mucho tiempo. Ahora solo quedaba la arena y el templo.
Desafiante ante los caprichos de la naturaleza muerta que lo rodeaba, el templo se levantaba majestuoso en el medio de la nada, siempre resistiendo los embates del viento y la arena.
Empero, el viento y la arena parecían estar decididos a vengarse, como si pensaran que el templo era el culpable de lo ocurrido con su hogar.
Llenos de un odio natural, los últimos elementos restantes, aire y tierra, salieron en busca de su victima.
Nada los paraba. La roca misma del desierto daba paso o se unía ante tal demostración de fuerza, deseosa de participar.
Pero lo que la naturaleza hace bien, sus creaciones mas inteligentes lo pueden hacer mejor.
El sistema de seguridad del Templo activó un campo de contención ideado para ese tipo de eventos, en los cuales la naturaleza decidiera que era ya hora de retomar el reino que alguna vez fue de ella.
Así, la tecnología de sus hijos le ganó a su furia. No interesaba. En el esquema cósmico solo se trataba de tiempo. Tarde o temprano, caería.
Todo el espectáculo no había pasado desapercibido. El sacerdote del templo observó todo con acostumbrada frialdad.
“Sí, esta vez ganamos, pero la próxima perderemos. Es el orden de las cosas”. Tras ese pensamiento, se dirigió al lugar del siniestro.
No había mucho que ver. Las defensas del templo habían hecho un buen trabajo en deshabilitar la nave.
Tras examinar los restos detectó una forma de vida. Su pulso era bajo. Si no hacia algo pronto, moriría.
¿Debía ayudar al extraño o regresar al Templo?
No lo pensó mucho tiempo. Tal como llegó, se fue. Al llegar, poco era lo que recordaba de la nave. Siguiendo el rito de cada día, dijo:
-Dioses del cielo eterno, ustedes que todo lo saben y todo lo ven, escuchen mi rezo.


IV.
Un hilo de sangre corría por su boca. Aunque los sistemas de la nave y la armadura habían absorbido gran parte del choque, su cuerpo se encontraba bastante dañado.
Debía hacer algo, y pronto. No le quedaba mucho tiempo.
Realizó una corrida en el espectro electromagnético, buscando la forma más fácil de salir de entre los restos. Finalmente la encontró. Solo necesitaba de una pequeña explosión.
Preparó el detonante, determinó el área y fuerza de explosión, los efectos en la estructura y tras encender su escudo, lo disparó.
Al principio todo pareció estar bien, pero alguna variable debió escapársele. Los gemidos de las paredes de la cabina le hicieron notar que algo había salido mal y que el detonante había hecho más de lo intencionado.
Sin perder tiempo, activó sus propulsores de emergencia. Como una bala, salió disparado por la apertura, liberándose de la prisión que cedía sobre su propio peso.
Mientras la nave colapsaba, su cuerpo volaba por el aire. Ascendió algunos metros para luego caer sin que pudiese evitarlo.
El golpe fue fuerte. Aunque cayó sobre solo arena, la altura no le había ayudado mucho. Su sistema interno, al ver quedaba muy poca energía, se apagó y encendió la restauración. Un proceso lento y largo pero que lo mantendría con vida.
A la vez que capturaba la luz del sol, largos pero pequeños tentáculos se metían por la arena, buscando alguna reserva orgánica que pudiese alimentarlo.
Pasaron varias semanas hasta que se encontró listo para seguir su búsqueda. Una vez que recupero sus emergías, se dirigió a las coordenadas donde los sensores de la nave habían detectado algo.
Días después llegó al templo.
No podía creerlo.
Todo lo que él era, todo lo que había sido, se hallaba ante sus ojos, esperándolo. Impaciente, corrió a la entrada y sin pensarlo dos veces, abrió las pesadas puertas de un solo esfuerzo.
Estaba deseoso de volver a ver a sus amos después de tanto tiempo.
Y ahí, ante sus ojos, estaba uno de ellos.
¿Se debía acercar?
No, no debía. La emoción y el tiempo no eran excusa para olvidar el protocolo.
Siguiendo la tradición, se integró a los sistemas del templo y se convirtió en una defensa mas dispuesta a morir por el Inmortal.
¿Habrían más?


V.
¿Ruido? Siguió con su rezo pero ya no tan concentrado, sino esperando, buscando escuchar algún nuevo sonido que le indicase algo, pero nada, solo el silencio.
¿Había que preocuparse? No. De haber sido algo importante los sistemas le hubiesen alertado. Debió ser algo insignificante. Mas importante era seguir rezando, implorando a los dioses para que regresaran.


VI.
La puerta se abrió y el amo entró, caminando lento pero con paso seguro. Como todos los días, se inclino sobre las marcas del piso a rezar. Habían pasado más de dos meses y siempre era lo mismo.
El amo entraba junto con el viento y la arena. Mientras se dirigía a su lugar, los sistemas se encargaban de limpiar la intromisión de la naturalaza. Como si fuese algún tipo de espía que buscaba el punto débil del templo.
El Inmortal yacía postrado por varias horas y solo se levantaba para ingerir algún alimento o hacer rutinarias revisiones. Más nunca le dirigía la palabra.
No estaba acostumbrado a ese trato. Para el, los Inmortales habían sido sus padres y siempre lo trataron de manera especial. No como a las otras razas.
¿Por qué este era diferente? ¿Pasaba algo?
Y si era así, ¿cuánto tiempo había estado haciéndolo? El templo no le daba respuestas, sólo recibía órdenes nocturnas sobre patrones de patrulla. Era lo único que le hacia sentir que servía para algo. Siguió mirando al frente, en guardia.


VII.
Al salir de la cámara de regeneración se dio cuenta que algo estaba mal. El viento corría con mayor fuerza y el cielo tenia un color acre, lleno de nubes de forma extraña.
Repentinamente, se sintió un fuerte temblor. ¿Habían llegado los dioses?
Desde su llegada, nunca pudo hacer que los sistemas del templo le hicieran caso del todo. Al parecer le faltaba algún tipo de interfase. Recordó la nave que había sido derribada. Quizá adentro hubiese algo que lo ayudara, pero ¿cuánto tiempo había pasado? Lo más probable era que el viento y la arena hubiesen desaparecido los restos.
¿Qué hacer? Quizá ahora si podría obtener algo útil. Sacó los aparatos que sí había logrado hacer que funcionen y salió corriendo al templo.




VIII.
Algo debía estar mal. Un fuerte temblor había recorrido todo el edificio, tumbando adornos y varias estatuas, rompiéndolos. Pero no paso nada. Al parecer ese tipo de mantenimiento había dejado de funcionar. ¿Cómo era posible? Algo raro estaba pasando.
Pensaba en ello cuando la puerta se abrió de par en par. Tanto el amo, el viento y la arena entraron como uno solo. Caminaba apurado.
Pocas veces en su vida había visto a un Inmortal desplazarse de esa manera. Y siempre había sido en situaciones de mucho peligro.
El amo traía consigo una bolsa y algunos aparatos. Se detuvo ante una de las terminales donde se puso a trabajar.
Repentinamente, tembló ligeramente y giro sobre si mismo, apuntando un arma.
Con voz nerviosa gritó algo.
El soldado no sabía qué hacer. No entendía nada de esa extraña lengua y menos aún del comportamiento de su creador. ¿Qué lo había asustado?
¿Había algo que asustase a uno de los Inmortales? Si era así poco o nada podría hacer él. Sus armas y experiencia en combate no podían compararse con el poder destructivo de sus creadores.
Con todos esos pensamientos, sintió que era mejor morir luchando que ver a su amo ser destruido por un poder más grande. Salió de su posición para poder ayudarlo, pero mientras caminaba hacia él, éste retrocedió, algo detrás del guerrero lo había asustado.
Sus sensores no detectaban nada pero aun así volteo y disparó. Una gran explosión retumbó dentro del edificio. Gran cantidad de polvo caía del techo mientras un gran hueco aparecía por una de las paredes dejando entrar la luz del sol.
Pasaron unos segundos y el enemigo no se manifestó. Quizá lo había destruido. Iba a acercarse al forado cuando sintió que algo le abrazaba las piernas.
Al ver quien era sintió un vació a su alrededor. El mundo dejó de existir mientras su mente giraba sin control..
¿Qué estaba pasando? ¿Era un prueba, una ilusión, un truco?
¿Acaso seguía en el desierto, delirando? Pero no, era real. El ser que era su creador estaba colgado de él mientras repetía sollozando unas palabras extrañas.
El ser levantó su rostro ante el del guerrero y siguió hablándole. Luego se paró y fue hacia el pilar, llamando al guerrero para que se acercara.
Fue recién ahí cuando comprendió. No era un Inmortal. No era sino una miserable criatura, una más entre los millones que había visto, una más entre las miles que había matado.
Era un engaño, una ofensa a la estructura que representaba el poder de sus creadores. ¿Cómo era posible que algo tan repugnante hubiese entrado? Loco por la furia apuntó su arma y le preguntó quien era.
El ser no entendió la pregunta la primera vez, ni la segunda, pero a la tercera comprendió que ese no era ningún dios, era un extraño, un saqueador que había entrado al templo de alguna forma y que osaba amenazarlo.
Debía actuar rápido. Tras décadas activó su red neuronal y encendió el sistema de defensa interior del templo.
El guerrero sabía lo que había pasado y le extrañó que la criatura pudiera manipular los sistemas del templo más de lo que él podía.
Disparó pero la energía se disipó en un campo de rayos multicolores. El ser, con la quijada desencajada, rió por el intento y se inclino ante el pilar, rezando:
El soldado tiró su arma y se acercó al campo, comprobando que podía pasarlo. Inadvertida, la criatura no sabía que el guerrero podía atravesarlo.
Silencioso, se fue acercando de a pocos mientras extendía la hoja cortante de su brazo, deteniéndose a unos pasos del hereje.
El ser siguió su rezo por un momento hasta que se detuvo. Giró la cabeza para darse cuenta, horrorizado, del cuadro que se le presentaba.
Creador y creación se miraron a los ojos, uno con odio, el otro con el mayor de los miedos, pero el encuentro no duró mucho. Un giro del soldado acabó con la vida de la criatura que lo había engañado.
Respiró hondo, incapaz de entender del todo.
El viento y la arena seguían entrando por el hueco que había hecho en la pared, pero no importaba.
Con el pie pateó el cuerpo sin cabeza, volteándolo. Retrajo la hoja sangrante mientras se inclinaba para ver si encontraba algo que lo ayudara. Abrió las ropas y retrocedió, horrorizado.
La criatura, el ser, sí era un Inmortal después de todo. Así lo revelaba el tatuaje sobre el pecho descubierto del cadáver
¿Acaso era otro engaño?
No entendía No podía respirar, todo se volvía oscuro
¡No podía más!
Desesperado, levantó el brazo y se clavó el puñal retráctil en la mitad de su pecho. Tembló ligeramente, y con gran esfuerzo, hizo un corte transversal.
Un líquido naranja comenzó a salir, escurriéndose por la armadura.
Finalmente, el guerrero de centurias cayó sobre sus rodillas con la mirada perdida. Tras un leve quejido, murió, sonriendo al lado de su amo.
Había muerto como un guerrero.

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