Tributo a los hombres de la luz.2

Caer está permitido,
levantarse es una obligación

LA OREJA DE VAN GOGH
Dicen que dicen


Tiene miedo. Está encogido, de lado, sobre el colchón; con los ojos fuertemente cerrados. Se encuentra inmóvil por el temor que lo abruma.
La sensación era escalofriante, tan fuerte que lo paralizaba. Tras años de pensar, de sentir, de dar vuelta a los horrores del mundo, había caído al fondo del pozo, un fondo sin luz, húmedo y frío como un pantano.
Una corriente helada corría por sus huesos, extendiéndose por venas y nervios. Sin que lo pudiese evitar, le extraía la fuerza vital y sus ganas de seguir.
No había quien lo ayude pues no era la obra de un ser omnipotente, sino el producto de los temores del alma. Era el infierno de los hombres.
Comenzó a sollozar mientras apretaba los ojos, pensando en la soledad fría y oscura en la que había terminado. No había más, sólo sufrir por atreverse a enfrentar su existencia, enfrentar el status quo. Quiso entenderlo todo y ser capaz de crear una nueva concepción de la vida. Ese intento fue, al final, su perdición.
Ahora pagaba el precio del hombre petulante, el castigo que cae sobre aquellos que buscan ser dueños de su propio destino, de su voluntad. Y como todos, llegó a la conclusión que era imposible. Las emociones, el miedo y los temores no desaparecieron, solo se fueron acumulando, hasta estallar. Su soberbia le hizo creer que podía hacerlo de otra forma y se equivocó.
Como Adán expulsado del Edén, él había sido expulsado de la dicha de la vida por creer que era más que un animal. Pero a diferencia de Adán, no había una Eva a su lado. No le quedaba más que sufrir, sólo, la pena impuesta.
Abrió los ojos pero solo vio oscuridad. Era igual a tenerlos cerrados. Solo había algo diferente. Al mantenerlo cerrados, la realidad era más llevadera. Como no la enfrentaba en su totalidad, se podía ocultar y negar su situación.
¿O no?
Eso al principio, pero conforme pasaba el tiempo las preguntas sin respuesta se iban manifestando. ¿Por qué lo hizo? ¿En que había fallado? ¿Acaso era así como se volvía loca la gente?
Respiro hondo, cansado. Decidió mantener la mirada abierta y sentarse, buscando qué hacer y así evitar seguir pensando.
Comenzó a jugar con los dedos mientras silbaba una tonada triste, melancólica, pero ante tanta oscuridad, su silbido perdía gracia. Sonaba inapropiado, incluso herético. Finalmente, se calló.
Inevitablemente, llego a la conclusión que la soledad, en sí misma, era depresiva.
Que triste.
Pero, ¿dónde quedó su orgullo? ¿Acaso no lo tenia? ¿No era patético quedarse sentado o echado pensando lo desgraciado que se sentía?
Iluminado, se dio cuenta que nunca había dejado de pensar. Pensaba en su sufrimiento, en cuan desgraciado era, que ya nada tenía solución y que tenía que resignarse al destino que le habían impuesto.
¿Debía ser así?
Hubo una época en la que había sido feliz, en la que tuvo momentos de alegría en su vida ¿Por qué, entonces, se aferraba tanto a la desgracia? ¿Por qué no se aferró a esa dicha?
¿Cuándo fue verdaderamente feliz? Recordó su sonrisa, sus ojos castaños, su pelo largo, su voz.
Sonrió.
Empero, la pena regresó. A pesar que al principio fue muy feliz, ella terminó por hacerle mucho daño.
Recordarla lo hizo sentirse peor. Por instinto cerró los ojos.
En un intento de escapar a la angustia, volvió a silbar con más fuerza. Sentía que la música fluía en golpes suaves y con ritmo variante. El flujo constante de una melodía triste.
¿Eran los demonios de la mente humana los que invadían su razón? ¿Eran ellos lo que no lo dejaban pensar, ahuyentándolo de su condición de hombre y arrastrándolo al abismo de la estupidez, de lo salvaje?
¿Y por qué simplemente decirles no? ¿Era acaso tan difícil?
¿De que servia lamentarse de la tristeza y la desgracia? ¿Tenia un propósito la autocompasión? ¿Acaso no era destructiva, negarse como un ser vivo y pensante?
Se dio cuenta que no servía, era el lado opuesto de la felicidad.
¿Por qué entonces tanta atracción?
Eso no tenía sentido, no era razonable, no era lógico, era emocional.
¿No era el dueño de sus emociones?
No.
¿O si?
Siempre le enseñaron que no, que uno se debía dejar llevar por ellas, que el sentir estaba encima del pensar.
Y ahí, solo y sentado en su propia desdicha, entendió todo.
Sonrió y abrió los ojos para ver lo impensable: luz.
Un punto de luz que brillaba a lo lejos. Se paró y caminó hacia él, pero por mas que intentaba no lograba alcanzarlo.
Frustrado, se sentó otra vez. Después de unos segundos se volvió a parar, con más seguridad que antes.
Mientras lo estudiaba se dio cuenta que estaba encima de su cabeza, esperándolo. ¿Cómo alcanzarlo?
Volando.
“Pero eso es imposible”, dijo en voz alta.
¿O no?
Con un fuerte impulso saltó hacia arriba.
¡Podia volar!
Cruzó el cielo negro entre nubes y sombras del mismo color. El viento golpeaba su cara mientras veía como la luz se iba acercando. Finalmente, sin saber cuanto tiempo habia pasado, salio. Era libre.
Al dejar atrás la oscuridad se encontró rodeado de la luz del nuevo día
-¡Soy yo! -gritó, con el sentimiento del hombre libre, totalmente, envuelto en la luz de su existencia, de su razón, de su capacidad de creación, omnipotente en la elección de sus actos, libre de hacer y pensar lo que quisiera. Nadie lo controlaba; sus emociones no eran la causa sino el fin de sus ideas.
Miró al pozo del cual había salido. Oscuro, encantador. Como la autocompasión, lo seducía pues la vida allá abajo era más fácil. Dentro de él no tenía que llevar la carga ni la responsabilidad del pensamiento.
Pero no más. Sabía que era una mentira, un gran engaño. Era la falacia que por años se ha vendido como forma de vida.
No importaba cuan abrumado se esté por las emociones, incapacitado para actuar. Ahora sabia que pensar era su axioma evolutivo, porque era un ser humano, un ser vivo que es había sobrevino por su mente racional. Después de dos millones de años de evolución, nadie se lo podía quitar.
Respiró hondo, sintiendo como el aire entraba a sus pulmones y lo llenaba de vida. Asi, preparado y nuevamente en acción, se alejó caminando en busca de su destino.


Yo soy la presencia permanente de tu pensamiento. Estoy en tu mente no porque me tengas, sino porque existo.
No podrás olvidarme jamás, porque soy tu ilusión, soy tu esperanza. Nunca te he defraudado, nunca lo haré.

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