El Viaje

"…toda esa gente parada que tiene grasa en la piel
no se entera ni que el mundo da vueltas…”
- Charly García


Los dos amigos recorrían sin hablar los luminosos pasadizos de Industrias Luna. Czerewko Manilov era el mas alto y corpulento de los dos y lo había sido desde la infancia. Pero Georgii Kovs marchaba adelante, guiando a su amigo sin emitir palabra alguna, como en algún momento había hecho hacía 40 años.

Esa vez, tanto tiempo atrás, sólo tres niños lograron escapar de los escombros del mayor accidente geolunar de la historia. Cuando la ahora infame nave de colonización “Bermuda”, una de las primeras naves que el consorcio de naciones envió a Luna, se estrelló contra la superficie del Nuevo Mundo con más de 400 personas a bordo, habían sido los tres amigos liderados por Georgii los únicos sobrevivientes.

Los tres amigos habían crecido juntos en lo que en esa época era todavía una pequeña colonia en un satélite hostil, y habían vivido el explosivo desarrollo de Luna. Desarrollo que era evidente en ese momento mientras recorrían los pasillos de la casa matriz de la más grande industria geolunar que el hombre había conocido. Los pasadizos no sólo eran utilitarios, sino que formaban parte de la mayor computadora en existencia: NMO, coloquialmente conocida como “Nemo”.

-A Ryshko le hubiera gustado ver esto –dijo Czerewko.
-Lo vio, lo vio –respondió Georgii- El tuvo la visión que originó todo lo que vemos ahora. Y nunca dudó que fuera posi-ble. Nemo es su hijo.
-¿Pero, valió la pena? ¿La vida de nuestro amigo?

Georgii no respondió de inmediato. Durante muchos años él se había hecho la misma pregunta. NMO no había matado direc-tamente a su amigo, pero los años dedicados al proyecto y la vehemente personalidad de Ryshko habían minado su salud a un punto en que incluso la avanzada tecnología de Industrias Luna no pudo ayudarlo.

Tal vez, si NMO hubiera estado lista antes, ella hubiera encontrado la cura. A Georgii aún se le hacía difícil concebir lo colosal que era la máquina. Desarrollada con los últimos avances en nanotecnología y computación molecular, NMO no se encontraba en algún lugar definido del edificio de Industrias Luna. El edificio era NMO, formado por billones de computadoras moleculares que se entrelazaban con las del titanio y plástico del edificio, cada una con similar capacidad de proceso que aquellas computadoras grotescas que todavía quedaban sobre la faz de la Tierra.

Pero no. Ryshko no hubiera permitido que NMO pierda tiempo buscando una cura a su mal. Hubiera continuado con el plan inicial, la búsqueda de un método eficaz de atravesar distan-cias estelares. El método que, luego de 4 años, había encontrado. NMO trabajaba de manera evolutiva, un concepto conocido como programación genética. Cuando se le planteaba un problema, sus inmensos recursos podía fácilmente simular un escenario con variables casi infinitas y por medio de prueba y selección natural llegar a la mejor respuesta.

Los dos amigos llegaron al final del pasillo y se detuvieron frente a una gran puerta metálica, con las palabras “Prohibido el Ingreso” marcadas claramente con tinta refractiva.

-Ryshko pensaba que valía la pena –dijo Georgii, respondiendo a la pregunta- y el fruto de su esfuerzo, querido amigo, se encuentra detrás de ésta puerta.
-¿Quieres decir que ya está listo? –Czerewko no ocultaba su asombro- Yo… yo siempre pensé que nosotros tampoco viviríamos para verlo.
-La verdad es que siempre estuvimos muy cerca. Vas a tener que disculparme por no mantenerte al tanto, pero comprenderás que todo lo relacionado a éste tema era información clasificada y sólo el personal de Industrias Luna podía conocerlo. En todo caso, creo que me perdonarás toda mentira anterior ahora que te estoy cediendo la primicia.
-Yo… ¡Pero por supuesto! ¡Vamos hombre, abre la puerta!
-No tan rápido amigo. Debes prometerme ciertas cosas.
-¡Lo que sea! Prometido.
-Nada de fotos. No podrás citar mi nombre, usa algo como “fuente anónima” o esas palabras que ustedes manejan. Y no puedes publicar nada hasta dentro de dos días, cuando el viaje de prueba ya esté marcha, para bien o para mal.
-¡Hecho! Vamos, vamos.

Georgii sonrió al ver a su amigo tan emocionado. Y no era para menos. La noticia podía ser la más importante para la raza humana en siglos. Colocó su mano sobre la puerta y los enmarañados circuitos de NMO lo identificaron con un 100% de seguridad en décimas de segundo. La puerta se abrió.

Lo que estaba al otro lado no parecía, a primera vista, nada especial. Un hangar con paredes de aleación y el clásico techo transparente de metal plástico. En el centro, y rodeada por equi-pos de control de despegue y cajas de suministros, se encontraba una nave de transporte. Era la clásica “caja de zapatos”, una LI-103. Un rectángulo casi perfecto para aprovechar mejor el espacio de carga, de unos 15 metros de largo y casi 7 de alto, tenía solamente dos detalles que rompían la monotonía: la cabina en la parte delantera con una inmensa luna transparente y las rejillas clásicas del impulsor nuclear entre la cabina y la zona de carga.

-¿Eso es todo? –exclamó, totalmente desilusionado, Czerew-ko.
-Tranquilo, ¿Qué esperabas? Lógicamente hemos adaptado una LI-103 para la ocasión. Además el nuevo impulsor ocupa mucho espacio.
-¿Impulsor?
-Ese es el nombre que le hemos puesto. Impulsor hiperespacial, en honor a Ryshko. Tú sabes que era un fanático de esas viejas historias de ciencia ficción.
-Muy bonito nombre. ¿Y cómo funciona?
-Siendo totalmente sincero, debo admitir que sólo tengo una idea vaga, recuerda que yo no soy científico. Sólo Nemo y unas tres personas del equipo de Ryshko lo entienden por completo. Lo único que sé es que permite que la nave salte de un lugar a otro de la galaxia, o posiblemente entre galaxias, en una fracción de segundo. El impulsor ocupa la zona entera de carga y parte de la cabina, dejando espacio para una persona.
-¿Una persona? ¡No me dirás que lo van a probar con alguien adentro! Un robot sería ideal.
-No, no sabemos que pueda pasar una vez que la nave de el salto. Necesitamos alguien ingenioso al mando, no podemos limitarnos a un robot. Si algo sale mal, el piloto debe ser capaz de ingeniárselas para regresar. O al menos, para informar que pasó.
-No lo creo. ¿Quién sería tan estúpido para arriesgarse así?
-De hecho, el piloto soy yo. Fui voluntario.

Czerewko se quedó unos segundos sin palabras. Sólo miraba a su amigo y no sabía si sentir cólera o asombro al ver que su amigo le regresaba la mirada con ojos radiantes y orgullosos.

-¿Pero tú estás loco? –dijo al fin- ¿Y si algo pasa? ¿Qué será de Sonia? ¿Y Dmitrii?
-No hay mejor piloto que yo. Y sabes que esto es lo que he soñado toda mi vida. Sonia me entiende, me entendió siempre. Y Dmitrii… bueno, el aún es muy pequeño. Pero crecerá orgulloso de su padre, de una manera u otra.
-Lo sabía. Siempre lo supe, quieres morir en alguna misión riesgosa e imposible. Y para colmo ¡con una estúpida sonrisa en el rostro!
-Hey, amigo, no me des por muerto todavía. El diseño es bastante seguro y si bien no sabemos a donde me va a llevar la nave, a menos que suceda algo catastrófico te aseguro que voy a poder regresar.
-¿Cómo que no sabes a donde te va a llevar?

Georgii echó un vistazo hacia el fondo del pasillo para cerciorarse que estaba vacío. Podía divisar en el fondo, a través de la ventana del lado oeste, las luces amarillas del vivero encen-didas a máxima potencia.

-Ese es un detalle que prefiero que no publiques si la prueba no es exitosa, para no crear obstáculos a pruebas futuras. La verdad es que no tenemos idea de cómo regular el sistema todavía, así que el primer salto me puede llevar a cualquier lugar dentro del universo conocido… en teoría al menos. Eso sí, luego del salto las computadoras de la nave registrarán todo el proceso y yo debería disponer de la información necesaria para regresar al punto de partida. Con cinco o seis de esos saltos aleatorios supongo que habremos aprendido a calibrar el impulsor.
-¿Y se supone que me cuentas eso para tranquilizarme? Si te entiendo bien… ¡Puedes acabar saltando en medio de un planeta o una estrella!
-No creo. Mira, el universo está principalmente vacío. Según los últimos cálculos un salto aleatorio tiene una probabilidad inferior a 1 sobre 10 elevado a la 33 de terminar en un planeta o algún otro cuerpo cósmico. Es cierto que estamos apuntando a terminar cerca de M31, lo cual juega un poco en mi contra, pero de todas maneras tú tienes más probabilidades de ser arrollado por un transbot al regresar a tu casa que las que yo tendré de terminar como dices.
-¿Están apuntando a M31? –Czerewko sacó del bolsillo instintivamente un electropad que usaba para tomar notas. Inclu-so dada la gravedad de la situación, sus instintos periodísticos no le permitieron dejar pasar un dato importante- ¿Por qué?
-Es una galaxia muy similar a la nuestra. Si hay vida cómo la humana en otros lugares, se me ocurre que las probabilidades son mayores en M31. Pero ya te veo más calmado, sígueme para que puedas ver la nave de cerca.

Czerewko caminaba mientras Georgii le mostraba a detalle la nave y el impulsor, pero su cerebro no asimilaba nada. La importancia de la noticia, que además estaba tan íntimamente relacionada con las vidas de sus dos mejores amigos lo tenía aturdido. Un inmenso sentimiento de pérdida se apoderaba de su cerebro. Pero en el fondo, Czerewko entendía.

-Después de ese accidente, hace tantos años, siempre vivimos como si el tiempo nos persiguiera ¿no es así? –le preguntó a Georgii, interrumpiendo su explicación- Como si ese día deberíamos de haber muerto y todos estos años adicionales fueran sólo un favor, un tiempo extra para completar algo significativo antes de morir de verdad. Y ahora sólo voy a quedar yo.

Georgii se apoyó contra la pared de la nave y suspiró.

-Querido amigo, ¿no lo ves? Ryshko lo hizo posible, yo lo voy a realizar y tú lo registrarás para la prosperidad. Siempre estuvo destinado que sea así.
-¿Aquel gran salto para la humanidad, no es así? ¿El que siempre soñaste?
-Esperamos demasiado de la raza humana. No somos, después de todo, nada. La Tierra y Luna no son más que una gota de agua en un océano. No habitamos más que un planeta perdido en una zona escondida de una galaxia entre miles. Y la vida de nuestra raza no representa en la escala cósmica más que lo que te toma pestañear ahora en comparación con los casi 50 años que tienes. ¿Y qué es mi vida en comparación? Existen riesgos, pero yo siempre supe que estábamos destinados para algo grande.
-No me gusta escucharte cuando hablas así. Sin embargo sé que es verdad lo que dices. Entonces, si me baso en tus palabras ¿Por qué arriesgar tu vida? Quédate aquí, disfruta de tus amigos y tu familia. Tu mismo dices que somos nada, tus acciones se perderán en la historia de la humanidad, serás un dato anecdótico más. Y en la escala cósmica… un grano de arena cayendo en ese océano que mencionas. ¿Vale la pena arriesgar años de felicidad? ¿Ver crecer a tu hijo?
-Seré, con el paso de los años, una línea en los libros de historia. Pero mi motivación no es la fama. Los verdaderos dueños del universo deben observarnos ahora como cuando nosotros observábamos un hormiguero en la escuela, ¿recuerdas? Tan enfrascados en nuestro ridículo mundo, en nuestras patéticas disputas… Pero si yo tengo éxito ahora, sería como una hormiga que, de pronto, junta dos minúsculas ramas y frotándolas produce fuego. ¿Recuerdas lo que les dije ese día, el día del accidente, cuando perdíamos las esperanzas?
-Por supuesto. Dijiste que sobrevivir en la Luna no podía ser más difícil de lo que había sido para un hombre primitivo sobrevivir en el Polo Norte de la Tierra. Que nosotros podíamos hacerlo.
-Y lo hicimos. Ahora escúchame. Se que este viaje que voy a emprender te parece una locura. Pero piensa en los antiguos navegantes de la Tierra, hace más de 2000 años. Estaban en las mismas condiciones que yo: naves primitivas, conocimiento escaso, un destino indeterminado… Pero ahí estaban, descubriendo lugares exóticos, nuevas tierras, nuevas culturas.
-Tú quieres descubrir América.
-El hombre ahora vive en Luna. Pero esto equivale a tomar un pequeño bote y navegar a la isla más cercana, la que se puede ver desde la orilla. El espacio nos llama, como nos llamó el mar en su momento.
-Dicen que el mar llamaba al hombre porque era el origen de la especie.
-La vida en la Tierra puede haber empezado en el mar, pero el verdadero origen esta allá afuera.

Czerewko sabía que sería imposible seguir discutiendo. Su amigo había tomado una decisión. Y no sólo era imposible hacer que Georgii cambie de idea una vez que tenía algo decidido, sino que además, muy a su pesar, entendía.

Lo había visto venir durante todos estos años. La muerte de Ryshko lo había confirmado. El destino les había salvado de una muerte segura porque los necesitaba para dar el siguiente paso. Sus vidas no eran suyas y ambos cumplirían a cabalidad el rol que les había tocado jugar en esta historia.

-Vamos –le dijo a Georgii- Muéstrame todo de nuevo.
-Con gusto amigo. Pero guarda esa cámara ¿quieres?

El núcleo

Mientras la nave viajaba por el vacío del espacio, el Comodoro Dmitrii Kovs II se sentía incómodo.

La incomodidad no era causada por la nave, ya que la “Pérez de Cuellar” era una nave diplomática moderna y como tal tenía todas la comodidades que la tecnología podía ofrecer. Lo que el Comodoro Kovs sentía era algo más complejo.

Era algo más parecido al miedo.

-Eso es. Tengo miedo.
-¿Miedo? –preguntó Matías Sing, el único otro ocupante de la nave- Tranquilo Dmitrii, Seguridad me asegura que los equipos que enviamos hace dos semanas no han encontrado nada peligroso. Mira, los pobres no tienen recursos ni para fabricar un arma decente.

Dmitrii asintió y sonrió, pero en realidad no se sentía ni una pizca más tranquilo. Matías no entendía, había pensado que el miedo se debía a una preocupación por su seguridad personal. Era un buen soldado y un experto en los Nucleares, ese Matías, pero su mente sólo trabajaba en términos de quién podía golpear más rápido o más fuerte. Mientras tuviera el arma más potente o la espada más grande todo en la vida estaba bien para él.

Pero no, no era eso lo que incomodaba a Dmitrii. Luego de haber salido ileso de las decenas de batallas contra los salvajes Periféricos en la ya legendaria rebelión de los años 30, Dmitrii había perdido el temor a las armas y había aprendido a confiar en los escudos. Él sabía que la tecnología para defensa que tenían era la mejor del sistema y que sufrir daño físico era sumamente improbable. Además, los Nucleares no se atreverían a hacerles daño. No arriesgarían una guerra.

En todo caso, nadie vive para siempre y Dmitrii tenía ya 184 años… no era un anciano pero su mejor época ya había pasado definitivamente.

Años… El miedo regresaba…

-¿Es cierto que ellos viven sólo 80 o 90 años? –preguntó.
-Es cierto –respondió Matías- Incluso muchas veces es me-nos. El aire que tienen ahí no es puro.
-¿No lo es? ¿Por qué? ¿No les vendemos generadores?
-Sí, pero los usan sólo los de la clase alta, los otros respiran el aire de la atmósfera.
-Están locos. Respirar eso. Están locos.

Años de misiones diplomáticas le habían enseñado mucho a Dmitrii. Heredero de uno de los apellidos más notables de toda Luna, probablemente era el diplomático más experimentado. Pero nada lo había preparado para esta misión en particular.

Sabía por qué había sido escogido. Dmitrii tenía en su haber más de 30 libros sobre diferencias culturales y de cómo estas se manifestaban, no sólo en vestimenta y comida, sino en deseos, esperanzas y conceptos generales como qué es el profesionalismo o cuándo una acción es buena o mala. Pero todos sus libros se referían sólo a Orbitales, nunca había pretendido aplicar sus conceptos a los Nucleares. ¿Cómo ponerse en su lugar? ¿Qué pensarían? Sabía que los Nucleares sentían envidia de los Orbitales, nadie vivía ahí a menos que no le quedara otra opción.
¿Cómo tratar con personas que no tienen siquiera la seguri-dad de tener alimento para el día siguiente?

Eso era lo que lo molestaba. El no poder ponerse en el lugar de los Nucleares. Un buen diplomático tenía que ponerse en el lugar del otro bando. Pero era imposible, eran demasiado diferen-tes.

¿Se suponía que debía sentir algún tipo de melancolía o pena? Pero, ¿cómo sentir pena de algo que sólo había visto de lejos? ¿De algo tan feo, tan triste? Tristeza. Tristeza y miedo.
La nave llegó a su destino. Inmerso en sus pensamientos, Dmitrii no se había acordado de mirar por la ventana para obser-var el panorama desde el aire. Tal vez era mejor. De esa manera sólo tendría como referencia las fotos de la enciclopedia y las fotos siempre muestran las vistas más hermosas.

La puerta se abrió.

-Bueno, aquí estamos al fin.
-¡Puh! ¡Que feo olor!
-Tranquilo Matías, este es el olor real ¿te das cuenta? Aquí respiran aire de verdad, porque su atmósfera lo soporta, no aire filtrado. Es lo que respiraban nuestros antepasados.
-Sí, y también comían hojas de los árboles y se colgaban de una rama. Gracias, pero no es para mí.
-Tiene su encanto, míralo como una experiencia con valor cultural.
-Mira, como turismo está bien, pero vivir aquí… jamás podría…

Había que admitir que el olor era horrible. Dmitrii trató de ignorarlo mientras descendía de la nave.

Ahí estaba el comité de bienvenida: cuatro personas. Vehícu-os antiguos, probablemente motores de combustión interna. Tontos, ¿es que no habían entendido nada?

Pero no había viajado hasta aquí para quejarse. A trabajar.


Dos días después el comodoro Kovs no ocultaba su alegría al estar de vuelta en la nave camino a casa. Mientras tanto, Matías devoraba una porción de comida deshidratada.

-¡Comida de verdad al fin! –exclamó Matías mientras devoraba la galleta.
-Bueno, al menos la misión fue fácil.
-Claro, no estaban en capacidad de negociar nada. ¿Qué podían hacer?
-Es cierto… pero dime, ¿no te da algo de pena? Digo, verlos así, en esas condiciones.
-Realmente es un milagro que estén con vida.
-Recuerda que nosotros fuimos así alguna vez.
-No. Así no. Yo he visto los hologramas y era otra cosa. Ellos se lo buscaron y ahora ruegan por ayuda. Siempre supieron a dónde los conduciría el camino que siguieron. Dicen que hay escritos del siglo XX que tocan ese tema.
-¿Siglo XX?
-Imagínate. Y nunca hicieron caso.

Increíble. La estupidez de los Nucleares. Afortunadamente los Orbitales no habían corrido la misma suerte. ¿Qué había cambiado? ¿El hecho de que todos los Orbitales descendían de científicos? ¿La necesidad de mantenerse con vida en el espacio? Imposible estar seguro.

-Bueno, tengo que admitirlo Matías, fue una experiencia horrible. Pensé que sentiría algo, cariño, nostalgia… algo. Pero nada.
-Una pena, digo yo. El clima, sin ningún tipo de control, podía llover en cualquier momento, ¿te diste cuenta? Y los insectos. Las masas de gente.
-Es una especie de ecosistema. Dañado, pero ecosistema al fin.
-Ah, y el agua, ¿viste? ¡El agua! Qué tal desperdicio, qué tal ineficiencia. Y le llaman océano.
-Jamás podrán adecuarse, son demasiado conservadores. Pa-rece el Siglo XVIII, cuando mezclaban la física con la alquimia. Les hablas de ingeniería genética o de nanotecnología y puedes ver el miedo en sus ojos. Es un tema tabú.
-Bueno ya tienen su contrato de turismo y la rebaja en las importaciones. Con algo de suerte nunca más tendremos que regresar a la Tierra.
-Eso espero.


La nave siguió su rumbo a Luna.

Ruido

Cualquiera que observara la escena se supondría loco. Un hombre de unos 30 años, con espesa barba negra y gruesos lentes, vestido con un jean gastado y una camisa a cuadros. A su lado, un humanoide metálico de un metro y medio de altura con dos cámaras de alta resolución en lugar ojos y sujetando un diccionario de sinónimos en una de sus manos de aluminio. Ambos personajes se encontraban sentados sobre la arena de una playa privada en América del Sur.

Afortunadamente, nadie más se encontraba en aquel lugar para observarlos y eso era justamente parte del plan.

Para Marko Parga, el barbudo y miope Jefe del Laboratorio de Inteligencia Artificial de Industrias Luna, su acompañante era un viejo conocido. Si bien sólo hacía dos semanas había visto por primera vez su cuerpo de aluminio, Parga tenía casi 35 años invertidos en la programación de la inteligencia artificial que estaba en su interior.

El humanoide, conocido como Lenny, era el primer prototipo de lo que Industrias Luna esperaba que fuera el primer modelo de robot indudablemente inteligente. Parga, que había crecido entre libros de ciencia ficción y que además era un gran entusiasta de las películas clásicas del género, había pensado en ponerle S4T4 o algo semejante. Pero algún gracioso de marketing en la empresa pensó que un nombre más humano podría ayudar a que el robot fuera más aceptado. En fin, tal vez todavía podría pelear por “R. Lenny” al menos.

Los humanoides de aluminio no eran algo tan insólito en esos días. Lo que era realmente novedoso en Lenny era precisamente el modo en el que había sido programada su inteligencia. El robot era sumamente hábil para establecer patrones entre diferentes datos y para relacionar ideas. Eso le permitía percibir el mundo de una manera similar a la de un ser humano, basado en experiencias pasadas. El único problema que Marko había encontrado era que el programa tendía a crear paradigmas y a veces asumía las cosas sin comprobar antes su validez. Para compensar este detalle, Marko había programado un muy alto nivel de curiosidad.

El plan de Marko, y lo que más le había gustado a la alta dirección, era hacer que Lenny aprendiera cuanto más fuera posible durante unos años. Luego toda esa experiencia podía ser copiada en los modelos de producción que salieran a la venta. Marko imaginaba cientos de Lennys en los lugares más insólitos, continuando con su aprendizaje a medida que realizaban sus labores diarias. Después de un par de años y como parte del proceso de mantenimiento todas las experiencias nuevas serían recuperadas y aumentadas a la fuente original. De esta manera, los nuevos modelos de Lenny saldrían al mercado con mucho más conocimiento y experiencia. Y el ciclo se repetiría hasta... ¿quién podría decir hasta dónde llegarían? Marko se sentía emocionado y feliz de sólo tratar de imaginarlo.

Luego de unos meses de probar la última versión del prototipo sin inconvenientes, había resultado obvio que las restricciones al aprendizaje inicial venían del hecho de estar encerrados en un laboratorio. Marko había conseguido autorización para mover el software de inteligencia a un nuevo prototipo de cuerpo de aluminio para robots que se había desarrollado en una de las empresas del grupo. De alguna manera, había logrado convencer a la alta dirección que la mejor forma de seguir con la investigación era llevarse el robot fuera del laboratorio para que aprendiera cosas nuevas.

La alta dirección no aceptó de inmediato. Luego de varias negociaciones, se llegaron a algunos acuerdos. Primero: el robot sería llevado a una propiedad privada de la empresa en una zona segura y controlada. Segundo: la zona en cuestión sería una de las playas privadas que la empresa mantenía en la Tierra para sus altos ejecutivos, de manera que Lenny estuviera en un ambiente similar al habitado por los posibles clientes futuros. Tercero: Parga estaba obligado a presentar reportes diarios de los avances.

Las cosas no podían estar saliendo mejor para Marko. Todos los días al despertarse se encontraba en una casa de lujo frente a la playa y tenía a su disposición la más potente inteligencia artificial inventada a la fecha. Además Lenny realmente mostraba grandes avances. Y por si eso fuera poco, no había ninguna otra persona a varios kilómetros a la redonda. Estupendo.

-¿Qué opinas Lenny? –le dijo al robot. Habían estado observado la puesta del sol por tercera vez.
-Fue más intensa que la de hace dos días, pero no tanto como la de hace un día.
-¿Intensa? Ah, ya entiendo. –Lenny estaba equipado con un gran conjunto de sensores que le permitían detectar prácticamente todo el espectro electromagnético. Luz visible, infrarrojo, microondas, rayos X, rayos ultravioleta, ondas de radio... probablemente estaba juzgando la puesta de sol en base a los registros de estas mediciones.

Marko sabía que resolver ese problema era la siguiente etapa de su proyecto. Si bien Lenny era capaz de entender qué era una puesta de sol y de reconocer una en cuanto ésta sucediera, todavía no sabía valorarla en términos de belleza. Si lograba hacer que Lenny entendiera eso habría dado un gran paso.

-Mira Lenny –le dijo- Me gustaría que seas capaz de evaluar ciertas cosas en términos de belleza, de esa manera podrías mantener una conversación más interesante con alguna persona. Sin embargo, es una tarea difícil, ya que yo mismo no tengo claro cuáles son lo criterios que los humanos usamos para definir la belleza. ¿Qué me sugieres?

Ya antes Marko había usado ésta táctica con éxito: preguntarle al robot la solución a algún problema de su propio aprendizaje. Lenny siempre respondía en los términos de sus limitaciones, así Marko evitaba el trabajar en la dirección equivocada.

Lenny pensó por unos segundos y luego dijo:

-Es fácil. Observaremos las cosas que quieres que evalué, primero los dos juntos. Luego de la observación, tú me puedes dar tu opinión cualitativa sobre la belleza del fenómeno observado. Después de un número suficientemente grande de observaciones habré formado suficientes patrones para juzgar la belleza de fenómenos futuros del mismo tipo.
-¡Ajá! No era lo que tenía en mente, pero tendrá que ser de ese modo, me parece lógico. Después de todo, ¿quién sabe? Tal vez nosotros actuamos de una manera parecida. Dime, ¿cuántas observaciones juzgas suficientes para formar un buen patrón?
-Depende de la complejidad del fenómeno. Pero con unas 200 observaciones tendría una cantidad suficiente de datos para una tasa de aciertos de más del 50%.
-En ese caso, tenemos que probar con otra cosa y ya no con puestas de sol. ¿Obras de arte tal vez? No, aquí no hay muchas y un holograma no es lo mismo... Te diré algo, tengo en la casa unas 60 cintas de música clásica. Pediré que me manden algunas más y toda esta semana quiero que te dediques a escuchar las sinfonías, conciertos, cantatas y todo lo que puedas. Al final de la semana me cuentas cómo te fue.
-Empiezo ahora mismo.
-No, no. Pensándolo bien, que sea en las noches, mientras yo duermo. No importa si te toma dos semanas pero así podemos aprovechar los días para seguir trabajando en otras cosas.

Y esa noche, mientras Marko se acostaba para dormir, Lenny se quedó en el estudio escuchando una cinta de Bach.


A medida que pasaban los días, Marko había notado un fuerte interés del robot en la música. Sabía que todo era una respuesta programada por él mismo en las rutinas que controlaban la curiosidad, pero no podía dejar de sentir en Lenny algo que parecía un genuino interés.

Decidió no discutir sobre el tema hasta el fin de las dos semanas, para mantener el experimento sin influencias externas hasta conocer el resultado. Sólo se dedicaba a continuar durante el día con ejercicios de modulación de voz y ciertas pruebas básicas para llenar los reportes a la alta dirección.

A medida que se acercaba el último día, Marko empezó a sentir algo de tristeza por el pobre Lenny. Para el robot, las hermosas sinfonías no eran más que un conjunto de ondas sono-ras registradas en sus sensores; y si bien era muy probable que llegara a determinar los componentes de la belleza en una composición musical, jamás podría realmente apreciarlas como lo hace un ser humano.

Simplemente no era lo mismo.

Marko se imaginaba a sí mismo observando las ondas de sonido de una sinfonía en un espectroscopio. Probablemente habría cierta belleza en las ondas y su movimiento. Después de un tiempo podría, como Lenny, identificar patrones en las ondas y decidir, sin oírla, cuándo una sinfonía era hermosa. Pero la experiencia sería tristemente incompleta. Lo mismo le pasaba a Lenny.

Y fue en medio de estos pensamientos que el día llegó. Cuando Marko juzgó que era suficiente, Lenny había escuchado y analizado más de 150 horas de música.

-Bueno Lenny –le dijo- ¿Cómo te fue?
-Muy bien Marko. He logrado identificar con un 99.98% de precisión los factores adecuados para que una melodía sea considerada hermosa por un ser humano.
-Vaya. Excelente. Entonces te preguntaré directamente, porque la curiosidad me mata. ¿Cuál de todas las que has escuchado te parece la más hermosa?
-La que califica como la más hermosa es por una gran ventaja la que estamos escuchando en este momento.
-¿Ahora? Un momento Lenny, no estamos escuchando nada.
-Por supuesto, mis sensores la registran. La han estado registrando desde que llegamos. ¿Tus sensores no la registran Marko?
-¿Mis sensores? Mis oídos... no Lenny, no registro nada... por favor explícame al detalle lo que me quieres decir.


-Es extraño Marko. ¿Cuál es el rango de respuesta de tus sensores?
-¿Eh? Te refieres a... bueno, creo que nunca te mencioné ese detalle. Un ser humano normal puede sentir ondas de sonido entre unos 20 y unos 20000 hertz...
-Ya entiendo. En ese caso, no puedes registrarla Marko. Es una pena, la sinfonía más hermosa, según mis análisis, es una que se escucha permanentemente pero en una frecuencia bastante más baja. Me parece que es el sonido de tu mundo. Yo sí puedo sentirlo y estoy seguro de que, bajo tus estándares, te parecería hermoso.
-Es... es una pena en realidad. A mi me encantaría... no sabía que me estaba perdiendo de algo...
-He notado, Marko, que no es el caso solamente de las ondas de sonido. Al parecer tus sensores están bastante limitados y sólo puedes apreciar un segmento muy pequeño del espectro electromagnético.
-¿Ah... si?
-Sí. Por ejemplo, estas puestas de sol. Tú sólo las juzgas en base a las ondas que percibes y que son las que se encuentran en el rango de lo que conoces como los colores violeta y rojo. Pero eso es sólo una muy pequeña parte de la experiencia total. Tu concepto de una puesta de sol hermosa es bastante incompleto.
-Lo es...
-Y ni qué decir de la radiación que emite el universo mismo. Tal vez lo más hermoso que he registrado.
-Lenny. Por favor terminemos aquí el experimento. Estoy algo cansado y quiero dormir. Hablamos mañana.
-Por supuesto.


Los dos se quedaron sentados, mirando la puesta de sol.