El Juglar de Oc - Parte 1

"Those who dance are considered insane
by those who cannot hear the music".
- George Carlin

Todo comenzó cuando yo aún era sólo uno y no tenía idea. Aquel personaje tan insólito que viajaba junto a mí ese miércoles después de clases fue quién puso todo en marcha. Él fue la gota que llenó el sozu y yo fui arrastrado por el sonido que provocó.

Yo tenía la mirada fija en la ventana a pesar de los brincos producidos por los huecos de la pista que el chofer no se preocupaba de evadir y que la rendida amortiguación del vehículo no podía disimular. Pero mi mente sí daba botes. Él giró la cabeza y me dijo de improviso:

-Existe una respuesta, pero para conocerla tienes que hacer el viaje esta noche.

En todo caso, una persona más juiciosa podría decir que todo comenzó mucho tiempo antes, hace casi 15 años, la primera vez que se presentó la oportunidad del viaje.

En ese momento no me atreví a realizarlo pues sentí mucho miedo. Fue el primero de esos miedos que marcan el paso de niño a adolescente, cuando uno se da cuenta de que el mundo no es mágico y sus habitantes son seres humanos. Recuerdo que se lo comenté a quien era mi mejor amigo en ese entonces.

-¿Tú también? –me dijo, con su forma de hablar tan peculiar- Yo ya he viajado. Es decir, no todo el viaje, no me dejaron. Pero es re-alucinante.
-Pero, ¿no te dio miedo?
-¿Miedo? Sí un poco. Sobretodo las risas. Escuchas muchas risas. Es como si te retaran y tú sabes que a mí nadie me reta. Casi sientes que se burlan de lo perdido que estás. Pero ya ves, yo no tengo miedo.

Yo sí tuve.

Y por culpa de ese temor las oportunidades pasaban y yo no me daba por aludido. Pasaban días, meses, años. Hasta que en un momento simplemente dejaron de presentarse.

Hoy en día, cuando vuelvo a ver a mi amigo y le pregunto al respecto, él me dice que ya no recuerda nada. Sin embargo, es una de las personas con mayor paz interior que conozco.

¿Pero en realidad dejaron de presentarse? ¿O era que yo había aprendido a ignorarlas? Debe haber sido lo segundo ya que en ese momento mirando a la ventana, cuando ese personaje tan fuera de lugar me habló, yo sabía exactamente a qué se refería.

Cuando pienso al respecto no puedo recordar qué sentimien-tos fueron los que me inspiró al inicio esa persona que parecía haber leído mi mente. El Gordo –porque he decidido llamarlo “El Gordo” a falta de otra característica saltante que lo describa- había soltado su frase de la manera más incidental, mientras miraba su reloj, casi como quién comenta sobre el frío en el Polo Norte. Yo, recuerdo, volteé a mirarlo y le mentí:

-¿Qué me dice señor? No tengo idea de lo que está hablando.
-Hablo de la respuesta a tus preguntas, las que te tenían tan preocupado hoy en la mañana mientras leías la misma página de un libro por 20 minutos. Y las que te tienen preocupado ahora que miras por la ventana pero sin ver en realidad lo que pasa afuera. Esa picazón que no te puedes alcanzar porque no es el cuerpo lo que te pica. Si haces el viaje que debiste haber hecho hace años lo tendrás claro.
-Creo que usted está loc…
-No. Loco te volverás tú si continúas esquivando tu destino.
-¿Pero cómo diablos es que sabes eso? Dime quién eres.
-Yo sólo soy un mensajero. Así que, como siempre, mi identidad no importa. Yo estoy para ayudar a los que son como tú a darse cuenta de lo que deben hacer. Tú conoces las respuestas, pero no te has dado cuenta. Depende de cada uno.
-¿Y qué debo hacer?
-Primero el viaje. ¿Qué camino puedes tomar si no sabes a donde quieres llegar? El viaje te mostrará tu destino y una vez que lo conozcas lo demás será fácil. Ah, acá me bajo. ¡Baja!

El Gordo se levantó pidiendo permiso, pagó medio pasaje sin mostrar carné alguno y bajó en el cruce de la Avenida Aviación con Javier Prado. Mientras tanto, yo me quedé sentado en un asiento que repentinamente se sentía mucho más incómodo, mirando como El Gordo se compraba una gaseosa en el kiosco de la esquina y notando por primera vez que estaba lloviendo. No me arrepentí de no reaccionar a tiempo para preguntarle algo más. Sabía que eso era todo lo que me diría.

Seguí mi camino con las ideas cruzadas, como si mi cerebro sufriera una especie de Party-Line neuronal. Hacía meses que me daba vueltas en la cabeza una angustia indefinida. Una sensación de estar perdiendo el tiempo. La desazón inexplicable cuando todo va bien. Como un resfrío del alma que no deja disfrutar el estar vivo.

Y ahora un personaje se presentaba de pronto, sin invitación, y me decía que la respuesta a todo esto se hallaba en un viaje del que había huido por años.

Por supuesto que no tenía ganas de dormir al llegar a casa. Descubrí con horror que se había acabado el café, así que una película y un crucigrama del día anterior me ayudaron a postergar el momento hasta casi las tres de la madrugada.

Pero infaliblemente llegó. El lápiz rodó por la cama hasta el suelo, el crucigrama sobre el pecho, la luz prendida una vez más.

Entonces, como siempre había sido, mientras mi mente se hundía en el sueño, llegaron los temblores. Eran como las turbulencias para un viajero frecuente de avión: viejas conocidas, pero no por eso menos angustiantes.

¿Acaso podía, después de la conversación con El Gordo, después de tantos meses de sinsabor, acobardarme otra vez? Pero nada tenía sentido ¿O sí? Para un problema indefinible, inexplicable, tal vez la respuesta era también indefinible e inexplicable. La solución quizás se encontraba ahí. Y la alternativa era seguir atormentado.

Y ahí estaban los mismos temblores de antaño, acompañados del mismo temor. ¿Y si dejaba pasar la última oportunidad? ¿Podría vivir tranquilo después? Sacando fuerzas del temor a la miseria, que era más fuerte que el temor a lo desconocido, no opuse resistencia y me dejé llevar.

Comenzó.

Si la vida es una película, entonces estuve un momento detrás de cámaras. Digo un momento, pero en realidad no sé si fue un segundo o fueron meses, ya que las referencias físicas habían desaparecido. Existía en el lugar formado por los espacios entre un Cuanto y el otro. En los vacíos del continuum, que no resultó ser tan continuo después de todo.

Y luego luz.

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Mis ojos se abrieron para ver un cielo azul, sin nubes pero carente de una fuente de iluminación aparente. Me encontraba echado sobre una superficie fría con el dolor de cabeza más fuerte que había sentido en toda mi vida. De hecho, me dolía todo el cuerpo y lo sentía tosco y pesado a comparación del instante anterior en el vacío. Era penosamente consciente de mi respira-ción y del contacto con el incómodo suelo.

-Bienvenido a Oc, viajero –dijo una voz como la de un anciano al que le faltan algunos dientes- bebe esto y estarás como nuevo.

Una mano cubierta con un guante entró en mi campo de visión. Entre los dedos llevaba un pequeño vaso de madera. El vaso se acercó a mis labios y pude sentir un olor a té.

-¿Dónde dices que estoy? Pensé que Oc era un idioma provenzal antiguo, acabo de buscar ese dato para un crucigrama –probé un sorbo del brebaje- Está bueno. La cabeza me da vueltas.
-Es una pócima propia. Arandino para acostumbrar tu vista a este lugar, ajenjo para que te adecues a nuestro peculiar paso del tiempo, hojapie para que te abandone esa languidez y valeriana como desintoxicante. ¡Ah! Y un poco de té jazmín para el sabor-cillo.
-¿No será malo mezclar todas esas cosas? –fue lo único que atiné a decir entre el mareo y el dolor- Mi doctor alguna vez me dijo…
-No hables todavía, solo bebe.
-Pero es que tengo muchas preguntas y quiero…
-Descansa. Ordena bien tus ideas.

Al pasar el último sorbo apoyé de nuevo la cabeza en el suelo. Lo que sea que tuviera la pócima estaba ayudando.

-Creo que ya estoy mejor –dije- ¿Puedo hacer preguntas ahora?
-Shhh… Tranquilo. Mi pócima es buena pero debes esperar al menos 500 latidos.
-¿500 latidos? ¿Eso cuánto es en minutos?
-Aquí no hay minutos –mi interlocutor suspiró- Veo que eres de los ansiosos. Aprenderás a tener paciencia o tu viaje será más difícil. Descansa.

No tenía muchas opciones y realmente mi cuerpo pedía descansar un poco. Cerré los ojos y me concentré en escuchar mi corazón. Cuando calculé que habían pasado unos cinco minutos dije:

-Creo que ya estoy listo.
-Yo creo que no –dijo el anciano- Pero en fin, pregunta lo que desees y yo trataré de responder. Sin embargo, piensa bien tus preguntas antes de hablar. La mayoría de las personas se preocupa por dar respuestas correctas, pero no muchos se pre-ocupan por formular preguntas correctas. Y tú tendrás tiempo sólo para unas pocas.
-¿Por qué hablas tan raro? Sólo quiero saber qué pasa. Si te hago preguntas, ¿tú me puedes dar respuestas correctas?
-No siempre. Muchas respuestas que se pensaban correctas han probado con el tiempo el ser incorrectas. Sin embargo, hay muchas preguntas correctas que aún no tienen respuesta.

Estos son los momentos en que uno tiende a levantar la cabeza y ponerse erguido con la esperanza de que al cambiar de posición las cosas se entiendan mejor. No fue así.

Pero al hacer eso noté que el dolor casi había desaparecido. Me encontré echado sobre un suelo de arena que se extendía hacia donde llegaba mi vista en tres de las cuatro direcciones posibles, salvo hacia mi izquierda donde se notaba el comienzo de un bosque. Hacia arriba, un cielo azul índigo. A unos cuantos metros, un edificio en forma de templo clásico con columnas circulares y un gran portal de entrada era la única edificación a la vista.

También pude ver a mi interlocutor, envuelto en una capa de color marrón oscuro. La capucha estaba sobre su cabeza de manera que me era imposible distinguir su rostro.

-Típico –dije- Me hubiera parecido extraño de otro modo. Todo esto es un sueño de esos raros. Estoy soñando que viajo a un lugar lejano y tú eres el anciano del lugar, el que todo lo sabe. El viejito sensei, que vive en lo alto de una montaña junto a una caída de agua y al que los lugareños buscan para pedir consejo. Como en los cuentos.
-No, viajero. Aquí nadie sabe mucho más, todos sabemos casi lo mismo sólo que algunos no se han dado cuenta. Lo poco extra que yo sé, tú tendrás que aprenderlo en el camino. Si lo consigues regresarás aquí con tres lecciones: una de tolerancia, una segunda sobre el aprendizaje y la última, sobre tu destino. Serás uno de los Aes Dana, como yo. Y cuando me veas de nuevo, podrás saber quién soy.
-¿Y cómo se supone que aprenderé estas cosas?
-Te lo dije ya: debes plantear las preguntas correctas. Cuando sólo sabes respuestas, las cosas parecen tener sentido pero son aburridas porque sólo son lógicas. Mas, si uno aprende a hacer preguntas y mantiene esa curiosidad, habrán pocas cosas más reconfortantes que el descubrir o entender algo, ese sentimiento cuando las piezas encajan y todo tiene sentido.
-¿Debo ser creativo en mis preguntas entonces?
-La habilidad para resolver los problemas se basa en la creatividad. Sin creatividad sólo se pueden resolver de nuevo los problemas que ya fueron resueltos antes. Pero paciencia, aún no has elegido tu camino y si nos adelantamos no quedaría más remedio que regresar a la confluencia.
-Esto si que no lo entiendo.
-Lo entenderás ahora. Sígueme.

Caminando, seguí al encapuchado hacia el templo, que resultó ser bastante más grande de lo que parecía al principio. Al atravesar el portal bajé la cabeza sin saber por qué.

Llegamos a un colosal patio circular en cuyo centro se podía divisar una especie de altar hecho de piedra oscura. Sobre el mismo, se encontraba una serie de objetos metálicos.

Hacia allí nos dirigimos y a medida que nos acercábamos pude distinguir lo que parecían ser algunas espadas, escudos y armaduras, similares a las que uno ve en museos. También noté algo que podía ser una lanza y algunas otras cosas que nunca había visto, pero que parecían aquellas que uno imagina encontrar en el laboratorio de algún alquimista o hechicero.

-Esto no es una prueba en sí –me dijo mi compañero- pero debo advertirte que lo que elijas ahora determinará el tipo de pruebas que encuentres en tu viaje.
-¿Es decir que tengo que escoger una de estas cosas?
-Como siempre ha sido.

El anciano debía estar loco si pensaba que alguna de esas co-sa me podía ser útil.

-Pero –le dije- yo no sé usar nada de esto. Mira, por ejemplo ¿qué se supone que hago con esta espada?
-Tienes en tu mano a Antares, la siete veces probada. Dicen que hace sangrar al mismo viento.
-No, no. No sabría ni cómo sostenerla. ¿Y este escudo?
-Es Alniyat, protector del corazón. Puede defenderte de todo mientras mantengas la fe.
-Entonces sospecho que me fallaría muchas veces. ¿Y esto es un asta de bandera?
-No viajero. Esa es Gae Bolga.
-Lo dices como si yo tuviera que saber qué es.
-Si no lo sabes, mejor no la elijas.
-Mira, al menos dime a qué lugar me dirijo y eso me ayudaría a escoger algo.

Si bien era imposible verle el rostro, estaba seguro que el encapuchado había sonreído al escucharme. Había algo familiar en su postura, pero no podía relacionarlo todavía.

-Sólo te diré, viajero, que te diriges a Tir Bo Thin’n, La Tierra Más Allá de las Olas, donde aquél que puedes ser tú, espera.
-¿Espera? ¿Qué espera?
-Te espera a ti, para probarte.
-Sabía que dirías eso –suspiré. El asunto se me hacía conocido, un tema clásico en historias y leyendas- ¿Y cómo llego ahí? ¿Cruzando siete mares o siete desiertos o algo así? ¿Caminando al final del arco iris?
-Siguiendo el camino de Caer Gwydion.
-¡Ah! ¡Qué fácil! Tal vez podrías decirme qué tan lejos se encuentra.
-Muy lejos, pero…
-¡Pero a la vez muy cerca! También sabía que dirías eso, es clásico. No sé por qué me molesto en preguntar si ya sé que las respuestas son de ese tipo.
-Las respuestas son las correctas, las preguntas son las equivocadas.

Soy una persona paciente, pero en ese momento poco me faltó para usar a Gae Bolga o algún otro objeto contundente contra el encapuchado. Y lo peor es que el anciano me hablaba con resignación, como quien le habla a un niño. Respiré profundamente y volteé la mirada hacia las cosas.

-Un momento –había notado lo que parecía ser una pequeña guitarra escondida entre las cosas- he encontrado algo interesante, encapuchado –dije mientras la cogía en mis manos.
-Es Tensón, el mandolín de Vitonnus. Dicen las historias que fue un regalo de Hermes.

Para este momento yo ya había aceptado mi nueva situación como parte de un extrañísimo sueño. Este no era el viaje que yo había imaginado y no se parecía en nada a las cosas que mi amigo me contaba sobre su viaje cuando éramos niños. Sin embargo, una emoción especial me recorría el cuerpo y algo en mi corazón me llamó a escoger este mandolín entre todas las otras cosas.

-¿Hermes el dios griego, eh? ¡La quiero!
-Sabia decisión viajero. Está hecho.
-Perfecto, si mal no recuerdo Hermes tenía esas alitas en los pies. Así que esto me debe ayudar a llegar más rápido a Tir loquesea.
-Es Tir Bo Thin’n. La verdad es que Tensón no representa la característica hermética de la velocidad, pero creo que te puede ayudar a llegar rápidamente al final del viaje de otra manera, ya que has escogido el camino del juglar.
-Eso es… como un trovador ¿no?
-Casi, casi. La habilidad del juglar no está en la fuerza física o en la destreza manual, sino en el dominio de la palabra y la música. Las pruebas que te esperan son de sapiencia.
-Mira tú. ¿Eso quiere decir que no tendré que pelear con nadie?
-Pelear no, pero competir sí. Y la primera competencia es conmigo.

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En ese momento dudé de mi elección. El anciano encapuchado decididamente era muy sabio. ¿Qué esperanza tenía yo contra él en una prueba de ese tipo? Al menos, pensé, podía jugar el papel del joven escéptico que ha leído bastante. No lo sabía en ese momento, pero la gran cantidad de libros y revistas sobre fantasía y ciencia que leía desde niño me serían más que útiles.

-No estoy listo, encapuchado, pero vamos. No he llegado hasta aquí para arrepentirme.
-Hablas con verdad y con coraje. Lamentablemente no debo evaluarte en ninguno de esos dos aspectos.
-¿En qué me vas a evaluar entonces anciano?
La sombra debajo de la capucha se centró en mi rostro, como pensativo. El encapuchado habló, pero ya no más con voz de anciano, sino con una voz joven y extrañamente familiar.
-No siempre –dijo lentamente- se puede llegar al conocimiento con palabras. Las palabras son sólo un sistema formal que no puede contener la verdad.
-¡Ah! Eso ya lo había oído antes: es Zen. No puedes definir al universo con una parte de ese universo.
-Dime entonces, ¿cómo llegar al conocimiento total?
-Muy fácil. Algunas cosas se tienen que experimentar sin palabras. Otras se tienen que experimentar sin lógica.
-Sabía que podías responder eso, de otra manera no estaríamos aquí. Era, sin embargo, necesario hacer la pregunta.
-¿Aquí termina la prueba?
-La mía sí. Pero escucha, quiero decirte algo para que tus próximas pruebas sean más fáciles.
-Toda ayuda es bienvenida.
-El universo está lleno de fuerzas que no entendemos, tan sólo vemos la proyección de esas fuerzas en nuestro riguroso mundo de cuatro dimensiones, al cual tus sentidos tienen acceso.
-Menos mal que ya pasé la prueba porque ahora sí no entiendo nada.
-Todo lo que te digo tú ya lo sabes, créeme. Me refería a no poder percibir todo lo que realmente existe, sino sólo lo que nuestros sentidos pueden alcanzar.
-Pero ya que todos tenemos los mismos sentidos, todos los seres del mismo mundo de cuatro dimensiones deberíamos ver lo mismo.
-Es lo que te dice la lógica, pero debes dejar la lógica de lado. Reflexiona sobre esto. Ya dice también el Zen: cuando el alumno esté listo aparecerá el maestro.

Me encontraba confundido pero también contento. Al parecer había superado con éxito la primera prueba. Si las cosas seguían así, tal vez culminar el viaje no sería tan difícil.

Noté que se relajaban algunos músculos de mi cuello que hasta ese momento no sabía que estaban tensos o siquiera que existían. Fue como quitarme un peso que había estado allí hacía semanas. El encapuchado, que ya no era anciano, también lo notó enseguida.

-A medida que pases las pruebas te irás sintiendo mejor. Al final, cuando encuentres el camino, esa picazón del alma desaparecerá.
-Eso ya lo había escuchado antes… ¿no serás tú El Gordo, encapuchado? Tu voz es mucho más joven ahora.
-El Gordo es un viejo conocido, un experto en cientología.
-Esa palabra no la conozco.
-Conclusiones ligeramente atinadas, derivadas de verdades primordiales: dicen que el hombre es un ser espiritual dotado de habilidades que van mucho más allá de lo que normalmente se imagina y eso es verdad. Ahora, lo que algunos pueden derivar de eso… pero no deberías hablar de este tema conmigo, no hay mucho que pueda aportar a lo que ya sabes. Debes partir ya.
-Parto entonces… pero, ¿en qué dirección?
-Sólo tú puedes descubrirlo, pero te recomiendo que empieces por el bosque. Si bien puede que ese no sea el camino, al menos ahí encontrarás algunas cosas interesantes.
-El bosque entonces. ¿Nos veremos otra vez, encapuchado?
-Ya nos hemos visto dos veces. Adiós.
No podía saberlo en ese momento, pero mientras yo partía hacia el bosque una pequeña sombra se movía sola, alejándose del lugar desde el que había observado todo lo acontecido en el templo.

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Siendo un hombre totalmente urbano y citadino, no tenía mucha experiencia a la cual remitirme al comparar, pero el bosque al que había entrado me parecía más hermoso que los bosques tradicionales. No era una de esas junglas impenetrables, con calor asfixiante. Era un bosque acogedor, un bosque mágico.

No pasó mucho tiempo hasta que las palabras del encapuchado se hicieron realidad y encontré la primera cosa interesante. En la mitad del camino que venía siguiendo, se hallaba una gran piedra circular de casi un metro de diámetro y similar altura. En la parte superior de ésta, en el centro, se hallaban colocadas cuatro piedras brunas muy pequeñas.

Me acerqué para verlas mejor. ¿Serían obsidianas o algún otro tipo de piedra preciosa? La curiosidad pudo más que la prudencia y cogí una para observarla entre mis manos.

-¡Bien hecho! –dijo una voz detrás de mí- Ahora son una y tres.
Giré rápidamente y me encontré con un hombre enano a unos pocos metros. Tenía la cabeza sin un solo cabello pero una barba copiosa y cobriza, y vestía una túnica lechosa. Su rostro mostraba una sonrisa de oreja a oreja y pude notar que estaba descalzo.
-Disculpe –dije-. No quise coger su piedra, la pondré en su lugar.
-¿Estás loco? –me dijo, exaltado-. Echarías todo a perder de nuevo.
-¿Cómo?
-Eran cuatro. Eso está mal. Ahora son una y tres, como debe ser.
-Entonces… ¿Debo entender que puedo quedarme con ella?
-Por supuesto. Es un regalo del bosque. Nadie en su sano juicio pondría cuatro. Pondría una. O tres.

Esta conversación me estaba resultando divertida. Me acerqué al enano. Su tono de voz y su expresión inspiraban confianza.

-Por favor –le dije-. Explíqueme un poco más. ¿Por qué es mejor ahora?
-Vaya. Uno esperaría que los viajeros vendrían más preparados. Se supone que sólo hay que darles una pequeña orientación. Durarás poco.
-Gracias por la confianza. Pero ya estoy aquí varias horas.
-¿Horas? ¡Ja! Estás sólo un instante. Aquí el tiempo no se mide como en tu mundo viajero. No hay horas ni minutos, sólo hay lapso… y tránsito.
-Eso no es muy reconfortante.
-Escucha. Las cosas en la vida siempre son una y tres. Las cosas propicias y las cosas funestas pasan siempre una vez o tres. Tú eres uno, pero a la vez eres tres; el segundo en la sombra y el tercero que regresa. Tres son las lecciones y uno el viajero.
-No entiendo nada.
-Era de esperarse. Mira, quédate con la piedra. Se llama Unseen y puede ayudarte. Y vaya que vas a necesitar toda la ayuda posible. La piedra puede darte luz en los momentos en los que se te haga difícil ver lo que se encuentra a tu alrededor. No te será muy útil contra la Sombra, eso tenlo por seguro, pero el bosque no entrega regalos en vano.
-Gracias, supongo.
-De nada. Ahora tu prueba.

Me puse de cuclillas para estar a la altura del rostro del enano.

-¿Prueba? –pregunté mientras guardaba a Unseen en el bolsillo.
-Tranquilo –me dijo- hasta ahora vas por buen camino.
-Pero me hubieras avisado de la prueba desde un principio. Hemos hablado mucho por gusto de temas sin interés. Quiero terminar con todas las pruebas rápido para regresar a mi casa.
-Regresarás oportunamente. ¿No has entendido que aquí no puedes desaprovechar el tiempo?
-Con razón aquí todos se van por las ramas.
-Es mejor así, de esa manera mantienes el interés. Es como cuando escuchas una buena melodía. ¡Hai Hom! ¡Ha Hum!

El enano se puso a entonar una especie de canción de mar-cha, acompañando su grave voz con palmadas y saltos. Me quede mirándolo un tiempo, hasta que se agotó mi paciencia, lo cual pasó bastante rápido.

-Disculpa –le dije cogiéndolo del hombro.
-¡He Hem! ¿Eh? ¿Dime?
-Por favor dime cual es la prueba.
-Ah. Está bien. Es algo así: ¿Qué es mejor, la individualidad o la sociedad?
-No tengo idea… las dos me parecen buenas.
-Es una respuesta aceptable, viajero. Tal vez te juzgué mal.
-¡Pero si no he dicho nada!
-Al contrario, lo has dicho todo. Creo que siempre es bueno ver las cosas desde diversos puntos de vista. Un idioma, una cultura o un ideal común unen a las personas en sociedades, pero separan a las sociedades entre sí.
-Sí, tienes razón, creo.
-Ven, te invito a comer a mi hogar. Está cerca de aquí.
-¡Epa! Gracias, pero es que no quiero demorarme. Ahora que pasé tu prueba, me toca pensar a donde ir de aquí.
-¡Ja ja! –el enano reía muy fuerte-. Realmente no eras tan sabio. La comida nunca se desprecia. Y uno piensa mejor con el estómago lleno.

Lo que decía el enano tenía sentido. Además, la verdad no tenía idea de qué más hacer. La prueba del enano también había resultado fácil y tal vez todas serían así y podía darme el lujo de descansar un momento.

Avanzamos un poco más y llegamos a una cabaña, bastante grande si tenemos en cuenta la estatura del dueño. Comenzaba a pensar que a los lugareños les gustaba construir las cosas de esa manera. La cabaña era sencilla, hecha de madera y con un bonito jardín de flores amarillas en el frente. Al preguntarle sobre el tamaño de la casa, me dijo entre carcajadas que estaba acostum-brado a recibir invitados.

Recuerdo que ésta fue la etapa más divertida del viaje. En ese momento, mientras disfrutaba de un delicioso asado y una fuerte cerveza, nada podía imaginar de las cosas que vendrían después. El enano comía y reía con una pasión extraordinaria. Yo trataba de seguirle el paso en ambas actividades.

En este mundo el concepto del tiempo sería anormal, pero sin duda había diferencia entre el día y la noche. Al dejar al enano me encontré con un atardecer sin sol. Y con la barriga llena y el corazón contento seguí mi camino. Fue mucho después que tuve mi siguiente encuentro.

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Había empezado a oscurecer, así que decidí probar la piedra negra. Al sacarla del bolsillo noté cómo comenzaba a emitir un brillo azul que poco a poco fue aumentando de intensidad hasta iluminar lo suficiente para permitirme ver bien a unos metros.

Me quedé fascinado por la piedra y le daba vueltas en la mano tratando de entender cómo funcionaba. Tal vez algún tipo de reacción que generaba luz. Me arrepentí de no haber prestado atención a los profesores de química que tuve en mis años de estudios. Claro que ellos nunca habían tenido una de estas maravillas para mostrar.

Tan absorto estaba en la piedra, que al igual como en el encuentro anterior, no me percaté en la persona que se había parado a mi costado hasta que me habló:

-No es algo natural lo que le da luz, viajero. Es un encantamiento sencillo pero entendible sólo para iniciados.

Di un salto del susto. A mi lado se encontraba una mujer alta y esbelta, de cabellos níveos muy largos y ojos tan azules que era imposible evitar el quedarse cautivado por ellos. Pero en lugar de asombrame, me sentí molesto por no haberme dado cuenta de su presencia antes. Además ya me estaba cansando el que todos en este lugar parecieran leer la mente. Le pregunté molesto:

-¿Y quién eres tú?
-Soy una Sidhe y este claro del bosque es mi hogar. La Unseen te identifica como un aliado, así que estás a salvo aquí; pero hay mucha ira en ti y mis compañeros tienen dudas.
-¿Ira? No, no es eso. Es que me estoy cansando de que todos aquí adivinen lo que pienso.
-Tu cuerpo es como un torrente límpido que deja ver claramente tus pensamientos en el fondo, moviéndose con la corriente y generando ondas cada vez que algo externo los toca. ¿No eres acaso un juglar? –me dijo, señalando con la mano a Tensón.
-Eso he escogido.
-Buena elección, pues tu destreza es natural. Ven, déjame oír algo de tu música y de esa manera mis compañeros sabrán que eres bueno.
-¿Con música? ¿Por qué no se los dices directamente?
-Sería mejor que lo oyeran de ti, pero me temo que no hablas su dialecto. Mis compañeros son los seres vivos del bosque y los espíritus de los árboles y ríos. La música es un idioma que entienden, mi querido juglar.
-Ya decía un amigo que si sabes música es como si aprendieras veinte leguajes. Bueno, trataré de hacerlo de la mejor manera posible.

Me senté en una piedra para estar más cómodo y me puse a tocar en Tensón. De pronto, con asombro, me escuché a mí mismo interpretando una hermosa melodía, una que no había oído nunca antes, cuyas notas hablaban de un lugar lejano y de una tierra de fantasía que cambiaba de forma constantemente. La Sidhe sonreía y yo sentía que todo el bosque escuchaba mi música.
Al terminar, me sentía renovado. Con la sonrisa todavía en el rostro, la Sidhe se acercó y me dijo:

-Eso ha sido hermoso.
-Mira –confesé- La verdad no ha sido obra mía sino de Tensón. Yo no sé tocar tan bien y esa canción no la había escuchado antes.
-¡Ah querido viajero! –me dijo riendo- Tensón sólo emite la melodía que está en el espíritu de quien la toca. Y tu espíritu es de poeta.
-Me sonrojo. ¿Supongo que puedo estar tranquilo ahora?
-Puedes estarlo. Sin embargo una melodía de ese tipo merece mi admiración y la de todos los Sidhe. Hemos decidido darte la opción a un obsequio. Pero todo obsequio necesita una prueba.
-Sí, ya me estoy acostumbrando. Muchas gracias, dime qué tengo que hacer.
-Responder a una pregunta que nos hacemos los Sidhe hace mucho tiempo. Escucha, amigo poeta: La poesía es más antigua que la prosa, es el leguaje original. El ser humano tardó mucho tiempo para expresarse en términos abstractos, ya que mucho más fácil y más hermoso era asignarle vida a las palabras y de esta manera asignarle también vida a las cosas que ellas definen. El niño le asigna vida e inteligencia a todos los objetos, pero luego se le olvida. ¿Por qué reprime ahora el hombre ese tipo de expresión?

Me quedé pensando un instante. Recordé que, cuando niño, yo siempre había pensado que mis juguetes tenían vida, y que si no jugaba con todos por igual algunos podían sentirse mal. En la adolescencia, había descubierto que las palabras podían tener vida propia en manos de ciertos autores de poemas e historias. Años después, la carrera de ingeniería me había enseñado a hablar pensando en términos técnicos y en estándares.

-Eso es algo que yo también he notado –respondí- Lo que sucede es que vivimos en un mundo donde el lenguaje científico y técnico es considerado más valioso. Y algo de razón tienen los que piensan así porque gracias a este lenguaje hemos llegado hasta donde estamos. Pero lo importante está en manejar ambos lenguajes. Hoy en día, los poetas siguen hablándole al mar o la luna como si fueran entes con personalidad y espíritu.
-Pero ya ves, es que lo son. Y si logran entenderlo podrán ganar su favor, como ha sido ahora. En el comienzo de su historia, nosotros compartimos muchas cosas con ustedes. El hombre primitivo sabía que todas las cosas tenían vida y es así que las palabras como árbol, sol, piedra, luna o serpiente eran inherente-mente femeninas o masculinas, ¡y con vida!

Vinieron a mi mente algunos poemas mitológicos europeos, los que solía leer cuando estaba en el colegio. Las historias que contaban eran apasionantes, pero nunca antes había reparado en el lenguaje tan particular que usaban.

-Es verdad. En el lenguaje antiguo uno no decía simplemente “salió el sol” sino “el Sol se levantó y caminó”, un leguaje poético hermoso. Yo pensaba que esa era la explicación de lo mítico.
-No es eso. Ese lenguaje tiene esa forma porque los hombres de esa época vivían más cerca del mundo y sabían la verdad. El camino que lleva a su mitología es otro. A veces ocurren cosas tan dolorosamente inexplicables o tan increíblemente fortuitas que al hombre no le queda otra opción que refugiarse en el mito.
-¿Debido a que no podemos explicarlo?
-El hombre, al igual que nosotros, no puede soportar el sufrimiento sin motivo, el sufrimiento absurdo. Sabe que el estado natural de las cosas es el bien.
-¿Y cuando algo sale mal?
-Se busca a quien culpar. Puede ser culpa propia o culpa de un hombre malo. O en todo caso puede ser cólera divina, venganza por alguna ofensa… pero no soy yo quien debe hablarte de lo divino. Lo fundamental es que no olvides lo que has visto aquí. Ahora mereces tu obsequio.
Descolgó de su cinto una espada y la puso en frente de mí.
-Te presento a Cizaña, la de doble filo. Un regalo de los hombres a los Sidhe y ahora de vuelta. Es tuya.

Otra vez tenía ante mí la opción de usar un arma. ¿Era también una prueba? No sabía si aceptar o no la oferta. ¿Sería capaz de usar una espada? No, si tenía que pelear con alguien no tendría opción. Jamás en mi vida había empuñado un arma de ese tipo.

-Muchas gracias. Tu regalo viene del corazón, pero no puedo aceptarlo. He decidido seguir el camino de juglar y no hay lugar en él para este tipo de armas.
-Piénsalo bien, viajero. La espada ya ha sido dejada por mí y no puede ser recuperada a menos que alguien la acepte primero. Si no la quieres tú, alguien más… sombrío… podría usarla.
-Espero no decepcionarte, pero no la quiero.
-No me decepcionas, al contrario, aumentas mi confianza. Entonces Cizaña será de quien la quiera. Haz rechazado un arma, pero debes tener un regalo –dijo mientras descolgaba ahora de su cinto lo que parecía un cuerno de bronce.
-No es necesario que te desprendas de más cosas.
-En este caso sí lo es. Lleva esto. Cuando llegues a Tir Bo Thin’n te puede ser útil.
-Muchas gracias, entonces lo acepto. Pero, dime, ¿conoces tú el camino a Tir Bo Thin’n?
-Yo no, pero si continúas por aquel sendero llegarás al hogar de un viejo ermitaño. Él sabe cómo llegar. Sabrás que estás cerca de su hogar cuando escuches el llanto.
-¿El ermitaño llora?
-No me entenderás hasta que lo escuches. Por ahora confía en mí y ve en su búsqueda.
-Me voy entonces. Muchas gracias.
-Que la luz te ayude a apartar las sombras que te siguen.

Dicho esto se dio media vuelta y comenzó a caminar hacia la parte densa del bosque. Hasta ahora no lo puedo recordar con claridad, pero estoy casi seguro que la vi fusionarse con el tronco de un gran árbol.

Tomé el camino que me había indicado, mientras tarareaba la melodía que había compuesto sin querer. Desde ese momento, cada vez que me siento triste o cansado, la recuerdo. El sonido del alma reconforta cualquier mal del cuerpo.